Se trata de un estado emocional prevalente en nuestro tiempo como manifestación psicosocial. Está ligada a la incertidumbre, al descreimiento, a la falta de respuestas a los repetidos requerimientos de la comunidad. Se la descubre en la manifestación del escaso interés por las elecciones, por ejemplo. Se la nota, además, no solo descreimiento, sino en la desesperanza y el escepticismo que se unen a la apatía.

Estamos viviendo en un mundo que, aun antes de la pandemia, estaba ofreciendo muy pocas respuestas a las necesidades de los ciudadanos, en su búsqueda de un mejor porvenir, de contar con posibilidades de desarrollo personal y profesional, de alcanzar cierto ascenso social, de salir de la pobreza. Es gran parte de una sociedad frustrada. Y lo vemos en una franja social resignada.

Este estado emocional se despliega en una suerte de espectro: apatía, escepticismo, resignación, como si se tratara de un abanico de estados emocionales.

Antes se creía en el futuro; es más, se creía que en ese futuro podríamos realizar nuestros sueños. Hoy se vive en el presente. Puro presente, sin esperanza de futuro.

Asistimos a una crisis de credibilidad en todos los órdenes y en la política también, siendo un fenómeno global, con alcance planetario. Los gobernantes no dan respuestas a las necesidades de la población, a la vez que las condiciones de vida han empeorado y las brechas marcadas por las diferencias socioculturales se incrementan. Hay descreimiento en diferentes instituciones, en las ONGs, en las diferentes profesiones, sumado al descreimiento entre las personas. Se nota una pérdida en el sentido de la vida. Por otro lado, aprovechando este estado de ánimo social crecen, a la par, propuestas religiosas que ponen su acento en propuestas extremas y fanáticas que operan como refugio a la desesperanza de los excluidos del sistema, y a sus ansias de reivindicación.

Lo que hoy se nota es una carencia de propósitos, de ideales, de realización de un sueño comunitario, puesto en un relato que ayude a comprenderlo para intentar realizarlo; hay ausencias de un mito fundante. Como el mito que la sociedad tuvo en el siglo pasado, sin ir muy lejos: el mito del progreso sustentado en la teoría positivista”. Hoy el mito está en el concepto del poder, del consumo y el goce total e inmediato. El grueso de la sociedad, mientras tanto, mira a ese pequeño grupo de privilegiados que detenta todas las posibilidades para alcanzarlos, lo que genera mucha violencia.

Es, además, una sociedad consumista dispuesta a recibir objetos “tentadores” y deslumbrantes, que se ofrecen en exceso. El resto mira con cara de resignación. Lo preocupante de una sociedad es cuando se naturaliza esa apatía social, al tiempo que no se proporcionan otros valores que tengan que ver con las cualidades humanísticas de la solidaridad, de promover la empatía, los lazos sociales y el derecho de cada persona a tener la vida digna que se merece por SER HUMANO”.

*Jorge Libman, psicólogo, especialista en psicología psicodinámica, matrícula 2231 Consultorio, Alvear 1478, 3er Piso, Rosario