A las 17.30 con la energía del sol en su último mes de verano, las puertas de la antigua casa ubicada en pleno Pichincha, específicamente en Tucumán 2647, se abren. El espacio es amplio, con ventanales vintage y puertas altas. Aún vacío, pero con miles de historias que lo habitarán en un futuro cercano.

“Sentante acá” dice Graciela Rojas, docente primaria, y señala uno de los dos sillones que estaban en el medio de la sala principal. La conversación comienza con los inicios de lo que hoy es una ONG.

En el año 2006 Graciela y Raquel cursaban la maestría de género en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). A raíz de un Encuentro de Mujeres en Chaco en el cual pudieron profundizarse con el caso de Romina Tejerina –la joven que fue condenada el 10 de junio de 2005 a 14 años de prisión por el asesinato de su hija, quien Tejerina aseguró que había sido fruto de una violación– notaron entonces que era ése era espacio no visible que usarían para finalizar sus estudios: las mujeres y la prisión. 

“El objetivo era ingresar a la cárcel, pasar un rato, charlar con las internas, familiarizarse y hacer un cierre”, dice Graciela, y se ríe. Se ríe porque el rato se convirtió en 15 años de acompañamientos, visibilización y lucha por los derechos de las mujeres que pasan gran parte de su vida tras las rejas. “Hay todo un imaginario de ellas, que son vagas, que no les gusta nada, que son abandónicas y en realidad son mujeres que no han tenido oportunidad”, agrega.

Graciela cuenta que el puntapié de la ONG Mujeres Tras Las Rejas fue el teatro, pero el avance fue con la radio comunitaria. “Una ruptura con el encierro donde entra el afuera y sale el adentro”. Todo el equipo llegaba una vez por semana con los elementos necesarios para que “las chicas” (así es como elije llamarlas Graciela) se sientan cómodas. En ese espacio ellas podían hacerse las uñas, leer un libro o hablar por el micrófono y que un exterior las escuche. “Íbamos varios y armábamos una estructura, incluso dábamos cursos o charlas”, cuenta. La idea nunca fue sacar periodistas, escritoras o productoras radiales sino poder “decodificar lo simbólico, elaborar un pensamiento y defenderlo”. Punto importante a tener en cuenta, porque mientras la charla transcurre, las carencias del sistema se escapan por todos lados. La radio entonces fue un despertar de conciencias, de derechos que no deben pausarse con el encarcelamiento.

“Muchas mamás que se iniciaron con nosotras pudieron por ejemplo pararse frente un juez y decirle que sus hijos necesitan comer o vacunarse”, cuenta Rojas. En el medio de la radio surge “El enredo” taller de costura que se realiza dentro de la prisión y los resultados se comercializan en ferias. Desde la cultura y con un arduo trabajo de equipo la ONG de Mujeres Tras Las Rejas fue abriendo camino y sobre todo posibilidades.

 “Las mujeres que están en las cárceles son un colectivo atravesadas por las mismas violencias y carencias”, afirma Graciela. Sin posibilidades de acceder a un sistema de salud, sin educación, sin protección. Estigmatizadas, discriminadas y con una posibilidad que parece fácil desde afuera: delinquir para sobrevivir. La gran mayoría de ellas cayeron por venta de drogas y ese delito le pese a quien le pese, resolvió la emergencia de comer. “No digo que este bien, digo que es un grito desesperado” continúa la fundadora de la ONG.

“Antes de ser victimarias, esas mujeres son víctimas de un sistema. “Todas dejaron de estudiar para criar hermanos, hijos, sobrinos. No saben cómo cuidarse sexualmente. Y nunca recibieron atención de su salud”, maman mandatos patriarcales fríos y crueles desde antes de nacer. La perspectiva de género es materia pendiente en la justicia y dentro de la prisión ni se nombra. La ilusión de una cárcel exclusiva para mujeres quedó en eso, una simple ilusión, un nombre más. Los motivos que Graciela cuenta son desgarradores y silenciados por el sistema: no llegan elementos de higiene personal: jabón, pasta dental o toallitas, traen al mundo a sus bebés dentro de la misma cárcel bajo llave y muchas veces sin apoyo médico, no tienen pañales para los niños que hasta sus cuatro años habitan la prisión y tampoco se les posibilita las visitas intimas. La ONG Mujeres Tras Las Rejas se encarga de ponerle voz a tanta ausencia. Dicen que después del esfuerzo llegan los frutos y hoy esta organización puede confirmar que es así.

Este sábado ese espacio vacío que recibió a Rosario3, se llenó de música, libros, artistas y gente, entre ellos Dora Barrancos. Las puertas se abrieron al público porque la “Casa compartida en Asociación penal y Mujeres Tras las Rejas” quedó formalmente inaugurada. En ese espacio se dictarán talleres para que “las chicas” puedan desarrollarse económicamente cuando su condena termine y llegue el momento de reinsertarse en la sociedad ya que la libertad llega sin recursos ni herramientas, como también para las mujeres que están afuera sosteniendo a aquellas que están dentro. Entonces la casa vendría a sostener al sostén en todo sentido. “Fotografía, arreglos de bicis y más adelante de moto también, todos dictados por profesionales,” cuenta Graciela. Mientras tanto este 2021 dentro del penal las actividades continuarán: poesía, huerta, fútbol entre muchos más.

La casa compartida en Asociación penal y Mujeres Tras las Rejas, no solo será un espacio para actividades y encuentros, también tendrá un sentido importantísimo dentro del sistema judicial: ser domicilio legal y de pre egreso, garantizando la posibilidad de socializar antes de la libertad total. Cosa no menor cuando la cárcel pensada con perspectiva de género se olvidó por completo de esta sección en su creación. 

La ONG Mujeres Tras las rejas, lleva 15 años usando la cultura y el arte como herramienta de conexión, educación y generador de posibilidades. Realizaron obras teatrales escritas por las chicas en prisión, escribieron libros, poesías, hicieron radio, crearon una huerta para que los más pequeños se alimenten. Ahora lograron un objetivo más: tener un espacio físico. ¿Qué falta? Políticas públicas.