Parece una sinrazón, pero los psicólogos y psiquiatras infantojuveniles lo reafirman: la tasa de adolescentes que sufren depresión viene aumentando con el paso de los años. Justo esa franja etaria, la que supuestamente está viviendo sus mejores años, sin las preocupaciones del mundo adulto ni la inconsciencia ingenua de la niñez, aunque con otras características no siempre tenidas en cuenta que la transforman en una edad difícil. Y eso se potenció con la llegada, el desarrollo y la paulatina salida de la pandemia. No es algo que ocurra sólo en Rosario, pero nuestra ciudad no está ajena. Y el tema, que puede tener algunas derivaciones trágicas si no se aborda a tiempo, parece estar invisibilizado.

Los trabajadores de salud mental de la ciudad lo admiten: están desbordados, no sólo por los jóvenes que acuden derivados por familiares preocupados por su desinterés o su desánimo o por otros especialistas, sino también por personas mayores que han sido golpeadas por todo lo que generó el Covid. El de la salud mental es uno de los rubros que más rápido se reactivó y que más trabajo tiene. 

“La demanda en salud mental ha aumentado mucho, sobre todo una vez que pasamos el confinamiento más estricto, cuando hubo ciertas aperturas y la escuela volvió a funcionar. Es difícil encontrar turnos, porque todos los colegas estamos hasta las manos. Y lo que les pasa a los jóvenes también tiene que ver con el impacto de la pandemia en los adultos”, dijo la psicóloga Paula Martinetti (matrícula 5369), que trabaja en salud mental en la órbita municipal y que fue consultada por Rosario3.

Cuando decimos derivaciones trágicas, hacemos referencia a la autolesión o el intento de suicidio como manifestaciones más severas de esos cuadros depresivos, que pueden tener orígenes diversos. “El fenómeno de intento de suicidio o suicidio consumado en adolescentes es hoy un hecho inédito en la historia de la humanidad. Si uno busca va a encontrar algún mojón en el pasado, pero tiene pocos precedentes. Y se ha transformado en un tema preocupante en salud mental en los últimos años”, dijo el doctor Juan Manuel Sialle, médico psiquiatra (matrícula 7204).

Si bien en la ciudad no hay un registro actualizado de autolesionados o jóvenes que intentan acabar con su vida, varios médicos consultados admiten que la tasa de chicos que van a las guardias con lesiones autoprovocadas ha aumentado. Números que van en sintonía con lo que se presentó a nivel país en el último Congreso de la Asociación Argentina de Psiquiatras Infantojuveniles y Profesiones Afines (AAPI), con información de hospitales y sanatorios de niños de toda Argentina.

"Sobre los cortes en el cuerpo que se hacen los adolescentes y preadolescentes, es una práctica que se ha incrementado en los últimos años. La mayoría de las veces no intentan quitarse la vida, sino terminar con un sentimiento intolerable. Ellos manifiestan que el corte les produce alivio: después de cortarse, se alivian y a partir de eso puede empezar a hablar y poner en palabras lo que sienten. Es paradójico que haya que producirse un dolor en el cuerpo para frenar un dolor psíquico", afirma otra profesional consultada que prefirió el anonimato.

"También se escucha 'lo hace para llamar la atención', pero no hay que desestimarlo: hay que darle lugar y consultar interdisciplinariamente, incluso iniciar un tratamiento con medicación. Lo que hay que lograr es que se instalen ciertas condiciones para que el joven pueda empezar a elaborar esa angustia, a ponerle nombres y palabras a las emociones y los malestares", añadió.

Adolescentes y adultos bajo la lupa

Según la Organización Mundial de la Salud, la adolescencia es “una de las etapas de transición más importantes en la vida del ser humano, que se caracteriza por un ritmo acelerado de crecimiento y cambios, superado únicamente por el que experimentan los lactantes”. Se trata de una fase de desarrollo que viene condicionada por diversos procesos biológicos, pero que también está atravesada por relaciones afectivas y sociales que necesariamente deben estar presentes para acompañar al joven en el proceso.

“La presencia del adulto para el adolescente es fundamental. Si bien la adolescencia se inicia con el proceso puberal, esa condición es necesaria pero no suficiente. Si no están dadas las condiciones ambientales (no hay referentes adultos, no está la escuela como institución, ni los pares, ni los otros sociales), si ese ambiente no ofrece un lugar para que el adolescente despliegue todo el drama que implica la adolescencia, el joven no encuentra otros a quien oponerse, a quien confrontarse, con quienes militar sus ideologías. El adulto tiene que estar conteniendo ese drama, y si no está, el joven no consigue con quien oponerse y se encuentra solo”, explicó la psicóloga Paula Martinetti.

Para la doctora, la pandemia subrayó esa ausencia: “Si bien viene pasando que hay una alteración en la brecha generacional, brecha que es sumamente necesaria para que el adolescente se constituya como tal al haber otro adulto que le ofrece una diferencia, en pandemia eso se acentuó: nos atravesó a todos la incertidumbre y el miedo, muchos padres quedaron sin trabajo y el no saber qué iba a pasar dejó a muchos adultos desvalidos y desfallecientes en su función de sostener esa diferencia, de armar un relato, de significar. La función del adulto es intermediar entre lo que le pasa al adolescente, esa conmoción que se le arma, y la realidad. Decirle 'a mí eso ya me pasó', 'yo lo resolví de ese modo'. Es importante que esté y ofrezca esa posición, esa presencia, más allá de que los parezca que los chicos no escuchan. Y por el Covid, hubo adultos que se derrumbaron, como pasó también en crisis anteriores como la de 2001”.

Cuando eso ocurre, “los chicos quedan solos y se produce el desamparo simbólico: hay chicos que viven en contextos de pobreza y carencias que están desamparados psíquicamente, materialmente, socialmente, pero el desamparo simbólico se da porque no hay otro que presta un lugar para que ese adolescente sea adolescente. Desamparo simbólico que no es condición de los barrios marginales: lo hemos visto mucho en pibes que están amparados de otra forma, viviendo en countries, por ejemplo, pero que finalmente están solos. Por eso es necesario que haya un adulto presente y pueda sostener esa asimetría”.

Por su parte, para el doctor Sialle no son pocos los padres que creen que armarles la agenda y llevarlos a cada una de sus actividades significa estar presentes. “Al hablar con la mamá y el papá de un adolescente depresivo, la mayoría responde que no entienden el por qué: ‘¿Cómo puede ser? Si nosotros vivimos para él, le damos todo lo que necesita: le pagamos inglés, baile, danza, el deporte, el colegio’. Evidentemente sucede que al vivir en esta selva de egos, de exigencias monetarias, de exigencias psíquicas, se olvidan de darles lo más importante: tiempo. Y no se dan cuenta de que lo único que quieren esos chicos es que los quieran”.

Hablemos macanas

 

Sialle no duda: nada es más valioso para los chicos que pasar un rato con ellos. “Cuando un joven se le caen las lágrimas al hablar de su papá o su mamá, es porque están faltando padres. Los padres están corridos. Cuando un pibe me habla de su relación con su padre. no me resalta que le compraron una computadora o la Play. Me recuerda emocionado el abrazo que se dieron gritando el gol de Newell’s o Central, del tiempo que pasaron juntos, de cosas sencillas que no tienen un valor económico. Esos actos son los que forman a los pibes en la relación con los padres. En general los pibes se acuerdan de esos acontecimientos que valen dos pesos con cincuenta. No es un tema de economía, es un tema de tiempo”.

El especialista admite que para los padres también es difícil librarse de las exigencias de estas épocas: “Yo no me la quiero agarrar con los padres, porque somos todos víctimas de un sistema en el que la interacción con el otro no es importante. Lo importante es que vos produzcas, generes. La interacción con el otro ha perdido prestigio entre nosotros. El encuentro humano, que es lo más valioso que tiene la sociedad, está muy debilitado: no sólo por la pandemia, sino además por la violencia, por la inseguridad, por lo que quieras. La vida se torna medianamente interesante cuando hay proyectos. ¿Y cuándo hay proyectos?: cuando te juntás con otros “. 

Entonces: ¿cómo descubrir que nuestros hijos pueden estar atravesando un cuadro de depresión? ¿Qué cosas leer de sus comportamientos y tomarlas como pautas de alarma? “La soledad, el aislamiento, el ensimismamiento, eso hay que tener en cuenta en los pibes”, enumera Sialle.

¿Y cómo actuar en ese caso? Para el especialista, “nunca hay que retarlos. Hay que acercarles una gaseosa y preguntarles cómo van las cosas. Y escucharlos. No preguntarles, con la mano en el bolsillo, ‘¿cuánto necesitás?’. En ese sentido, vamos perdiendo 14 a 0. Los padres me miran y me dicen ‘sí, doctor’, pero no pueden porque están encerrados: hay que trabajar y generar y generar y generar. Es una lucha muy desigual. Pero hay que intentarlo”.

En vez de perder tiempo en otra cosa, hay que dedicarse a hablar macanas con los hijos. Con los chicos no hay que hablar de cosas fundamentales, filosóficas: hay que hablar de sandeces, porque los chicos en ese clima de ociosidad pueden empezar a contarnos qué les pasa. Es lo más valioso que tenemos, es el arma más preventiva que hay, y sin embargo es tan difícil de lograr. Es otra historia: es el encuentro, es estar ocioso con el hijo. Creo que cuando los padres logran entender eso, todo cambia”.