La primera vez que hablé en persona -¿se acuerdan cuando hablábamos sin pantallas de por medio?- con Mariano Soso fue a metros de La Bombonera. Fue el 5 de octubre de 2017. Faltaban unas horas para que empecemos a sufrir el Argentina-Perú de la recta final de las eliminatorias al Mundial de Rusia, pero el hombre mostraba una calma envidiable. Salió de un set televisivo prolijamente improvisado y le ofrecieron las bebidas de ocasión:

-¿Querés agua, café, un mate, gaseosa?

-Un té, ¿puede ser?

Tomó un sorbo en un vaso de plástico y me acerqué para presentarme y recordarle un diálogo telefónico que habíamos tenido mientras él dirigía a Sporting Cristal, razón por la cual había sido invitado a ver este juego dado que conocía muy bien las bondades de los dirigidos por Ricardo Gareca. Dio crédito de aquello y quedamos en volver a vernos, esta vez de forma menos casual.

El encuentro se dio unos meses después, en Rosario. Fue un sábado al mediodía de diciembre en un bar de calle Oroño. Se sentía el calor que se siente todos los sábados de todos los diciembres en Rosario. Llegué agobiado después de caminar unas cuadras y pedí una gaseosa con hielo y limón. Soso se sentó en pausa y le soltó una mirada a la moza, acompañado de “un té, por favor”. Supuse que estaba ante un inglés para el que todo el tiempo eran en las cinco de la tarde.

En realidad, estaba frente a un rosarino, muy arraigado a su ciudad, su cultura popular, sus espacios públicos y la memoria de sus calles. Lo comprobé en cada diálogo que sostuvimos mientras vivió en La Plata y Guayaquil. Lo celebré cuando un amigo me contó que semanas antes que se dé la lista de convocados al Mundial de Rusia almorzaba con Nahuel Guzmán frente al río y vieron a un chico entrenando con una pelota y gambeteando conos, sin nadie que le devuelva una pared ni le ataje un remate. Se levantaron de la mesa y el DT le propuso un desafío. Que le haga un gol al Patón en tres intentos. Guzmán brindó una resistencia regulada y el tercer tiro, fue gol. El joven lo gritó en la cara del ídolo de Tigres de México. Obvio, hubo un bonus track. Y ya no hubo goles porque el arquero no reguló más su resistencia. Terminó con los jeans llenos de pasto, los brazos raspados y la valla invicta en la revancha.

Ese amateurismo sano de Soso y sus amigos, le brota en cada mensaje como el que me mostró en otro encuentro personal en Los Cardales, donde comandó la pretemporada del verano 2019 de Emelec. El 2 de enero de ese año, se inspiró para dedicarle un hermoso texto a Maxi Rodríguez, en el que recordaba las hazañas de La Fiera cuando jugaban juntos para la 81. El hijo de Alicia Lesgart -militante de la memoria, verdad y justicia- apeló a sus recuerdos.

Por esos días recibió un llamado de Sebastián Peratta porque ya estaba decidido que Héctor Bidoglio no iba a prolongar su estadía como DT de la primera división. Soso pidió que le abran El Coloso para sentarse a pensar. Se fue solo. Se ubicó en el medio de la tribuna popular y se le vino la adolescencia encima.

Las obligaciones del fútbol profesional encerraron su alma amateur. Todo eso se le juntó en medio de la reinvención del Emelec que jugó la final del torneo local frente a Liga de Quito. Me confesó aquello al mismo tiempo que se interesó por la apertura del Galpón Tablada en donde fantasea Miguel Franchi. Lucía agotado. Desgastado por haber pospuesto sus sueños de ser DT leproso en pos de gestionar refuerzos que le impuso el presidente del elenco ecuatoriano. Acalorado por los más de 30 grados de ese 24 de enero en la ostentosa reserva bonaerense, su tono y sus gestos eran los de siempre. Su bebida, un té.

Se fue a Ecuador con una preparación que no era la deseada y a los pocos meses, dejó el cargo. El diagnóstico más importante de esa experiencia trunca giró en torno a cómo conducir un grupo mixto. De extranjeros y nativos, adultos y jóvenes, disciplinados y no tanto. Esa información le resultó la más valiosa. Tanto como aquella que incorporó en pleno partido dirigiendo a Sporting de Cristal en el que discutió con Carlos Lobatón. Esa misma tarde de 2016, el futbolista hizo un gol y lo abrazó en el festejo. De allí en más fue su fiel representación en campo, al igual que Jorge Cazulo, el uruguayo con el que craneó Pelota de Papel, la zaga de libros escritos por mujeres y hombres futbolistas. Antes de volver a Rosario participó de un encuentro de entrenadores organizado por Conmebol en su sede de Luque. Su vitalidad contrastó con el cuero curtido de Miguel Russo, de quien le impactó su presencia. Compartió miradas rojinegras con Jorge Pautasso y Lucas Bernardi y se reencontró con Claudio Vivas, el mismo que lo dejó libre en inferiores y que luego lo sumó al grupo de trabajo que encabezaba Marcelo Bielsa y del que participaba Javier Torrente, de quien luego fue asistente.

En mayo de 2019, ya instalado en su ciudad, a las 9 de una mañana gris, había entrenado y leído unos apuntes del pedagogo brasileño Paulo Freire. Se dispuso a desayunar y, activo, pidió café y tostadas de campo para analizar la propuesta de Defensa y Justicia. La aceptó y se llevó su bolso a Puerto Madero. Su aventura duró 18 partidos. Uno de ellos fue el 2-0 a favor de Newell’s en el Parque Independencia. Su amigo Maxi abrió el partido a los dos minutos con un penal. Lo cerró su otro amigo Mauro Formica -a quien casi lleva a Emelec- en el final de la primera parte. Se cruzó a ambos, camino al túnel, y cruzaron miradas cómplices.

Regresó a Rosario para pasar las fiestas y por esos días, soltó un “vamos a comer un pedazo de carne”. Compartimos una mesa en una parrilla de Pellegrini -sí, estaban abiertas las parrillas- y Soso debió hacer algo que no le agrada, prestarle atención al teléfono cuando está conversando con otra persona. Los futbolistas salían minuto a minuto. El predio de Bosques era una suerte de aduana. Cuando otra vez sintió que le sacaban piezas y le traían otras que no encajaban en su rompecabezas, decidió diferente. Esta vez no se quedó como en Emelec. Agradeció la confianza depositada y eligió direccionar su propio destino. Sabía que podía ocurrir. En tiempos de empresarios que toman los clubes, Defensa se transformó en un aeropuerto. Se mira como un sitio desde donde se despega, a la vez que se define como un no lugar, según lo caracterizó el antropólogo francés Marc Augé. “Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar”.

En marzo de este traumático 2020, Mariano Soso encontró un lugar. Uno de verdad. De esos con identidad. San Lorenzo se llama de Almagro, juega en Bajo Flores, pero es de Boedo. La manifestación de sus socios para lograr que se aplique la Ley de Rezonificación y el club tome posesión de los terrenos de Avenida La Plata fue conmovedora. Por eso, según su entrenador tiene la hinchada con más conciencia de clase. Aún no pudo dirigir ningún partido. Solo estuvo presente en el 3-1 en Paraná ante Patronato. Lo divisé en las cabinas del Presbítero Bartolomé Grella y pude atravesar la platea porque estaba vacía, ya que AFA ordenó jugar sin público la primera fecha de la extinta Copa de la -también extinta- Superliga. “Estoy ilusionado con el proyecto”, se describió el entrenador cuando me acerqué a la cabina que ocupaba. No fue una frase casual ni tirada al aire. La ilusión es un estado en el que se siente pleno. El proyecto es lo que desea sostener a largo plazo. Siempre elige y ubica las palabras en virtud de ser claro. Se lo exige su rol de conductor, aunque pretende persuadir a sus jugadores y no mandarlos, y que su imagen no sea la de un padre, sino más bien la de un hermano. Después de no sentir condiciones para establecerla en Emelec, Defensa y antes en Gimnasia y Esgrima de La Plata, lo que quiere Soso es instalar una identidad marcada por su trazo. Pudo hacerlo en momentos puntuales. Como cuando dio crédito de su título de Trabajador Social y en lugar de apartar, cuidó a Luciano Perdomo tras haberse conocido un doping positivo en el Lobo. Se estableció en Perú, tanto en Real Garcilaso como en Sporting Cristal, en un ámbito más semi que profesional si es que levantamos los cánones de alimentación, descanso e intensidad de entrenamientos.

Durante la cuarentena les habló a los socios en una comunicación oficial del Ciclón en la que les contó su plan. Resumió su estilo como protagónico, capaz de asumir riesgos y de carácter ofensivo. Dijo que toma la posesión de la pelota como un medio, y no como un fin en sí mismo. Quiere conquistar espacios en busca de progresar en campo. Hacerlo desde la salida, para organizar los ataques desde zonas donde haya superioridad numérica a partir de una ventaja posicional. Construir y ejecutar comportamientos colectivos para resolver los partidos, incluso con belleza. Diseñar estrategias para vulnerar al oponente en su defensa y contener las virtudes ofensivas. Pretende que los futbolistas internalicen los principios del juego y se sientan a gusto para desarrollar la idea con determinación. Para el DT son claves los comportamientos en el día a día y es indispensable que la identidad no se vea modificada por los esquemas. Sin partidos oficiales, aunque con progresos. La construcción estaba sólida hasta que se rompió. En realidad, el que se rompió fue Andrés Herrera. El juvenil que actúa como lateral derecho y que apareció en la temporada pasada con cuatro goles y tres asistencias en los apenas 32 juegos en los que sumó minutos. El pasado viernes, en una práctica, disputó un balón con Ángel Romero y el correntino sufrió una fractura infrasindesmal del peroné izquierdo. El paraguayo y su hermano Oscar visitaron a Herrera en su casa después de un fin de semana de un insoportable ruido mediático. El mismo que describieron Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en el cuento "Esse est percipi" (Ser es ser percibido) bajo la firma de Honorio Bustos Domecq -Bustos, una bisabuela de Borges; Domecq, una abuela de Bioy Casares-, el escritor ficticio que los unía. En él, Tulio Savastano, presidente del club Abasto Juniors, alude a “la falsa excitación de los locutores” y lanza la pregunta “¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña?”. Además, asevera que “el último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del '37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman". En pandemia, en Argentina, no hubo fútbol. Pero siempre hubo periodistas que lo relaten. Publicado en 1967, el texto tiene una enorme vigencia. Más aún en San Lorenzo, el club con el cual Borges decía sentirse identificado. Si, Borges decía ser de San Lorenzo pese que también dijo que "el fútbol es popular porque la estupidez es popular". Lo del Ciclón surgió entre 1937 y 1946, cuando él trabajaba en la biblioteca Miguel Cané, ubicada en Carlos Calvo 4319 y Avenida La Plata, en pleno Boedo. “Siempre me decían: ‘¿De qué cuadro es usted?’ ‘¿Cómo de qué cuadro? ¿Qué quiere decir eso?’ Luego me explicaron que un cuadro era un club de fútbol; que en Buenos Aires había muchos cuadros; que la gente simpatizaba con uno o con otro, y que ahí todos eran de San Lorenzo. ‘Bueno, yo también voy a ser, ahora que me han explicado la cosa ustedes, con tal de que no me hagan ir al fútbol”. La transcripción es un extracto del capítulo Séptima mañana del libro Borges el memorioso-Conversaciones de Jorge Luis Borges con Antonio Carrizo, publicado en 1982. Todas esas entrevistas fueron grabadas en julio y agosto de 1979 para el programa La vida y el canto, de Radio Rivadavia.

Mientras le cuentan que las redes sociales hacen tendencia cada palabra que amenaza su habitual calma, Mariano Soso no enfrenta una tormenta. En todo caso, la acompaña. Se nutre de lo más simple, básico y elemental frente a lo que le exponen como una catástrofe definitiva. En Buenos Aires como en Rosario. Como le susurra un coterráneo, busca endurecerse sin perder la ternura.