Sos un escorpión, sos un escorpión; en el veneno está tu acción. (Nadia Grisetti)

 

¿Cuándo acaba e dolor? ¿De dónde viene? ¿Adónde va? ¿Qué hacemos con aquello que duele? ¿En qué se transforma?

Sentirlo, sufrirlo, atravesarlo, trascenderlo, dejarlo atrás. Llorar, enojarse, romper, escribir, cantar, volver a llorar.

Todo es un proceso, decía el maestro taoísta leninista Vladimir Ilich Tao Tse Tung, y así buscaba dar la madre de todas las batallas: la de la paciencia contra la prisa. Sí, para Vladimir la ansiedad era el origen cierto de todos los males. 

La idea la reafirmó en el crucero Eugenio B, donde trabajaba de mozo, observando, acompañando y también padeciendo a su amigo Vincenzo Di Moranti.

Ay, pobre Vincenzo. Cuánto dolor acumulado, inconducido hacia la ira y el rencor. 

Los días felices duraron poco para el creador de la bossa nostra, ese género musical que brilló en el Eugenio B y luego se extinguió junto al buen humor de su mentor. 

Fue la obsesión lo que liquidó a Vicenzo. Y la ansiedad: yo sé lo que quiero, pero lo quiero ya.

Y lo que quería era a Gal Bosta. Pero ella dijo no. Una, dos, tres veces. Y cada no entristecía a Vincenzo. Que no podía con él, con su dolor por el rechazo, su enojo, su desesperanza.

Cada noche Vincenzo, Gal Bosta y Vito Nebbia hacían las canciones de Bossa Nostra juntos en el teatro del Eugenio B. "Io senza te camino e nula trovo", cantaba Vincenzo y la miraba a Gal a los ojos. 

Gal se sentía cada vez más incómoda. Lo rechazaba pero Vincenzo parecía no entenderlo del todo. Acaso debió ser más clara, pero era una situación difícil: se veían todas las noches, compartían un escenario, estaban conectados allí. Buscaba no herirlo, cuidar también ese vínculo. ¿Demasiado políticamente correcta?

Vincenzo no paraba. Una y otra vez iba a la carga. Buscaba una excusa para acercarse y entonces lanzaba su red. Vladimir le pasó su mantra predilecto: existir, no insistir; existir, no insistir. Pero no había caso. Hay momentos donde uno sólo puede escuchar a sus propios monstruos. Y son ellos quienes gobiernan.

Vladimir pensó que tamaña angustia no podía ser sólo por Gal, por su rechazo. Y lo hizo hablar; lo escuchó. Vincenzo lloró el amor no correspondido, pero también a su padre asesinado por las patotas facsistas en Roma, el exilio, las frustraciones que sufrió en Rio de Janeiro cuando todos se reían de sus canciones, la soledad de la mamma, las desgracias de ser hijo único, etc, etc, etc.

Cuánto lloró Vincenzo. Cuánto tenía para llorar. 

Una de esas noches en las que el músico italiano se emborrachaba con licor de huevo y daba rienda suelta al relato de sus penas, terminó con una tremenda caída por la escalera que iba de la discoteca a la cubierta del barco. 

La rodada le dejó magullones, raspones, huellas por todo el cuerpo. Nada de vida o muerte, pero suficiente para sentir con contundencia que algo pasó.

Vladimir pensaba que todo sucedía por algo. Y que Vincenzo necesitaba sentir un dolor palpable, heridas visibles en la superficie, para que por allí sangraran las heridas de las profundidades.

Vincenzo pasó unos cuantos días en reposo, y Gal, que mucho trabajo tenía ya como dueña del crucero Eugenio B, decidió también dejar por un tiempo el escenario, que quedó en manos de Vito Nebbia y su novia Rosemary Yorio.

Vladimir acompañó mucho a Vincenzo, que no por estar en la cama había recuperado la calma y sólo quería saber con quién había cenado Gal, cómo se había vestido, si estaba triste, alegre, enojada, despreocupada; si bailó las canciones de Vito Nebbia (menos mal que en esa época no había Facebook ni guasap; hubiera sido una catástofe).

El maestro le dijo que no pensara en ello. Que esperara, que todo iba a pasar, era cuestión de tiempo. Y que incluso si tenía esperanzas y aún deseaba estar con Gal, debía aguardar en silencio, pues este no era el momento de una relación con ella.

Vladimir entendía que mientras más pacientes somos, mientras más espacio le damos al proceso para que haga su recorrido, más rápido se va el dolor. Y, lo que le parecía más importante, de manera más real y perdurable. 

Sí, tenés razón, aceptó Vincenzo. Pero no podía con él mismo. El "proceso" iba a tener más interrupciones.