La mitad de una naranja puede ser una manzana
Roberto Lacán (*)

 

Flores azules. El barrio de los Pescadores (Fisher Town) de Nueva York tenía magia por la mañana. Daba ganas de caminarlo, caminarlo y caminarlo. Flores azules. Por todos lados.

Vladimir Ilich Tao Tse Tung lo fue saboreando de a poco. Como en cada nuevo lugar. Como en cada nuevo día.

Nada se sabe de golpe: todo hay que aprenderlo. Conocerlo, entrar, transitarlo, salir y reconocerlo.

El maestro taoísta leninista que inspira esta columna y a miles de personas en todo el mundo (al fin de cuentas, de él se trata todo esto) pasaba cada vez mas tiempo en las calles y menos en casa.

Cada vez que salía se sentía él y el universo. Y no quería más. Caminaba las calles de Fisher Town. Vacías de gente, llenas de aire. Y con flores azules.

Cocó no. Ella diseñaba perfumes, les daba forma, los encarnaba, y los esparcía por una ciudad que empezaba a amarla. Cocó se volvía lejana. Vladimir también.

Nueva York es Nueva York. No es cualquier amor. Si la querés conquistar pide exclusividad. Cocó estaba decidida. Vladimir no: ya sabemos que para él no era fácil decidir. 

Pero Vladimir iba. Siempre. Con las dudas, los miedos a cuestas. Porque confiaba. 

Salía a caminar. Por Fisher Town. Lo recorría íntegro. Durante horas. 

Más tarde se tomaba la línea B del subte. Iba a las torres gemelas de Martin town (si, esas que décadas después quedaron reducidas a escombros por lo que sabemos todos), cerca del río. Subía a la oficina de Gudi, el cineasta y clarinetista que conoció en el bar Camel y que le propuso trabajar con él en un documental sobre aquella Nueva York violenta como nunca antes y a la vez potente y luminosa. Hablaban del proyecto, claro. Y de ellos. De la vida. Del amor.

Gudi dijo que el amor es el tema de los temas. Que iba a hacer este documental porque había ganado un subsidio del proyecto Espacio Neoyorquino. Pero que después quería encarar una película toda ambientada en Nueva York, sobre un profesor de Letras de la UNR (Universidad Nacional de Richmond) que se enamora de una alumna a la que descubre un 7 de octubre, Día de la Virgen, sacándose fotos en el almanaque del laguito del gran parque de la gran manzana, y con la que luego recorre toda la ciudad, desde The Saladil a Casian Houses, para hacerse selfis juntos (en esa época no había celulares, pero eso de sacarse fotos a uno mismo se inventó mucho antes). 

Vladimir estuvo de acuerdo (no con lo de la película del profesor y la alumna sino con que el amor es el tema de los temas). Y le contó de Cocó. 

¿Cómo podía ser?. Si la deseó tanto; si la olió y su aroma lo penetró hasta darle sabor al aire; si la miró y se vio en un sueño, si la tocó y sintió moldearla y moldearse con ella.

Vladimir se entretuvo con las preguntas, como de costumbre. Cuando volvió a la casa de Fisher Town encontró respuesta. Cocó ya no estaba. Le dejó una notita con Tomasito Mann, que enfrascado como estaba en la escritura de un ensayo sobre aquellos tiempos de convulsión mundial en los que la muerte parecía tener más valor que la vida, ni reparó en ella.

Vladimir lloró en silencio. Como contenido. Pensó en la película del profesor y su alumna. Llamó a Gudi. Que le habló del horrible destino de una media naranja. Exprimida. Convertida en restos despeluchados invadidos por las hormigas. Una cáscara vacía. 

¿Y entonces?, preguntó Vladimir. Ensalada de frutas, propuso Gudi.

(*) Roberto Lacán fue un psicoanalista que hizo escuela y que además conducía un programa en el que hacía terapia de pareja en vivo, y que supo tener alto rating, llamado "Hay que besarse más"