Cuando Australia logró descontar con una carambola inesperada (la única forma en la que podía vulnerar al Dibu Martínez en ese momento del partido, cuando faltaban 15 minutos), la vieja sentencia de que “el 2 a 0 es el peor resultado” salió del archivo para atropellarnos y helarnos la sangre: de repente, un adversario que parecía sepultado renacía sin merecerlo y volvía a darle cuerpo a los fantasmas del debut.
El cruce providencial de Lisandro Martínez a Behich y la tapada magistral del arquero argentino a Kuol en el último suspiro le dieron a ese axioma carácter de verdad. Y trajeron a nuestra mente otra frase del cancionero nacional, con la voz del Polaco, que parece hecha a medida de todos los logros del fútbol argentino: “Primero hay que saber sufrir”.
Cierto es que entre el descuento australiano, las dos salvadas mencionadas y el pitazo final se acumularon no menos de cuatro situaciones claras de gol para sentenciar la historia y evitarnos tanto dolor de estómago. Pero este espinoso último cuarto de hora debe funcionar como un alerta: contra los árabes y ante los canguros, el elenco de Scaloni se descuidó y le clavaron un aguijón que lo dejó paralizado. Por suerte (y mucho mérito de su defensa) esta vez el éxito no se escapó.
A veces, los triunfos contra rivales que en los papeles son accesibles minimizan el logro. Pero los invito a mirar algunos resultados que se dieron en esta contienda ecuménica: Japón bajó a Alemania y a España, Marruecos a Bélgica, Túnez a Francia, Camerún a Brasil y Corea del sur a Portugal. Y ni que hablar de nuestro fatídico estreno. Hasta podríamos agregar en esta lista que los propios australianos le sacaron a Dinamarca un casi seguro segundo puesto del Grupo D. Vale el repaso para que cerremos el puño con ganas.
A partir de ahora, lo más importante para todos ya no será jugar bien sino pasar de ronda como sea: se sabe que en un mano a mano, hasta se lo puede hacer prescindiendo de la victoria mientras no te conviertan y estés fino en los penales. Pero la Scaloneta no lo siente así porque tiene el ADN de “la nuestra”, la que nos gusta y enorgullece, la del toque paciente aguardando el pase profundo o la gambeta certera. Esta selección cuenta con la magia de Leo y el sudor de De Paul, dos emblemas del “juegue” y “ponga huevo” que históricamente pedimos desde las tribunas.
Y hasta se advierten algunos genes bilardistas en las zambullidas del Dibu para ganar tiempo tras un centro fácil o en varios rechazos a la tribuna de los defensores que son oportunos y bienvenidos. Todo entra en la coctelera de esta Selección que, como dice la canción que retumba en Qatar, nos volvió a ilusionar. De la mano de un petiso que cuando hace sonar su zurda, nos lleva detrás suyo como el flautista de Hamelin. Toque, maestro.