Cada 5 de noviembre se conmemora el día Internacional del Payaso y la Payasa en homenaje al nacimiento de Emilio Alberto Aragón, conocido como el payaso Miliki quien comenzó su trayectoria en el circo Price de Madrid con sus hermanos Gabriel y Alfonso, conformando el famoso trío de payasos Gabi, Fofó y Miliki. Creadores de la popular canción “Hola Don Pepito, hola Don José”.

Pero el origen de este oficio que no distingue de fronteras, idiomas o edades se remonta a 4000 años atrás en China con el bufón Yu Sze que cuando el emperador Shih Huang-Ti mandó a pintar la Gran Muralla China, él intervino desde el humor y terminó convenciendo al emperador de dar marcha atrás con la idea. El bufón representó en ese momento el deseo de todo un pueblo: que dejen de morir personas en la construcción de la obra. 

En el mismo momento, en Grecia y posteriormente en Roma, aparecen los payasos en el teatro satírico riéndose de lo que sucedía en los pueblos. Con el tiempo el término comenzó a tomar otras dimensiones y abrió camino reversionándose.

En la actualidad se los puede ver en las esquinas de las grandes ciudades con sus mochilas, sus acrobacias y su alegría contagiosa. Dentro de una carpa de circo dando la bienvenida a grandes y chicos, desparramando energía y papel picado. También están sobre los escenarios de algunos teatros, en cumpleaños o eventos e incluso pueden verse agrupados dentro de algún hospital tratando de ponerle color a los momentos oscuros. Los payasos y las payasas están ahí, más cerca de lo que uno cree para tratar de mostrar el mundo desde otro lugar. 

Galupa

David Delena lleva más de 15 años siendo Galupa y recuerda que desde muy chico se preguntaba si se nacía siendo payaso o se debía estudiar. A los 12 años ayudó a desarmar un circo en Oliveros, su pueblo y la emoción lo llevó a escaparse a la localidad vecina junto a la familia circense. Al crecer eligió Rosario para formarse como artista y Payaso titiritero. Pasa sus temporadas haciendo reír en distintos lugares del país, de sur a norte, cerca del mar o entre montañas cordobesas.

Durante la pandemia se vio afectada su economía porque no ingresaba dinero pero también se puso en juego lo emocional. Cuenta que un momento se preguntó: “Che, la nariz ¿va a volver?” porque la modalidad cibernética no se lleva bien con Galupa y fue entonces cuando apareció el miedo y las preguntas. ¿Se acordarán del personaje? ¿Tendrán en cuenta a Galupa en espectáculos?

A David le apasiona armar la valija, guardar las pinturas, sus medias de colores, los pantalones con tiradores, el sombrero y salir a andar por las rutas de Argentina. Llegar al lugar de la contratación, probar sonido, hacerse compinche de quienes trabajan detrás de escena para que todo salga perfecto.

“Me encanta jugar y la excusa perfecta es trabajar jugando”. Para él lo más lindo de trabajar de Payaso es todo. ”Cuando ocurre la magia del ida y vuelta con el público no puedo parar”, cuenta. A veces pierde la noción del tiempo porque cuando todo ocurre es felicidad.

Tiene cientos de dibujos con historias que “los peques” le regalaron en sus distintas presentaciones. En cada frase arrastra las migajas de su infancia, el patio de sus abuelos, los juegos con su hermana, los títeres y disfraces, pero sus palabras también traen el agradecimiento a los grandes maestros que encontró en Rosario. Y acota, “elegí el mejor trabajo del mundo”.

Galupa se molesta cuando usan el término para agredir u ofender porque para él la palabra payaso es su vida, donde se identifica. Lo que abarca su andar, su elegir. “No nos merecemos ser comparados con un insulto”, cierra.

Tallarín con banana

Por otro lado, la compañía Tallarín con Banana lleva más de 15 años haciendo una dupla de Clown en el lenguaje y el abordaje de la mirada del payaso y la payasa con enfoque crítico y burlesco de las distintas situaciones de la vida. Usan la alegría como medio de denuncias. Trabajan en peatonales, parques y teatros. Recorren el país pero también pasaron por Europa, Chile y Uruguay.

El dúo afirma que toma el momento de colocarse las narices como un ritual. “Es un acto mágico, nuestros cuerpos son solo un canal para poder transmitir y llegar al público”. Los dos creen en el dejarse llevar, en jugar y que Banana y Tallarín sean libres para traspasar fronteras. “Tenemos el poder de divertirnos y de dejar un mensaje al público. Si logramos dejar un hilo de esperanza o una crítica social entonces legamos al objetivo. Es un canal sanador”, cuentan.

Anabel González y Rodrigo Rivera Rivera apuntan a tocar la emoción de cada espectador. De llegar a lo que está ahí dentro reservado, en pausa o escondido. Ambos se aferran a la vocación del clown y en amar lo que hacen. “El amor te permite ir más allá, buscar maestros y maestras que te enseñen a encontrar tu propio camino, tu propio universo”.

Tallarín y Banana están trabajando actualmente en una obra que invita a navegar por otras aguas, se sacan las narices un ratito pero siguen en acción. El teatro y el circo se unen para crear “La fragilidad de la memoria”. Un viaje a finales de los años 80, el juego de dos niños en alguna vereda, la hora de la siesta, los amigos del barrio y la llegada del primer amor. La historia de dos niños que crecen buscando sueños y raíces que los llevan siempre a otra parte. Un relato de encuentros, pérdidas y abrazos en medio de la intemperie.

Payasos de hospital

Otro es el caso de Locura de Clown, Payasos de hospital. Un grupo de artistas que desde el año 2004 visten guardapolvos blancos, narices rojas, pelucas de colores y comparten su alegría en lugares donde el arte es deuda pendiente. Trabajan en barrios, en cárceles y en hospitales basándonos en una concepción del teatro como hecho popular. Desde el año 2013 trabajan semanalmente en el Hospital de niños Zona Norte Dr. Roberto Carra de Rosario. A lo largo de estos años llevan visitadas a más de 25 mil personas hospitalizadas.

“La posibilidad de explorar la vinculación de las personas, descubrir la capacidad que tienen para reinventarse, para buscar la felicidad eso es para mí lo más lindo de la labor de ser clown de hospital”, dice Estefanía Caminotti, pionera del grupo. 

Las infancias de cualquiera de los lugares que visitan, sea cárceles u hospitales, están esperando ese encuentro. Esa visita que aleja las reglas rígidas por un momento para darle lugar al juego y la risa permitiendo encontrarse con uno y con los otros. “Cuando se logra la suspensión de las lógicas institucionales por un ratito, es cuando realmente aparece el trabajo del clown. Donde podemos rescatar y revalorizar los aspectos saludables o la manera en que las violencias se suspenden. Todos estamos compartiendo lo mismo y es una de las características más lindas”, confiesa Estefi.

“El clown para nosotros es una estrategia para acercarnos porque de otra manera sería muy difícil. Lo elegimos porque democratiza. Con el clown se vincula desde un lugar muy horizontal, donde todos compartimos lo mismo. Podemos ser hermosamente ridículos y todos nos reímos de eso”, cierra.

En tiempos de inmediatez absoluta, distancias sociales, angustias prolongadas y vulnerabilidades que se agudizan, los payasos, las payasas, un clown o como prefieran llamarlos ocupan espacios del día a día para gritarle a la sociedad que la risa se vuelve imprescindible para resistir. ¿Se imaginan el mundo sin narices rojas?