Más allá de la polémica que genera el feriado del Estado provincial de este martes, la celebración del aniversario de la fundación de Santa Fe la Vieja es una buena oportunidad para visitar la historia de la creación y el traslado de la primera ciudad del Litoral argentino.

Juan de Garay la fundó el 15 de noviembre de 1573 a orillas del río San Javier, pegado a donde hoy se encuentra Cayastá. Pero por las inundaciones periódicas que sufría y también los ataques de los indios llevaron a que se decidiera su traslado a un lugar más protegido: se eligió la actual localización de la ciudad de Santa Fe. La mudanza se realizó en carretas en 1560.

La ciudad vieja quedó abandonada con lo cual rápidamente fue devorada por la naturaleza. Hasta que en 1949 la descubrió el historiador Agustín Zapata Gollán y comenzó el trabajo de recuperación y restauración.   

Como el año que viene se cumplirán los 450 años de la fundación, el gobierno provincial retomó una vieja idea: que Santa Fe la Vieja sea declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Ya hubo un primer intento, que no prosperó, entre los años 2004 y 2005. Ni siquiera se la consideró, por la falta de preservación del sitio: las crecidas ya habían arrasado con un tercio de la vieja ciudad y faltaba una buena protección contra las inundaciones, tarea que ahora sí está realizada.

Que Santa Fe la vieja sea declarada Patrimonio de la Humanidad generaría un gran interés en el turismo cultural internacional, por el cual millones de personas se desplazan hoy por el mundo.

Santa Fe la vieja es la única ciudad colonial de la Argentina que fue mudada con una particularidad: el nuevo asentamiento se planificó y se ejecutó de manera exacta a como era el anterior, con las plazas, el Cabildo, las iglesias y las principales viviendas ubicadas con la misma distribución que tenía la vieja. 

Después de que Zapata Gollán descubrió Santa Fe la Vieja, en 1949, se conservaron las estructuras arquitectónicas y la traza urbana. También los documentos del Cabildo de Santa Fe y los restos humanos. 

El entorno, en cambio, se vio afectado por las quemas ilegales del humedal. Pero los incendios no afectaron las ruinas. 

Lo cierto es que el parque arqueológico es un paseo que merece ser realizado. 

Lo más impactante es la visita a la iglesia franciscana, en cuyo interior se encuentran los restos óseos de los vecinos que recibieron sepultura en ese lugar. Todo se conserva tal como fue dispuesto en su momento: los religiosos y sacerdotes con los pies hacia la puerta de entrada, en dirección al pueblo de los feligreses, y los civiles en posición inversa, con los pies hacia el altar.

Otro de los puntos de interés en las ruinas de Cayastá es el museo, un edificio de tres plantas donde se exhiben las principales piezas exhumadas por Zapata Gollán en 1949. El recorrido está dispuesto en orden cronológico y comienza con la muestra de elementos aborígenes precolombinos, y luego llega el turno de los objetos de los colonizadores españoles. En la planta superior del museo hay una ventana que deja ver un panorama imponente del predio con las islas de fondo.

El traslado de la ciudad requería previa autorización real. El 21 de abril de 1649, el procurador de la ciudad presentó al Cabildo una petición planteando el problema de la mudanza. Al año siguiente, el 16 de septiembre de 1650, el visitador general Andrés Garavito de León autorizó el traslado y el 5 de octubre del mismo año el Cabildo resolvió realizarlo. La aprobación real, en cambio, no se produjo sino hasta después de efectuada la mudanza, en 1670.

La antigua ciudad fue totalmente abandonada por sus pobladores en los primeros años de la década de 1660 y durante varios siglos quedó sujeta a la acción de los agentes naturales. Su emplazamiento y el territorio rural circundante no fueron ocupados durante el resto del período colonial. En 1868 en sus inmediaciones se fundó el pueblo de Cayastá, con inmigrantes de origen europeo y los terrenos de la primitiva ciudad fueron convertidos en tierras de labor.