Si querés ser feliz, compartí con los demás, tu alma y los deseos por vivir (Andrés Calamaro)

¿Qué buscamos en el amor? ¿Calor? ¿Salvación? ¿Humedad? ¿Fuerza? ¿Compasión? ¿Sostén?

¿Qué encontramos cuando nos enamoramos?

El amor es como el aire, decía el maestro taoísta leninista Vladimir Ilich Tao Tse Tung. ¿Qué buscamos cuando respiramos?

Vladimir creía que nunca somos tan animales como cuando amamos. Pero cuando amamos de verdad. Cuando nos entregamos sin contener nada, ni siquiera un pensamiento. ¿Se puede?

Se puede, le dijo el maestro al músico Vito Nebbia, que se veía derrumbado después de la ruptura con Rosemary Yorio. La pareja no duró después del escándalo en la fiesta de barrio Forte de Buenos Aires, cuando ella amaneció abrazada al Músico Más Venerado del País y Vito sintió tambalear sus piernas y su orgullo.

Rosemary volvió a la pensión de barrio de San Termo. Vito buscó hacer como si nada hubiera pasado. Pero los hechos son eso: hechos. Y ya no había lugar para los silencios. Rosemary había callado mucho. Y, como decía el maestro, todo sucede por algo.

Ella se sentía ninguneada, sin espacio para sus palabras, para sus ideas, para sus deseos. Ya no estaba adentro de esos abrazos, ni se perdía en esa boca.

A Vito le costaba pensar que fueran ciertas las cosas que Rosemary le decía. Pero lo eran, porque las sentía. ¿Qué cosa más real que esa?

No es amor si duele, le dijo ella el día que se fue de la pensión de San Termo. Dejó de serlo, aceptó él.

¿Cómo se pasa del amor al desamor? ¿Hay un click, una luz que se prende, una ficha que cae? ¿O va siendo? ¿Transcurriendo como la vida misma?

El viaje. Otra vez. Estamos viajando, Vito. Los paisajes cambian y nosotros cambiamos, le dijo Vladimir. El amor se transforma y nos transforma. Y así nos prepara para volver a amar: desde cero, desde la nada, el desconocimiento, la piel libre, la mente en blanco. Puro encuentro.

Hay amor después del amor. O mejor: hay amor después del desamor. Y hay ciudades, personas, paisajes. Hay tiempo y hay espacio. Otras dimensiones.

A Vito le hizo bien escuchar a Vladimir. A Vincenzo Di Moranti, que estaba con ellos y no dejaba de penar a Gal Bosta, también. El propio maestro se reconfortó con sus palabras.

La conversación a veces tiene ese sentido: ayuda a encontrar la propia mirada, la única que puede ver el buen camino.

Esa noche Vladimir, Vito y Vincenzo salieron por Buenos Aires. Fueron a calle Forrientes: vieron librerías, marquesinas, gente que iba y venía. No eran de allí. ¿Alguien lo era? Pero allí estaban. Tres líneas de tiempo, que por ahora iban a la par.

Se sentaron en un bar de Forrientes y Fallao. Las dos F, se llamaba. Pideron Fizza con Fainá, la especialidad de la casa.

Hablaron de la vida y esas cuestiones. De seguir viaje, de por qué no conocer la ciudad de la que les habló el matemátio Bepo Trevi. Dijeron estupideces absolutamente geniales. Rieron, rieron y rieron. Y en un momento, mientras reía con los ojos chinos achinados, Vladimir encontró una mirada que lo detuvo, lo atrapó. Fue ojos con ojos. Como si sólo fueran eso.

La risa se convirtió en sonrisa. La charla se silenció de a poco. Vladimir le pidió a Vito y a Vincenzo que pagaran por él. Se despidió sin saber ni hasta cuándo ni hasta dónde. ¿O no es amor la amistad?

Vladimir y Federico salieron del bar y entraron al trotecito a la estación de subte. Se sentían livianos, puro aire. Fueron en tren hasta el Abasto. Federico vivía en un piso alto de una torre interminable, el primer rascacielo de una ciudad que iba a vivir un cataplún de la construcción. Desde el balcón se veía toda Buenos Aires y también el río. Luz y oscuridad.

Estuvieron un rato ahí. Después se tiraron al piso del living y allí durmieron envueltos en una frazada, como en un suave balanceo.

Vladimir en realidad no durmió. Nunca imaginó un insomnio tan hermoso. Sentía como un hormigueo suave, una vibración en todo el cuerpo que lo sostenía blando y despierto. Pero cuando la mente volvió, vino la pregunta: ¿y ahora qué?

Enamorarse es sublime e incierto, pensó el maestro. Y al fin, su interior hizo silencio.