Cuando la vida interrumpe la bulla del “amor militante” (Marechal) de una madre que  ama a su hijo, con todas las células del cuerpo, gesta una tormenta de sentimientos que empujan comportamientos inéditos. Lamentablemente no todos los seres humanos son capaces de sublimar el espanto del distanciamiento con el ser más amado.

María Vázquez escribe un diario del desgarro provocado por una cruel enfermedad “terminal”. Lo hace en imprenta mayúscula (la primera que leen los niños), ilustra sus palabras apelando a los simbólicos colores transmisores de sensaciones, para que su hijo entienda y comprenda. Soporta el dolor más agudo pero la vence la frase de Nippur: “Tengo hambre de mamá”.

La sencillez expresiva y auténtica: “Que mala suerte, enfermarse así, extraño salir a pasear con vos”, añorando lo mínimo de lo cotidiano perdido, bloquea cualquier análisis literario. Sería una falta de respeto la menor crítica a lo que logra su esforzado cerebro, para postergar el dolor real y encender al máximo sus centros emocionales que redactan un manuscrito único, conmovedor, precursor de un estilo que sacude al lector. Este diario- cuaderno devenido libro, llega a nuestras retinas gracias a la Editorial Planeta que invirtió tanto (no solo dinero) en su “clonación”, reproduciendo y multiplicando hasta el sobrecito elegido por María para esconder un poema.

Así logra esta madre arquitecta del cuerpo y alma de Nippur, acompañarlo en sus primeros 1000 días, que tanto valoramos los pediatras.

En los últimos capítulos la deformación de su letra, da cuenta de la pérdida de fuerzas pero no abandona la tarea y continúa…, suma dibujos, palabras que sostienen el nido y postergan el temible vacío…”cuando hablamos de lo que va a pasar parece que entendés ¿entenderás? ¿chi cosa? (chi lo sá?) no me sale escribir bien…questo no es un idioma…”. 

Agrego a la frase de Sartre: “Uno es lo que hace con lo que uno es”, en su circunstancia vital o mortal. 

Ningún lector podrá olvidar este “no cuento” que desmiente la temprana desaparición corporal de quien deja la huella de un amor tan amplificado, que ya logra el anhelado e inmortal reconocimiento.

Mirta Guelman de Javkin – mirtaguelman@hotmail.com