Puede parecer Rosario, pero no. En el año 2010, la ciudad mexicana de Monterrey atravesaba una grave crisis de violencia e inseguridad, con bandas narcos que se disputaban territorios y el temor de una población que abandonaba el espacio público y se refugiaba en sus casas. Entre complicidad y falta de profesionalismo, la policía estatal no resultaba eficaz para hacer frente a la ola delictiva y el entonces presidente de México, Felipe Calderón decidió, a pedido de las autoridades locales, enviar un gran número de tropas federales para intentar controlar la situación. 

El accionar de esas fuerzas, al menos en una primera etapa, no disminuyó la violencia: se repetían los enfrentamientos armados entre soldados y narcotraficantes, que en muchos casos contaban con la ayuda de la policía local. También hubo víctimas que nada tenían que ver con el conflicto. Hubo dos que se convirtieron en símbolo: Jorge Antonio Mercado Alonso y Javier Francisco Arredondon, dos estudiantes del Tecnológico de Monterrey (Tec), una histórica y prestigiosa universidad privada de Monterrey, que fueron asesinados por el Ejército en la puerta de la casa de estudios. 

Ese doble crimen, que el Ejército intentó encubrir con una acusación a los alumnos de ser parte de una organización delictiva que luego se reveló absolutamente falsa, se convirtió en punto de inflexión para la universidad y para Monterrey. Fundamentalmente por la respuesta del Tec a la tragedia. Es que si bien un sentido común imperante en estos tiempos llamaría a extremar medidas de protección de la universidad o incluso al análisis de trasladarla –opción que efectivamente estuvo sobre la mesa– la conclusión a la que llegaron en la casa de estudios fue que la mejor manera de revertir la situación de inseguridad en la zona era abrirse e integrarse con la comunidad que la rodeaba. Eso dio origen al Distrito Tec, un proyecto de regeneración urbana y construcción social que abrió el campus de la universidad, generó un nuevo vínculo de la institución con los barrios vecinos y fue eje de un proceso de transformación que derivó en la recuperación de los espacios públicos por parte de la ciudadanía y, a partir de ello, una mejora ostensible en los estándares de seguridad.

Diego Rodríguez Lozano fue actor fundamental de esa experiencia, entonces como decano de la Escuela de Arquitectura, Arte y Diseño del Tec de Monterrey, en la que continúa trabajando como docente e investigador. El profesional dialogó con Rosario3, en el marco de una visita a Rosario para participar del encuentro internacional Ciudades Sin Miedo. Este sábado desde las 13.30, en el Centro de la Juventud, contará la experiencia del Distrito Tec, reconocida internacionalmente y también replicada en otros lugares, dentro de un taller “sobre seguridad democrática y lucha contra las violencias” que es parte de las actividades del congreso que organiza Ciudad Futura.

Quedarse y abrir   

 

El Tecnológico de Monterrey se fundó en 1943. El campus universitario se instaló en un predio ubicado en las afueras de la ciudad, en la salida hacia el Distrito Federal. La zona, cuenta Rodríguez Lozano, era un descampado. Pero con el correr de los años, la ciudad avanzó hacia esa zona que se llenó de “colonias” (barrios) que se levantaron rodeando los terrenos del Tec. 

Para 2010, cuando se produjo el crimen de los estudiantes, toda el área estaba consolidada como territorio urbano y padecía la misma problemática de inseguridad y violencia que gran parte de la ciudad. 

El Distrito Tec, una fuerte estrategia de recuperación del espacio público.

La tragedia sacudió a la institución, que ya vivía un proceso complejo por la crisis de la seguridad pública. Es que un gran número de sus alumnos provienen de otros lugares de México y, frente a la situación, se produjo un éxodo: por miedo a ser víctimas de un hecho delictivo, cerca de 4 mil estudiantes, casi una cuarta parte del total, dejaron en aquel tiempo la universidad. 

Las autoridades de la casa de estudios se plantearon entonces distintas opciones, entre las que estuvieron reforzar los dispositivos de seguridad –es decir, amurallarse– y también mudarse. Pero, según relata Rodríguez Lozano, finalmente consideraron que hubiera sido “una irresponsabilidad social abandonar el territorio”. En esa mirada influyó el hecho de que se hubiera generado una estructura urbana alrededor del campus: “Ya no estábamos solos”. Entonces, apareció un concepto solidario: “La afectación de la seguridad no es solo a nuestros alumnos y nuestro campus, es a toda la comunidad”.

“Que nos fuéramos dejando ese territorio no era viable. Fue la decisión correcta”, rememora y celebra a la distancia Rodríguez Lozano, que explicó que esa idea trajo asociada otra fundamental: “Nos tenemos que quedar pero no cerrarnos. Muy por el contrario, tenemos que trabajar colectivamente con las comunidades vecinas para construir un mejor entorno, una mejor ciudad, y conseguir así un mejoramiento en la seguridad”.

Ese fue el germen del proyecto Distrito Tec, que revirtió un proceso anterior: hasta entonces, “el Tec era un lugar cerrado, algo que se acentuó conforme la crisis de seguridad fue creciendo; esa era la política institucional”. Esa política institucional tuvo su repercusión en la relación con las comunidades que rodean el campus: ”Las colonias vecinas no tenían ni idea de lo que hacía el Tec y la relación era de desconfianza y de molestia. En lugar de sentirse contentos de tener de vecino a una de las universidades más prestigiosas del país –no es una cárcel ni un centro de diversión nocturna–, en lugar de verlo de manera positiva, decían: «Me molesta porque no me ofrece nada, no sé qué sucede allí; hay tráfico, ruido. La percepción de las sociedades circundantes eran más negativas que positivas”, recuerda el docente.

Nuevo paradigma

 

Los asesinatos se convirtieron en un click, generaron un nuevo paradigma. El Tec decide no solo quedarse sino que encara “un proceso de regeneración urbana y construcción social con las comunidades vecinas para entre todos ir mejorando la situación urbana con miras a una mejora de la situación de la seguridad pública”. 

La Escuela de Arquitectura, Arte y Diseño, de la que Rodríguez Lozano era decano, tuvo un rol fundamental junto con la de Ciencias Sociales y Gobierno. Ambas pusieron su “saber hacer, que es el trabajo de profesores y estudiantes: el trabajo académico se enfocó hacia esa voluntad de integración y fue fundamental”. 

Rodríguez Lozano, frente al Monumento a la Bandera.

Hasta entonces, recuerda Rodríguez Lozano, en la Escuela de Arquitectura no se hacían proyectos para las comunidades vecinas. Pero “ahora cada ejercicio proyectual tiene que ver con eso”. Ese trabajo social de ir con los estudiantes, reunirse con los vecinos para escuchar y analizar qué hacer fue clave para desarrollar el proyecto del Distrito Tec, pues marcó el inicio de un proceso que reconstruyó la confianza y poco a poco mejoró la relación.

Luego se creó un departamento específico que se denominó Distrito Tec, que es el que ahora lleva el liderazgo del proyecto y estableció las relaciones institucionales con actores externos al Tec, como los gobiernos de la Municipalidad de Monterrey y el estado de Nuevo León.

Justamente este último paso fue clave para establecer un programa parcial de ordenamiento urbano, que se incluyó dentro del plan director del municipio. Ese plan director incluía la posibilidad de establecer “polígonos de actuación específica”, instrumento se usó para armar el proyecto integral para el Distrito Tec, “que incluía densidades, reglamentos de construcción  tipo de calles y espacios públicos. Pero que además tenía como punto muy importante el tema de la participación ciudadana”. 

El plan se terminó de elaborar en 2015 luego de un proceso de trabajo colaborativo que se hizo en 2013 y 2014 y que el Tec trabajó con una participación de los vecinos que Rodríguez Lozano considera “esencial”.

No fue magia

 

Claro, primero hubo que recuperar la confianza de los vecinos, algo que se consiguió con “pequeñas realizaciones concretas, como mejoramiento del espacio público, acercar la gente al Tec pues muchas asambleas se realizaron dentro del campus, activaciones en el espacio público como cerrar calles al tráfico para generar eventos, funciones de cine al aire libre en el predio de la universidad”. 

“Se empezaron a abrir las puertas del campus, que es como un vergel. En esa zona hay poca arborización y el campus está lleno de árboles, es muy bonito, un gran jardín. La gente decía: «Ey, estaba este parque aquí y nunca había entrado»”.

El Parque Central, uno de los hitos de transformación del Distrito Tec.

Así, la universidad reformó su propio máster plan y se acordaron proyectos con los vecinos dentro y fuera del campus. Por ejemplo, se hicieron “plazas de bolsillo” y se mejoraron los parques públicos que ya tenían los barrios pero que estaban casi abandonados. Hubo, en la materia, un hito: se demolió un estadio de la propia universidad, que el Tec le alquilaba para que jugara de local allí el equipo de fútbol Rayados –que a la par construyó uno propio– y se lo convirtió en el “Parque Central”, un predio de 3 hectáreas que es considerado un espacio fundamental de la estrategia de conexión de la casa de estudios con su entorno.  

“Donde había un estadio que molestaba a los vecinos por el caos que se generaba alrededor cada vez que jugaba Rayados ahora hay un parque público”, resume Rodríguez Lozano.

Seguridad, divino tesoro

 

El arquitecto sostiene que la crisis de inseguridad en el Distrito Tec se revirtió claramente y que eso tiene relación directa con la repoblación en la zona y la ocupación del espacio público. “Si no hay nadie en la calle, ahí está el terreno fértil para la delincuencia, la ilegalidad. Voy por una calle y no hay nadie, el delincuente la toma. Todas las mejoras hicieron que la gente se apropiara otra vez del espacio público que antes estaba atravesado por los tiroteos”, remarca. 

Esto se complementó, también hay que decirlo, con “una refundación de la policía del Estado, una reestructuración de la política de seguridad del Estado”.

Así, se puso fin al éxodo. “Los estudiantes volvieron a la universidad y se repoblaron los barrios de alrededor, incluso con los propios alumnos”, dice el docente. 

Si hay algo que Rodríguez Lozano valora muy particularmente es que la universidad se haya puesto al servicio de la transformación urbana. Por lo que pueden aportar desde su saber, desde su actividad específica como productoras de conocimiento, pero también porque son instituciones que de alguna manera generan confianza en la población en un marco en el que muchas ellas afrontan una situación de descrédito. “Las universidades deben tomar eso y ser ejemplo de liderazgo social”, sostiene.

¿Y por casa?

Rodríguez Lozano estuvo en la Centro Universitaria Rosario (CUR), ya que dio una clase en la Facultad de Arquitectura local, y lo primero que le llamó la atención es el nombre con el que se la conoce –la Siberia– lo que no habla, justamente, de integración con la ciudad.

El arquitecto vio a este predio universitario “aislado de su entorno”. En ese sentido, instó a “trabajar con los vecinos” y a “reformular los bordes” del terreno, además de señalar “la gran oportunidad que representa la cercanía al río”. “Las universidades deben ser permeables, hay que abrirlas, suavizar los bordes”, sostiene.

El urbanista local Gerardo Cavallero, presente en la entrevista, explicó entonces que hay un proyecto de integración del CUR con su entorno, pero admitió que se ve una disociación entre los actores estatales intervinientes que hace que todo marche a un ritmo bastante más lento que la experiencia del Distrito Tec, que además de presupuesto propio de la universidad y fondos públicos, contó con aportes importantes de empresas privadas.

Rosario3 consultó a fuentes de la UNR sobre la marcha de ese proyecto, que incluye la reconversión de la calle Beruti en la avenida de la Universidad como espacio de integración entre el CUR y el barrio, y señalaron que el plan presentado en 2018 se retrasó por la pandemia, pero que en los últimos meses se produjeron avances que permitirán darle nuevo impulso.

El proyecto en torno al Centro Universitario Rosario (CUR).

En ese sentido, comentaron que uno de los núcleos habitacionales en los que se relocalizará a los vecinos ya está terminado y los otros están muy avanzados. Eso permitirá liberar los terrenos para terminar la avenida y completar un parque público, que se unirá con el que rodea las instalaciones universitarias. La idea es revitalizar la zona con otros proyectos, entre ellos la construcción de un centro territorial barrial en Esmeralda y Cochabamba.

El relato de la experiencia de Distrito Tec invita a sumar entusiasmo e ideas a la iniciativa.