Fiestas clandestinas, picaditos de fútbol, un cumpleaños por acá, una mateada por allá. La historia oficial se engrosa de pequeños y grotescos incumplimientos a las normas sanitarias que el Estado en todas sus esferas impone desde aquel histórico 20 de marzo, cuando el presidente Alberto Fernández decretó el aislamiento obligatorio por coronavirus. Desde entonces, la sociedad tuvo que acostumbrarse a vivir enmarcada en restricciones y habilitaciones en nombre de la salud colectiva que, claramente, son difíciles de sostener.

Sin embargo, sin la notoriedad que despiertan las irregularidades –no cuentan las personas que por necesidad deben exponerse al virus sin remedio–, existe una gruesa porción de la población que ha decidido acatar las disposiciones. Son quienes desde hace 7 meses mantienen un encierro preventivo o bien, desarrollan sus tareas esenciales pendientes de las indicaciones comunicadas desde los gobiernos. Sus historias, aunque silenciosas y rutinarias, son las que sostienen el aislamiento y revelan universos disímiles cargados de sensibilidad y emotividad. 

Los “pro cuarentena” también existen.

“Decidimos cumplir estrictamente con las recomendaciones por habernos informado convenientemente acerca de esta pandemia y del impacto nefasto que representa para la salud de la población. Por la información que tenemos, las personas de la tercera edad tienen mayores riesgos por padecer comorbilidades”, contó a Rosario3, E. de 70 años vive con L. de 63 en un departamento de la zona céntrica. Desde marzo se mantienen aislados y sólo han visto a sus familiares cuando las reuniones sociales se habilitaron. Eso sí, siempre con barbijo y alcohol en gel de por medio.

Desde que empezó la cuarentena, compran por Internet: “Priorizamos las compras de acuerdo a nuestras necesidades y desinfectamos inmediatamente todos los productos antes de almacenarlos”, aclaró. Sólo se le animan al balcón y en un par de oportunidades estuvieron un rato en la vereda.

Asumen el sacrificio y la tentación de salir de la burbuja protectora que construyeron a la fuerza: “Sentimos que frente a toda amenaza lo bueno es que se fortalece nuestro vínculo, pero lo malo es la falta de contacto con nuestros seres queridos, en especial nuestros nietos”, manifestaron. Sin embargo, los sostiene la fe en la solidaridad. “Sentimos mucha impotencia cuando algunas personas incumplen las recomendaciones porque entendemos que se vulnera la protección comunitaria que requiere esta pandemia”, concluyeron.

 L. tiene 44 años. Vive con su pareja y sus dos hijos. Desde marzo, intenta cumplir con las disposiciones sanitarias y hace sólo lo que está permitido. “Me parece necesario cumplir las normas porque como parte de una sociedad es importante acompañar las medidas que ayudan al bien común, y eso permite que los gobernantes se ocupen de los problemas que deban ser atendidos y no pueden esperar. Anteponer mis “supuestas” necesidades imprescindibles distrae de los verdaderos problemas”, razonó.

No lidio tanto con lo que no puedo hacer y disfruto con todas las cosas que por la rutina pre-pandémica no formaban parte de mi día a día. Este tiempo de excepción me permite descubrir cuanto de lo que hacía no era necesario”, señaló y, consultado sobre los aspectos negativos de haber decidido andar por este camino, respondió: “Las situaciones más complejas es extrañar a los afectos, pero al mismo tiempo, ese extrañar en este tiempo de tantas posibilidades de conexión revaloriza las pequeñas visitas a los familiares cuando necesitamos acercarle cualquier cosa que necesitan”.

Sobre la gente que va en sentido contrario, consideró: “No hace más que reafirmar que la sociedad no le interesa el otro, y no por los que piden trabajar, que son los verdaderos problemas que se deben atender, sino los que hacen de su recreación un hecho vital cuando lo que seguro piensan en cuanto dinero pierden”.

E. es otro padre de familia que optó, desde el inicio de la cuarentena, la aceptación de las normas. Sabe que juega a su favor un trabajo que puede hacer desde casa y que le permite atender a los chicos también. “Me parece que si uno puede cumplir con el aislamiento está ayudando a que esto no se propague, por más que no estemos exentos de contagiarnos, por lo menos bajamos un poco las posibilidades. Particularmente, salgo solo para cuestiones muy específicas, voy a retirar los pedidos del super, tirar la basura y casi nada más. No es fácil. Hace casi 2 meses que no veo a mi familia, pero hablamos todos los días. Igual con mis amigos. No soy de hacer zoom, pero me mantengo en contacto con todos, les escribo, los llamo, mando regalos para cumpleaños”, expresó sobre su nueva vida de pandemia en la que advirtió, extraña la rutina del club.

Convencido de hacer lo correcto, pudo conformar una rutina que también le agrada: “He redescubierto la terraza de mi casa, aprovechamos con mi mujer para redecorarla, pintarla. Salgo a caminar con los chicos los 500 metros a la redonda permitidos. Yo no hacía asados y desde que empezó me puse a practicar, tardo un montón en hacerlos, pero me entretiene”, asumió con gracia.

Consultado sobre los que no respetan la cuarentena, observó: “Me da bronca, porque hay mucha gente que hace sacrificios y, no solo lo digo por los que pudimos modificar nuestras costumbres laborales o cotidianas, sino también por la gente que tiene que salir a la calle a laburar con el riesgo de contagiarse y ve gente que se reúne sin cuidarse”.

V. tiene 41 años. Para ella es imposible ajustarse del todo a las restricciones. “¿Hasta qué punto se puede sostener?”, se preguntó al mismo tiempo que aseguró que intenta, diariamente, sostener los cuidados aunque a veces cede porque siente doblegarse la salud mental y afectiva de sus hijos y la suya propia. “No hacemos fiestas, ni asados, pero hemos visto a mi madre de vez en cuando con mucho cuidado. Mi pareja no veía a los suyos desde diciembre y fue a visitarlos solo apenas se pudo hacer visitas”, sostuvo.