Sería rarísimo recibir un paquete con un regalo y no abrirlo. Sin embargo suele pasar algo parecido con las posibilidades de los elementos tecnológicos que usamos todo el tiempo y, también, con nuestras potenciales capacidades que no "descubrimos" ni "desenvolvemos".

Todos los seres que poblamos la Casa Común recibimos gratis y a cada instante, respirando, el regalo de la vida y no siempre ni todos somos conscientes de este "cotidiano acontecimiento". Alguien sostiene y recrea con su aliento el universo en su totalidad y a cada habitante en particular. Esto nos capacita y nos convoca a hacer más habitable la casa que compartimos. A esto lo llamo "dar frutos", a partir de lo que recibimos.

Es cierto que hay personas que reciben "dones extraordinarios", pero siempre será para hacer multiplicar el bien y así beneficiar a muchas personas. Aunque también es cierto que todos somos capaces de cuidar y de cuidarnos. La vida que recibimos en cada latido es amor y no es para "guardarlo" sino para multiplicarlo generosamente. Ese es el principio de "transformación" que todos disponemos para construir una convivencia pacífica e igualitaria.

Los dones no nos reemplazan en nuestra responsabilidad de dar frutos, para eso los recibimos. Y cuando se presenta alguien dotado, por ejemplo, para acompañar a recuperar salud, esto no nos exime de cuidar responsablemente la salud personal, familiar, comunitaria y planetaria.

Se trata, entonces, de apreciar y agradecer los dones "extraordinarios" que podemos encontrar en algunas personas, pero se trata también de abrir el paquete de los regalos "ordinarios" que todos disponemos para dar abundantes frutos de amor, de justicia y de paz.