Al margen de la calle, en una esquina, decenas de chicos, jóvenes y adultos esperan su momento. Sus segundos para ofrecer, convencer, seducir de alguna manera o simplemente suplicar. Son los vendedores ambulantes asociados al rojo de un semáforo, con el tiempo contado como un ajedrecista. No hay estadísticas sobre ellos y sus economías informales.

Turrones, alfajores, chipá, medias, escobas o algún servicio (limpiar vidrios de los autos) son el sustento de estos trabajadores. Cada uno tiene su lógica comercial. Los indicadores se miden día a día. Y después, volver a empezar. Si llueve, un problema. Dos días de lluvia, un problema grande. Una semana lluviosa, pesadilla. Además del clima, a todos les pegó la suba de los precios y la baja en el consumo de este año, aunque no reaccionaron de la misma manera. ¿Cuánto es la “inflación semáforo” y cómo se la rebuscan los actores de este polirubro?

Turrones y escobas, ganancia en baja

Antonio transita un día clave en la esquina de Oroño y 27 de Febrero. El mayorista le acaba de aumentar la caja con 50 turrones de maní Misky de 90 a 117 pesos, un 30 por ciento. Hasta ayer él los vendía a cuatro por 20 pesos pero ahora busca trasladar la suba a sus clientes.

“Probé a tres turrones por 20 pesos pero me dicen que es muy caro. Volví a ponerlos a cuatro por 20 y algunos me piden hasta cinco por 20. El año pasado sí los vendía a cinco por 20 pero la caja me salía 68 pesos, casi la mitad”, calcula. Lo mismo le pasa con los alfajores (tres Turimar por 20 pesos; la caja subió de 70 a 80).

Los clientes que lo conocen. Esa es la fortaleza que mantiene Antonio y su capital acumulado en 20 años de trabajo en esa esquina, dice. Pero los distribuidores –que le ofrecen lo que ya no ubican en los kioscos- no le dan tregua con los precios. “Se comen el abuso, así no gano nada yo. ¿Si siguen aumentado qué voy a vender?”, se queja y abandona las preguntas porque el semáforo volvió a rojo.

Sergio, de 35 años, dejó su carrito con escobas enfrente y lo espera en el cantero central. “Sale menos porque la gente gasta menos, prefiere otras cosas. Antes que una escoba compra comida”, analiza.

Un producto que el año pasado le costaba 22 pesos, lo vendía a 50. Ahora le sale 55 y trata de comercializarlo entre 80 y 100 pesos. Sale a la mañana. Antes cortaba a la siesta, ahora tiene que estirar hasta las 17. “Hoy vendí diez cosas, junté unos 900 pesos en total. Tengo seis chicos y con mi señora somos ocho en casa. Gasto 500 ó 600 pesos por día. Me quedan 300 para volver a comprar mañana y salir de nuevo”, resume.

Antonio vuelve molesto. “Cinco semáforos y no vendí nada; antes hacía una o dos ventas por tiro”, compara.

Chocolate, la alternativa

“No voy a trabajar todo el día para la distribuidora. A los turrones ya no le podemos ganar nada”, cuenta Daniel, 28 años, que decidió pasar al chocolate cuando la caja de Palmesano –la oblea de maní más barata- subió de 45 a 77 pesos. En cambio, compra los 21 Hamlet a 130 pesos y los ofrece a diez cada uno. Se queda con 80 de ganancia por caja. Es más difícil de vender que el turrón pero hace una diferencia para sostener su hogar: pareja y dos chicos.

“Con el choco ganamos los dos, el distribuidor y yo”, sigue Daniel, que comparte el semáforo de 27 y Avellaneda con un vendedor de chipá, un limpiavidrios y con “Quebracho” -"no sé cómo se llama pero le decimos así porque nunca tiene una moneda para la gaseosa"-. 

Chipá, ¿las Lebac de la calle?

Hugo tiene 21 años, nació en Paraguay y vino desde Encarnación a Rosario a los 17. Ofrece chipá de “Los Amigos” a seis por 20 pesos en Oroño y Gálvez. Él dice que tiene más plata en el bolsillo porque antes de abril vendía la bolsa de cuatro a 10 pesos. Y el año pasado, a seis por apenas un billete de 10.

Trabaja de lunes a viernes. Sale de su casa en bicicleta, busca las bolsas en la panadería y sigue hasta su parada. Hace doble turno y puede ganar entre 600 y 700 pesos la jornada.

Hugo vendía cada chipa a 1,66 pesos en 2015 y en este segundo semestre de 2016, a 3,33. El valor de su producto creció 100 por ciento, el doble que el estimado para la inflación anual. Pero la ecuación del chipá no está completa.

En 27 de Febrero y Avellaneda, Antoliano, aporta más datos. “Antes vendía bien, 40 bolsas por turno, pero ahora más o menos, 30 bolsas a la mañana y 20 ó 25 a la tarde”, sintetiza. La cotización del chipá aumentó para nivelar el descenso en las ventas.

chipá

El hombre de 56 años, que usa la misma pechera que Hugo, blanca con la marca de esos panes de almidón de mandioca y queso escrita en rojo, hace dos años que está radicado en la ciudad. También llegó desde Paraguay.  Empieza a las 7, corta al mediodía y vuelve a la tarde. Una jornada de nueve horas. Con un costo de 12 pesos por bolsa, calcula que tiene que ubicar unas 60 por día. No siempre lo logra.

Eliminar costos, otra salida

“Los turrones subieron a tres por 20. Yo no vengo más. No vendí nada, no hay plata en la calle. Mejor andá a hablar con el muchacho que está por Francia, él está todos los días”, dice un vendedor ambulante de unos 50 años en el semáforo de Pellegrini al 5300, que comparte con un limpiavidrios, más joven.

“Ya se fue el muchacho, se fue más temprano hoy”, responde Pablo Fabián Fernández, con tono de compañero de oficina, en la esquina de Francia y Pellegrini. Tiene 26 años, lleva la número 32 de Scocco en la espalda, gorrita roja y medias encima del pantalón negro. Hace una década que trabaja en la calle: pidiendo, tarjeteando o vendiendo lo que sea.

Pablo analizó costos y cambió de rama: dejó los turrones para limpiar vidrios. “Antes le ganaba 150 pesos a la caja de turrones y ahora 50. Tenés que vender 10 cajas para llevarte algo”, cuenta. Su actividad actual no tiene tarifas ni un ingreso fijo pero como casi no implica gastos todo es ganancia. En una jornada de cinco horas puede reunir 400 pesos.

“Te dan un billete de dos, de cuatro, una moneda. Yo no pido nada, ni voy de prepo, si no quieren, no quieren”, dice Pablo que enfrenta un desafío extra: se le quemó la casa en la que vive con su novia en Oroño y Gálvez. Además de juntar los pesos para el día, están tratando de reamar su vivienda. “Pero está duro y algunas personas te tratan mal. Hay mucho narco dando vuelta. Se metió la droga en la calle y está cocinando todo”.

Un sostén religioso

En Pellegrini y Provincias Unidas, el último semáforo de la salida hacia Córdoba es de Antonio. Como dice el cartel de cartón colgado de su bicicleta, "Alfajor 5 x 20$", son marca Genio; o cinco turrones Nevares por el mismo precio.

 “La gente tiene plata pero no la gasta, salvo lo justo y necesario”, cree. La inflación y la caída del consumo alteraron su economía. “Me tuve que ajustar un poco. Corté el cable, los 480 pesos de Cablevisión. Pero yo vivo solo, acá a ocho cuadras, así que me las arreglo, voy puchereando”, dice.

Tiene 61 años y hace cuatro que para en esa esquina. En el verano vende inflables o pelotas para la pileta. Fue 40 años churrero y heladero pero la bicicleta lo cansó. Ahora son las piernas la que le ponen límites a estar parado desde las 10 y hasta las cuatro o cinco de la tarde. Antes se iba más temprano pero le cuesta más juntar la plata, sobre si todo si tocan días de lluvia o muy fríos.

No trabajó el último domingo, ni el lunes, ni el martes por el clima y tiene que recuperar terreno. Por eso se aguanta el dolor en las piernas. Silla no usa porque sentarse y levantarse al ritmo del verde, amarillo y rojo es peor. Tiene un truco que lo ayuda. En el cantero central de Pellegrini hay un monolito de cemento que da la bienvenida a Rosario. Es de la Iglesia Evangelista. Es casi un asiento alto para Antonio: “¿Evangelista yo? No. Pero agradezco el apoyo”.