Un estudio científico realizado en el Reino Unido detectó que no tener una casa propia genera un estrés y envejece más que fumar o no tener trabajo. El informe, si bien no se puede transpolar a una realidad distinta como la de Argentina o Rosario, habilita la pregunta sobre los efectos que provoca en millones de personas de la “inseguridad de vivienda” por alquilar o, más aún, habitar hacinados en villas miseria.

La investigación fue publicada por la revista Journal of Epidemiology and Community Health y difundida en medios de Europa. La doctora Amy Clair encabezó el equipo del Centro Australiano de Investigación sobre Vivienda. Utilizaron datos de “metilación del ADN” de 1.420 personas del biobanco de Reino Unido y de la Encuesta del Panel de Hogares Británicos.

Los científicos compararon las modificaciones químicas dentro de las células y en la activación de los genes. La conclusión asocia vivir de alquiler provoca “un envejecimiento biológico más rápido que hacerlo en una vivienda en propiedad”.

“Descubrimos que vivir en una casa de alquiler privado está relacionado con un envejecimiento biológico más rápido”, señala la conclusión. El estudio muestra, además, una diferencia más grande entre inquilinos y propietarios que la detectada entre los desempleados y quienes tienen trabajo o entre los exfumadores y quien no ha fumado nunca.

Para calcular el riesgo, tuvieron en cuenta a los factores medioambientales como la contaminación, así como el estrés financiero.

Aunque no se puede proyectar ese estudio a todas las poblaciones, la pregunta desde una ciudad como Rosario es si ese estrés de los inquilinos no se agrava con la inestabilidad económica. Y más aún sobre quienes viven en villas o asentamientos irregulares. Como informó este medio en base a datos oficiales de Renabap, en el departamento Rosario, existen 218 mil ciudadanos que habitan 175 “barrios populares”, la gran mayoría de ellos se ubican en la ciudad: distribuidos en unos 110 espacios que contienen a 35 mil familias (unas 100 mil personas).

Se trata de situaciones de precariedad que se caracterizan por tener una conexión irregular a la red de energía eléctrica (en un 93% de los casos), cocina con gas en garrafa (97%), conexión irregular a la red de agua (85%) y desagüe sólo a pozo negro/ciego u hoyo (72%).

“No tener donde caerse muerto”

 

En Rosario es difícil separar la “inseguridad de vivienda” de otras carencias profundas como vivir hacinado, sin los servicios básicos, inseguro, con problemas de acceso a la salud o la educación.

Hernán Reynoso, psicólogo y trabajador en un centro de salud municipal, no tiene dudas que la falta de techo, la inestabilidad que eso genera, envejece o estresa o contribuye a un peor nivel de vida, pero es difícil de separar de un combo de precariedad más amplio.

“No podemos aislar el problema de la vivienda porque hay otras situaciones concomitantes, como el acceso deficiente a la salud y a la educación en estos barrios. Son dificultades que se retroalimentan, la de vivienda, salud y educación, y son dinámicas relacionadas entre sí", afirmó Reynoso.

"Las personas que carecen de vivienda –siguió– tienen una deficiencia en salud porque las condiciones de vida son precarias. Y si tienen un acceso a la salud deficiente, esto a la vez colabora en el hecho de que cambiar a una vivienda propia sea más difícil ya que, al mismo tiempo, la educación superior está casi vedada para estas personas".

El psicólogo vinculó esa carencia a "un impacto enorme en lo subjetivo, como resume el dicho popular es «no tener donde caerse muerto»”. "Eso significa que ni siquiera para morirse tenés un lugar cuando muchos tienen casas cómodas. Y los medios, la televisión y las redes sociales muestran otras realidades de realización personal, mientras que vos no tenés nada”.

Las frustraciones y el ser/tener

 

Para Reynoso, el trasfondo subjetivo se refleja en una “sensación de impotencia y una disminución en la consideración de sí mismo”. “Pasás a ser alguien que no es alojado por su ciudad, por su vecindario, por el mundo, alguien que no tiene un lugar”, amplió en diálogo con Rosario3.

El déficit de viviendas (más de cinco millones que viven en “barrios populares” en el país y alrededor de ocho millones que alquilan) “puede tener consecuencias masivas y complejas, porque incide un aspecto sobre otro, y en muchos casos son excluidos, sus viviendas es precaria y no tienen la escritura de donde habitan, ese lugar no es de ellos”.

“Todo eso impacta en cuestiones básicas como las aspiraciones a tener algo y exacerba otras frustraciones”, dijo el especialista y explicó la vinculación entre “ser y tener” que son “dos grandes lógicas que operan una vinculada a la otra y si no tenés nada, estás despojado".

"Entonces se sobredimensionan otras formas del ser, como ser de Newell's o de Central, mientras que tener una casa o una carrera implican otro tipo de subjetividades. Son expulsiones permanentes que no son transitorias, porque su padre tuvo y su hijo tendrá esa misma condición con dificultades incluso cognitivas; no tener ni siquiera una cama”, reflexionó.