Mi viejo, siempre mi viejo. 

Tenía 10 cuando me regaló un radiograbador. Y ahí fui lo que aún soy, un radioescucha, un oyente. Para meterle oído a los partidos de fútbol y a música que pasaban en programas que ya ni recuerdo. Había cuatro casetes que siempre manoteaba. Uno que compilaba música del momento (The music for Unicef Concert), Mediterráneo de Serrat, otro de la Tana Rinaldi y un TDK que usaba para compilar un archivo mágico de voces que nunca más olvidé.  

El relato de Pablo Zaro de noviembre de 1979 y un gol del Patón en Parque que yo, ese pibe de 10 años, intentaba imitar: “Rechaza Bauza para Bacas, Bacas para Rodríguez, lo marca Mario Killer, amaga Rodríguez, se rehace Mario Killer, tira el Centro, Cabezazo de Bauza, gooolll”. 

Escuchar un sonido, grabarlo y atesorarlo por años. Ese y otros y otros y otros. Palabras de periodistas aburridos y dueños de un palabrerío desconocido. El pibe pispeaba desde allí el mundo adulto. Sabía que a pesar de estar encerrado en cuatro paredes, esa u otra soledad posterior,  tenía un anestésico infalible, la radio. 

Nunca más solo, viejo.

 Y si, en definitiva era un pibe que andaba solo en un lugar hostil. Inolvidablemente. 

La Radio, una ventana infinita. Como esa vieja Siete Mares que nos daba señales de otro mundo muy lejano, en idiomas que a veces no entendíamos. A volar carancho. 

La radio es mi viejo caminando en casa, en alpargatas de yute despeluchadas, puteando por otras palabras, noticias o porque la señal le llegaba defectuosa. Y las pilas. Y la sintonía, la antena. Y los tangos y el informativo. Y Monti, Mármora. Y Nacho y su bohemia carraspera que en casa se aplaudía. Siempre.

Soy un oyente de Radio que labura en la Radio y no al revés. Un oyente que participa, se enoja o emociona y escribe a programas. Que merodea sintonías para ver qué pasa allá afuera.  

Recuerdo dormir con la radio encendida durante mi adolescencia. Escuchar los partidos de futbol nocturnos.  No tener auriculares y para que nadie se avive de mi nocturnidad meter la radio a pilas debajo de la almohada y apoyar la oreja.  Susurros como un oasis. 

Oyente. La oreja despierta y esponjosa. Ser lo que soy porque quisiste que lo sea. 

Llego agotado, sin palabras, con ganas de escucharte. Porque siempre habrá una historia dispuesta a ser contada por alguien con mejores palabras que las mías.