No hay razones productivas, estratégicas o políticas detrás. La medida está inspirada meramente en razones fiscales. Pero el problema con esos los cálculos de escritorios, es que el excel no les muestra el impacto que tendrá en el mercado de granos y en el ingreso de divisas. Esa es la opinión mayoritaria que existe en la industria aceitera sobre el anuncio del gobierno nacional de subir dos puntos de retenciones a las exportaciones subproductos de la soja (aceite y harina) que las deja en 33% eliminando el diferencial que tenía con el poroto de soja. 

Según los primeros cálculos, Nación recaudará unos u$s400 millones, con los que compensará la baja a 0 de retenciones a una veintena de productos de las economías regionales (siendo el más importante el lácteo, pero quedando otros sin definir como la cadena porcina) pero además sumará los necesitados ingresos para achicar el déficit fiscal, la madre de todas las batallas para este gobierno y, entiende, condición sine qua non para evitar la hiperinflación.

¿Fue un pase de facturas del gobierno nacional a las industrias por no trasladar completamente la mejora de precios de la devaluación? ¿O por qué las industrias se apuraron en anotar declaraciones de exportación antes de que se cierre el registro previo al anuncio de la suba por lo que buen parte de las futuras exportaciones tributarán menos? ¿O se trató de una señal a la Mesa de Enlace por aguante el aumento de retenciones a los granos sabiendo que la dirigencia chacarera siempre protestó contra ese diferencial que entiende es una mejor para la industria que no traslada a los precios de compra?

Como se dijo arriba, en la industria aceitera minimizan todas esos argumentos, no ven al actual gobierno guiad por esa lógica política y vuelven a insistir con que se trata de una línea estrictamente fiscalista.

Ayer, como reacción, bajaron fuerte los precios de la soja en el mercado de futuros. Y era de esperarse: cualquier suba de impuestos en subproductos se traduce en una baja de precios a la hora de comprar el producto. De manual.

En paralelo a la baja de precios, la industria aceitera seguían anotando declaraciones de futuras exportaciones porque el registro estaba abierto. Tema aparte y no menor: un anuncio de suba sin cerrar los registros es cuanto menos muy polémico porque el mismo gobierno le está ofreciendo una forma de evitar el aumento de retenciones.

“La principal industria exportadora del país se verá castigada por la suba de impuestos y eso va a limitar severamente el flujo de divisas y atentará contra el empleo industrial de la soja.  La industria siempre pidió igualdad tributaria y esos 2 puntos eran un reconocimiento de esa condición fiscal, que ahora el gobierno rompe”, fue la primera comunicación de la Cámara de la Industria Aceitera (Ciara-Cec).

Como la medida debe ser aprobada por el Congreso, el lobby de las aceiteras ahora está puesto en los legisladores nacionales, y por ende en los gobernadores provinciales. Hoy, por caso, el gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, anunció en Radio2 que hoy, en la reunión con el presidente Javier Milei, le va a plantear al presidente "el total rechazo al aumento de retenciones a harina y aceite".

Y es que Santa Fe es la principal provincial productora de harina y aceites y se lleva la peor de las partes: ya que pierde más (por suba de impuestos) frente a las ventajas de eliminación de retenciones a economías regionales (que le impactan menos).

Interna innecesaria

El diferencial arancelario entre el poroto y el subproducto siempre fue eje de batallas entre productores e industriales sojeros. El campo asegura que la industria se queda con esa ventaja porque no la traslada a precios de compra del poroto; es más, asegura que ese diferencial es a costa de la renta de los productores, mientras que la industria asegura que gracias a esa diferencia la industria puede ser competitiva para sortear los aranceles que le cobran los países importadores por el aceite y la harina.

Y si bien es cierto que a las fábricas alguna vez les puede favorecer la presión de oferta para hacer plata a costa del productor,  la realidad es que en la Argentina la mayoría de los años eso no pasa por exceso de capacidad de molienda y baja oferta de soja, algo que quedó claro con la última sequía que mantuvo a las industrias con 70% de capacidad ociosa.

Históricamente, el objetivo fue apuntalar la fabricación industrial en Argentina para que el país pueda tener su industria aceitera y no ser un mero exportador de granos. En efecto, esa ventaja para el que exporta el producto industrializado frente al que se lleva el poroto, fue uno de los estandartes que permitió que, en la zona del Gran Rosario, se arme el polo de crushing más grande, concentrado y moderno del mundo con todas las principales multinacionales levantando plantas y generando empleo industrial.

Esa visión de agregado de valor y corte más industrialista hizo que el diferencial fuera, generalmente, apuntalado por gobiernos más afines al desarrollo fabril nacional y al empleo industrial argentino.

Por el contrario, en las administraciones más liberales, como la reciente de Mauricio Macri, primó la idea (más afín al paladar chacarero) de que la industria aceitera ya estaba consolidada y no lo necesitaba más y por eso se lo quitó. No en vano, ayer quien fuera ministro de Agroindustria, José Luis Etchevehere, aplaudió la medida.

Pero quienes defienden el diferencial también esgrimen otras razones claves del mercado que el excel fiscalista no toma en cuenta. “La industria aceitera compra soja, procesa y exporta parejo a lo largo del año. La exportación aparece en el pico de cosecha y después se retrae. En la industria, el productor siempre va a encontrar mercado 24x7x12. Y esto le defiende el precio”, dijo el ex subsecretario de Mercados de la Nación, Javier Preciado Patiño.

La demanda del aceite se mantiene todo el año, pero la del poroto es estacional.

Ocurre que los productores todavía no entienden que sin las fábricas solo le venderían a un tipo de comprador (que es el exportador) que estaría activo menos tiempo (solo en cosecha) y a menos países, mientras que la industria de la harina (que es el principal producto de la exportación argentina) tiene más destino y es una mercadería más cara y mejorando así el ingreso de divisas.

Tampoco se puede dejar de lado la realidad de que a raíz de las constantes retenciones e intervenciones de los mercados, el complejo sojero argentino ya no brilla como hace unos 20 años y viene perdiendo eficiencia, productividad y volumen frente a los países competidores. Un proceso de caída de producción que ya lleva 7 años y que costará años recuperar. 

En definitiva, el agro y sus industrias entran en una feroz interna que los fagocita sin terminar de comprender que, en todo caso, el principal escollo contra su desarrollo es la alta presión fiscal. No en vano, sin brecha, ni retenciones, los productores de Brasil y Estados Unidos no piensan que las fábricas son enemigos por ganar plata.

Subir retenciones a subproductos baja el precio al productor, por lo que si se quería equiparar retenciones con poroto, que para los productores está bien, lo ideal hubiese sido que se hiciera bajando retenciones al poroto, no subiendo a subproductos. Pero, como se dijo, la medida no se tomó por razones productivas, sino fiscales. Para que cierre en el excel la baja a 0 en el déficit fiscal. ¿Y lo demás? Se verá.