Estacioné sobre Avenida del Huerto y empecé a caminar por el parque hasta la altura de Moreno. Vi a no más de 14 personas. Una mujer rubia de unas cinco décadas fumaba mientras usaba la bandera argentina en forma de capa. Un hombre con un poncho celeste y blanco me invitó a sentarme a su lado.

Allí me senté y respetuosamente le pregunté si les molestaba mi barbijo; o mejor dicho, mi doble barbijo. ¿Qué loco no? ¿Cuántas personas en pandemia habrán pedido permiso para usar barbijo? Daniel, el más amable del lugar, me lo permitió.

Daniel es un jubilado de Tribunales. Tiene 66 años. Dos by pass, y sufrió más de un infarto en su vida. Es paciente de riesgo y antivacuna. No sabe muy bien por qué, pero me contó una historia personal para justificarlo.

El jubilado, oriundo de Cañada de Gómez, me confesó que él no entendía mucho del tema de pandemias y vacunas, pero lamentablemente había perdido a su compañera de vida en 2009, luego de que ella se colocara la vacuna contra la Gripe A.



Mi conversación con Daniel la escuchó un hombre que estaba a mi derecha. Me dijo por lo bajo, “Pibe, ¿qué hacen estos acá? Yo porque estoy con mis nietos”. Escuché que iba a venir un doctor, fundador del movimiento Médicos por la Verdad Argentina, y que el doctor iba a dar una charla en contra del coronavirus, las vacunas y las medidas de prevención.

El vecino me contó con cara de angustiado “Escuché a una mujer decir que no se podía acercar a los que estaban vacunados, y yo tengo una vacuna puesta”. El hombre tenía 71 años y se aplica la vacuna contra la gripe todos los años. Y le da resultado, por supuesto.

Mientras el señor me contaba sus ganas de vivir, más gente se iba sumando. El reloj marcaba las 15 y apareció un canoso de pelo lacio. No parecía un médico. Parecía un líder político. Era Mariano Arriaga, fundador del movimiento Médicos por la Verdad Argentina. Mientras sus seguidores lo abrazaban y le agradecían (no se por qué pero le agradecian), mi nuevo amigo Daniel vino a buscarme para presentármelo.



Me acerqué con mi doble barbijo y le quise dar la mano, pero el doctor me ofreció el puño. Quizás solo trata bien a quienes lo alaban. O quizás me vio con barbijo y quiso respetar mis ideas. No lo sé, pero tras escuchar su oratoria por dos horas dudo que sea la segunda opción.

Los auxiliares del cacique anticovid preparaban el parlante y el micrófono, para que escuchen los fieles. Ya no eran 14, el número se acercaba a 50. Venían solos, o en grupos de 3 o 4 personas.

“Las empresas de armas quieren guerras para vender, y los laboratorios, ¿que quieren para vender? Enfermedades”. Y así fue como, por primera vez en la tarde, estalló la multitud con aplausos.

El doctor nunca se presentó, quizás porque dentro de la minoría es un Rolling Stone, aunque para mí su ego no le permite pensar que hay gente que no sabe quién es. Al principio de su monólogo dijo que hoy (por ayer) iban a hablar los creyentes. Sin embargo, pocos minutos después una señora quiso opinar, y le dijo: “Mantengamos el orden. Consultas al final”.



Mientras, los primeros guardias municipales se acercaban al semicírculo que conformaban los 80 oyentes del doctor. Mariano Arriaga contaba que los argentinos viven en “casi” un estado de sitio. “No lo es porque si te paran en la ruta y les mostras la constitución te dejan seguir, y si no te dejan, te llevan detenido y te sueltan al otro día porque la constitución nacional y el Art. 14, 29 y 36, son los que dictan este momento. Así recorrimos 14 provincias”. Y la tribuna, conformada por hombres, mujeres, niños, y ancianos de todas clases sociales, volvió a explotar en aplausos.

Los minutos pasaban, el hombre canoso hablaba, la gente aplaudía, y el doctor seguía hablando. Comenzaron a aparecer los insultos de quienes pasaban por ahí: “Ponganse el barbijo hijos de puta” “El barbijo la concha de su madre”, los antivacunas amagaron a contestarle, pero el jefe tribal, el doctor Arriaga, con un tono papal les decía a sus seguidores “No les contesten, ellos no lograron empoderar su mente o quizás se les murió su padre y les mintieron echándole la culpa al covid”. Como buenos fieles, se callaban, aplaudían y gritaban “Libertad, Libertad, Libertad”.



Al doctor no le importaban los gritos de sus seguidores, él solo seguía hablando. Criticaba a Bill Gates, la OMS, y Chequeado.com . Cuando algo extraordinario pasó: Arriaga escuchó a un fiel. “¡Subite al banco!” y él acató de inmediato. Allí, unos centímetros más arriba que sus seguidores, Arriaga se sintió poderoso y se le notaba.



Una vez ya arriba de su estrado, el doctor criticaba el uso de barbijos, el cierre de escuelas, y el distanciamiento social. Por primera vez, luego de casi una hora, un policía se acercó a hablarle respetuosamente para pedirle que siguiera con la charla pero que se distanciaran. ¿Qué hizo el doctor?: se tomó un mate en la cara del policía. Egocéntrico y provocativo.



Distinta fue la reacción de algunas mujeres anti coronavirus. Casi como madres, invitaban a los policías a escuchar, les pedían por favor que no se vacunen, y que cuiden su salud. Arriaga, desde su púlpito, sentenció: “Aplaudan a los policías que son víctimas del sistema. Les pagan dos pesos, arriesgan sus vidas”. Los fieles ovacionan, los policías se retiran, y los ajenos a la charla le piden respuesta a la policía. Frases como “Yo no puedo ir a un bar y vos permitís esto”, se escuchaban casi como en un cabildo abierto, justo en la semana de Mayo.

Un policía con pocas pulgas comentó por lo bajo: “Al que habla le tengo un hambre, no me dan la orden de arriba, pero ya lo tengo marcado”. La policía seguía llegando. Había 6 camionetas estacionadas sobre Avenida del Huerto y 4 motos por el parque. Los vecinos seguían pidiendo reacción a la policía.

El doctor seguía hablando. Iban casi dos horas de charla. La policía no aguantaba más la situación. Todo era un combo explosivo a esa altura.

La parte informativa ya había terminado, pero para Arriaga todavía no era momento de contestar las preguntas de los seguidores. Un policía se acercó y le explicó que tenía 10 minutos para terminar la reunión. Y tras esto, confirmé que el doctor Mariano Arriaga no solo era egocéntrico, populista y provocador. También era narcisista.

Comparó sus encuentros con la Marcha por la Sal en India. Es decir, se puso a la altura de Mahatma Ghandi.

Los 10 minutos de tolerancia de la policía se transformaron en media hora, el doctor Arriaga cerró su discurso manipulando a sus seguidores, comportándose una vez más como un caudillo.



Invitó a los presentes a participar de la marcha del 25 de Mayo y a viajar a Córdoba, donde supuestamente habrá otra convocatoria. “Quien no pueda ir no se preocupe, solamente va a ser cómplice de no permitir cambiar el mundo. Tienen que ir. Vamos a seguir hasta que la tierra sea cielo", postuló.

La policía prendió las sirenas, subió una camioneta al pasto y un oficial empezó a leer el decreto 334 del Poder Ejecutivo Nacional. El doctor contestó una pregunta y comenzó a cantar la marcha de San Lorenzo. ¿Será que se considera “el gran jefe”?. No lo sé, pero en ese caso espero que Daniel no sea Cabral.

Al terminar la canción patria, el doctor se bajó del banquito y un joven tomó la posta. Éste no habló, cantó una canción de tinte revolucionario. “No caigamos sin resistencia en las garras de su demencia”, decía uno de sus versos.

La policía formó un cordón de 5 motos y una camioneta, sonaban las sirenas, y explotaban los parlantes, la gente gritaba y bailaba como en un recital. Daniel estaba feliz, y eso me sacaba una sonrisa. Terminaron de cantar y comenzaron a retirarse lentamente. La policía controlaba la desconcentración. Arriaga, con cara de rock star, se sacaba fotos con su audiencia.