Los 800 kilómetros que ostenta el río Paraná en Santa Fe, sus costas y profundidades, las lagunas y arroyos del humedal, los peces que van y vienen, que duermen colgados como una percha o que permanecen sin piel ni escamas como en la prehistoria configuran un universo que parece inabarcable. Pero existe en Rosario un portal único que devela parte de sus misterios y que está abierto a los curiosos y aventureros.

El Centro Científico, Tecnológico y Educativo “Acuario del Río Paraná” nació en febrero de 2018 en la avenida Eduardo Carrasco y Cordiviola (frente al parque Alem y la cancha de Rosario Central). En su primer año lo recorrieron 150 mil personas. El interés desbordó la expectativa de los responsables del lugar, quienes debieron modificar su funcionamiento para poder recibir escuelas, instituciones, turistas y rosarinos con ganas de aprender más sobre su ambiente natural.

El Acuario de zona norte funciona de martes a domingo y cuenta con visitas guiadas de una y dos horas, según el turno. Se puede comprar la entrada (30 pesos la general) en la boletería con anticipación o a través del sistema online para reservar turnos y no quedarse afuera. Los domingos a la mañana es gratis.

Parque autóctono

El centro puede dividirse en tres ejes. La educación representada en la sala de acuarios con las diez peceras y siete mil peces de cien especies. La ciencia con las investigaciones que se desarrollan en el Laboratorio Mixto de Biotecnología Acuática. Y la comunidad, con los lazos que tienden el Parque Autóctono y el Puerto de Pescadores.

Por los espacios verdes comienza el recorrido. Lo que parece una zona descuidada o desprolija es el “Pastizal pampeano”, una de las cuatro ecorregiones del balcón frente al río. La laguna y sus “comunidades acuáticas”, el “bosque en galería” y el “bosque fuerte”, completan esa capa del recorrido.

La laguna en el parque (Alan Monzón/Rosario3.com).

La sola presencia de esos pastizales en el predio generó la atracción de nuevos insectos, que a su vez implicaron la llegada de pájaros. Los especialistas ya identificaron 50 especies de aves entre los árboles del Parque Autóctono que recrea zonas de los humedales.

En el parque también se ubican los piletones donde se reproducen ejemplares de pacú y de pejerrey. Los primeros en la pileta grande y los otros en espacios circulares, acondicionados con agua fría.

Piletones chicos, grandes  y circulares ( Alan Monzón/Rosario3.com).

En el otro costado y hacía el espigón quedó la bajada para los pescadores, quienes ya estaban en el lugar antes de construir el nuevo acuario (“nuevo”, porque el primero fue construido en 1940 y funcionó por etapas). Los pescadores fueron vitales para la constitución del lugar y mantienen un rol clave: acercan especies, comparten conocimiento y -por supuesto- ayudan a pescar cuando hace falta.

Laboratorios mixtos

La planta baja del edificio permite atravesar por el medio al Laboratorio Mixto de Biotecnología Acuática donde trabajan becarios e investigadores. A la derecha está el “laboratorio sucio”, con tanques, cubetas, agua y filtros. Allí, por ejemplo, Mariano analiza larvas de pejerrey: las células madre y el crecimiento muscular.

Lo que parece una abstracción se traduce con el tiempo en resultados concretos. Hasta ahora los especialistas creían que el pejerrey llegaba a esta zona desde el mar. Con estudios de ADN, los científicos locales lograron probar que provienen de lagunas bonaerenses y suben por el Paraná. Ahora, Mariano trata de identificar por qué algunos ejemplares son más grandes que otros y que características en común comparten.

Mariano llegó a trabajar con 200 larvas de pejerrey  (Alan Monzón/Rosario3.com).

Las líneas de investigación son múltiples. Otro grupo se pregunta qué es lo que produce que algunos ejemplares de pacú resistan más al frío que otros, una clave para poder soportar las heladas y reproducirse en la zona de Rosario. Con un filamento de una aleta alcanza para comparar las cadenas de ADN. El trabajo de campo se completa en el “laboratorio limpio”, donde están las computadoras y los equipos más sensibles. 

Como el edificio es de la provincia y los científicos y sus proyectos son financiados por la Universidad Nacional de Rosario (UNR) o el Conicet, la palabra “mixto” se ganó un lugar en el nombre del instituto.

La planta baja del complejo (Alan Monzón/Rosario3.com).

Sala de acuarios

Después del parque y sus ecosistemas y de acercarse al desarrollo científico, el visitante del Acuario llega a las peceras con otros ojos. El primer espacio recrea una zona de lagunas, que es algo así como la cocina de una casa: es dónde los peces van a comer. También se reproducen. El vidrio está cortado y se puede apreciar desde el costado y desde arriba.

Hay más de 30 variedades de mojarras, bagres y rayas (la Brachyura llega a medir dos metros y pesar 200 kilos pero en el acuario sólo hay chicas).

El primer espacio recrea una zona de lagunas (Alan Monzón/Rosario3.com).

Otras tres peceras simulan el hábitat de un arroyo. Están divididas para que los carnívoros, como el Dientudo paraguayo o la Palometa (que tiene la mordida más potente del reino animal), no se crucen con los pequeños herbívoros. El Surubí lima o Cucharon espera colgado a un costado que se apaguen las luces: es un pez nocturno y se activa cuando el resto descansa.

El Surubí lima o Cucharon (Alan Monzón/Rosario3.com).

Algo se repite en todos los espacios. En el fondo, quieta, una Vieja del agua. Este pez tiene placas, que es un estado anterior a la escama, y por eso tiene esa apariencia prehistórica (por no decir vieja).

Más adelante, las dos peceras circulares se lucen en el centro de la sala. Tienen 24 mil litros de agua. Desfilan ejemplares de pacú y de pejerrey.

Ejemplares de pacú en una pecera circular (Alan Monzón/Rosario3.com).

Junto a las bogas y dorados, que serán las próximas especies a investigar en el laboratorio de la planta baja, hay un único Pira pitá, que es un salmón de río con una cola de color cambiante. No es la única perla del Acuario: detrás de las peceras espera para sumarse el Pez pulmonado o Lepidosiren, hallado en San Javier.

La pecera del canal principal con 80 mil litros de agua  (Alan Monzón/Rosario3.com).

El recorrido cierra con la pecera gigante del fondo con 80 mil litros de agua. Una pared de vidrio que permite disfrutar del "canal principal" del Paraná y parte de las criaturas que esconde el río marrón. Un portal que es posible gracias a un entramado de caños, filtros especiales, bacterias que se utilizan para limpiar los residuos de los peces, tanques para calentar o enfriar el agua y hasta buzos que ingresan a las peceras para limpiar el fondo.

Acuaristas buzos, parte del personal (Alan Monzón/Rosario3.com).

Completan la experiencia juegos interactivos, un tótem con información extra de flora y fauna, simulacros de sequías e inundaciones (dos factores positivos para el medio ambiente del humedal) y hasta una arena que mediante un juego de luces reconstruye el daño que puede provocar un terraplén ilegal. El corte de un curso de agua en zona de islas seca lagunas y daña el ecosistema, que a esa altura ya es patrimonio del visitante.

Detrás de escena: el techo y las tuberías (Alan Monzón/Rosario3.com).

Con todas esas herramientas, los tres ejes descriptos al principio (educación, ciencia y comunidad) se entrelazan en una experiencia vivencial y enriquecedora. Bastante más que ver peces de colores en un estanque.

Info útil

Horario de Boletería: de martes a viernes de 8 a 12.30 y de 13.30 a 18. Sábados, domingos y feriados, de 9 a 13.30 y de 14.15 a 19.30. Teléfono: +543414724695. Compra de entradas online, desde acá.

El domingo a la mañana las visitas son gratuitas. Las entradas se entregan desde las 9, por orden de llegada y hasta cubrir la capacidad disponible. 

El lugar es accesible e inclusivo, con rampas de acceso, ascensor y sillas de ruedas.

El Acuario tiene un restobar con vista al río que sirve desayuno, almuerzo, cena, bebidas y café.

Dirección: Avenida Eduardo Carrasco y Cordiviola. Cómo llegar: líneas de colectivo: 110, 129, 153 negra y roja.