Hace 8 años me hacían lugar en la redacción de Rosario3.com. Fue entonces que me convertí en uno de los redactores que “abre” la edición, todavía de noche durante el invierno. El tiempo (o el clima), la cartelera y los policiales fueron los primeros temas que me asignaron. Por entonces, yo era de los que consideraba que la inseguridad era una mezcla de realidad con alta dosis de sensacionalismo y tufo de otros tiempos oscuros, creía (y creo) que por esos días, la situación de violencia en la ciudad no era alarmante e incluso me enojaba cuando alguno intentaba comparar a Rosario con Medellín. Y tenía pruebas de ello: “Mirá yo escribo todos los días policiales, de fuentes oficiales –advertía para aclarar la parcialidad– y no es tan así que te matan por un par de medias”, repetía con convencimiento.

Pero 2007 no es 2015.

En los últimos meses venimos “subiendo” al portal más de 5 casos policiales por jornada. “No doy más de escribir policiales”, es lo que se escucha por la Redacción. Los robos, escruches, asaltos, homicidios, tiroteos, peleas recargan nuestra agenda de trabajo al máximo, encabezan la página de inicio (home), asfixiando el resto de las noticias. Incluso a las notas más banales pero más leídas.

El copamiento de los “policiales” no sólo afecta a Rosario3. Los hechos vinculados al delito son el principal contenido radial y televisivo y llenan las crónicas de los diarios de papel. Allí, no sólo hacen tapa sino que muchas veces han logrado que la sección pase a la página 3, históricamente reservada para los hechos vinculados a la vida urbana.

Lo que denominamos “inseguridad” no sólo modifica la cotidianidad de cada uno de nosotros. Las alarmas, la seguridad privada, las rejas y los perros guardianes; los “te llevo y te voy a buscar” o los “te espero a que entres”, la desconfianza, el temor a la gorrita o a la moto ruidosa se traducen en el periodismo porque antes se hicieron carne en los periodistas.

Años atrás, la jerga policial no tenía tantos matices. Robo, asalto, escruche para denominar los casos en los que los ladrones ingresaban a una casa vacía, es decir, aprovechando la ausencia de los moradores. Sin embargo, en los últimos dos o tres años, se fueron incorporando “motochorros”, “entraderas”, “hombres araña” y hasta “rompe puertas”, por citar algunos ejemplos. La diversidad de términos es así, proporcional a la variedad del delito y su caudal.

Este escenario, que también forma parte esencial de la campaña electoral de 2015, no sólo nutre títulos noticiosos, sino que además es fuente de inspiración para un sinnúmero de notas periodísticas, ya sean informes sobre criminalidad, precios de sistemas de seguridad, declaraciones de funcionarios, relatos de víctimas, reclamos de sectores gremiales. Ya lo saben muy bien los productores mediáticos.

El trabajo periodístico se concentra en esta catarata imparable de información. Mientras uno escribe sobre el asalto a mano armada a un taxista, otro actualiza el estado de una causa por un homicidio y otro está al teléfono recibiendo “data” de una “entradera” o un nuevo (cada vez son más) hecho de violencia de género. Por su parte, arde el chat que el Ministerio Público de la Acusación posee con periodistas, a través del cual vuelca información oficial sobre los hechos más relevantes.

Y ahí va otro punto. Desde hace un tiempo, en los escritorios nos acostumbramos a seleccionar lo más importante. Ante tanta fluidez y cantidad de situaciones, hay que elegir qué contar. ¿Los criterios? Lamentablemente, suelen primar los homicidios, seguidos por casos donde haya heridos graves en un orden de importancia que puede resultar injusto, parcial, incompleto.

La multiplicación y diversificación de relatos policiales en los medios de comunicación también fortaleció la especialización. Sí siempre hubo periodistas dedicados a esta sección, con el florecimiento de los hechos ligados al narcotráfico, algunos trabajadores de prensa se convirtieron en especialistas de la problemática.

Seguramente se me escapan otras modificaciones que se han producido en el mundo periodístico, que probablemente se puedan descubrir con sólo aguzar el ojo. Lo que no se me escapa es la sensibilización que ha generado este paisaje nuevo –aunque ya instalado– en los mismos comunicadores. Para muchos, informar sobre “inseguridad” se ha convertido en una cruzada, en nombre del compromiso que tenemos de contar lo que nos pasa, o bien en el intento de “pintar la aldea” que renovamos en cada jornada laboral. Pero, lamentablemente para algunos se ha transformado en una cuestión personal. Porque, de a poco, todos tenemos alguna persona querida como víctima, o somos nosostros mismos los “¿quíen?”, de las famosas 5 W.

De eso mismo se debatió en una asamblea realizada por el Sindicato de Prensa de Rosario. Los peligros también acechan a los periodistas cuando salen a buscar sus notas. La violencia también se ejerce contra el mensajero a quien ya no se lo respeta como un aliado o una garantía.

Y aquí la paradoja de un relato. El de un río sin orillas, el de la gran avenida sin veredas desde donde pararse a mirar.

Y la incógnita que nos martiriza, ahí donde somos nosotros los entrevistados: ¿como trabajadores de la comunicación estamos a la altura de los policiales que supimos conseguir?