La transformación de una fábrica de cemento abandonada en un imponente proyecto arquitectónico comenzó en la década del 70 y según publica lanacion.com.ar, hoy se trata de un edificio espectacular, que sirve como residencia del arquitecto español Ricardo Bofill en Barcelona, en el noreste de España.

El lugar data del primer período de la industrialización de Cataluña y se construyó en diferentes etapas, con una serie de ampliaciones a medida que las distintas cadenas de producción lo requerían.

El mismo Bofill dijo que encontraron "enormes silos, una chimenea, cuatro kilómetros de galerías subterráneas, salas de máquinas en buen estado Esto ocurría en 1973 y fue nuestro primer encuentro con la fábrica de cemento".

Según sostiene el aquitecto, descubrieron que "en ese lugar coexistían los distintos movimientos artísticos y visuales que se habían desarrollado desde la Primera Guerra Mundial". El surrealismo, la abstracción y el brutalismo se mezclan en la construcción original de las instalaciones.

"Seducidos por las contradicciones y la ambigüedad del lugar, decidimos quedarnos con la fábrica y, modificando su brutalidad original, esculpirla como una obra de arte", explica el arquitecto catalán.

El proyecto comenzó con la "deconstrucción" de la fábrica de cemento. Después se creó en el entorno una base verde. La tercera fase fue "la anulación del funcionalismo: teníamos que dar a la fábrica nuevas estructuras y diferentes usos, inventar un programa", cuenta Bofill.

Poco a poco, el espacio se fue transformando pero, según el arquitecto, "siempre será una obra inacabada". La distribución funcional del espacio fomenta el trabajo en equipo y asegura un ambiente óptimo para la concentración individual y la creatividad.

El espacio de trabajo es abierto, luminoso y espacioso, inundado de luz natural a través de las ventanas que dan a los jardines. Aunque el cemento domina la escena en "La Fábrica", también hay espacio para fusionar con colores verdes y florales.

La vegetación, que incluye eucaliptus, palmeras y olivos, no solo rodea a los muros sino que también cuelga del techo.

"Me gusta que mi vida aquí esté perfectamente programada, ritualizada, en total contraste con la turbulencia de mi vida nómada", describe Bofill, quien siempre regresa a "La Fábrica" y la somete a una constante renovación desde hace 40 años.