Desde el cruce del bicentenario, en 2017, que no regresaba a estas tierras mendocinas. El paisaje más o menos igual: viñedos, montañas rocosas, picos nevados. Pero el grupo humanos es distinto año tras año.

En este cruce de los Andes, el 23º de la Asociación Cultural Sanmartiniana Cuna de la Bandera, encontré expedicionarios de todo el país y de Perú, con edades de entre 14 y 80 años.

Los primeros días me encontraba en la caravana que se dirigia al Portillo (pasando Tunuyán), al sur de Mendoza, acompañado por el Chuly Rodríguez (presidente de la asociación), su hija María Luján (a cargo de las redes y comunicacion con las radios), y el doctor Roberto Gioielli (médico y colaborador).

El camino desde el manzano histórico hasta el refugio Scarabelli es de solo 30 kilómetros, pero totalmente de ripio, precipicios, muchas piedras sueltas, vertienes que lo cruzan y pequeños y viejos puentes de madera, por donde solo pasan los camiones Unimog del ejército o las mulas.

El lugar es como una isla entre vertientes de agua, muy pura, cristalina y fría (allí cargamos nuestros botellones y cantimploras), con una pequeña construcción de ladrillos y piedras, del siglo pasado, para que cualquier expedicionario o alpinista pueda pasar la noche. Pero como éramos muchos,casi 30, nos prestaron carpas y bolsas de dormir.

Como todos los días hay clases de historia y misa de campaña (a cargo del párroco Julián Escudero, de San Casimiro de Rosario). Luego de una cena caliente bajo las estrellas, improvisamos un fogón con mucho trabajo, ya que por esos lugares no hay árboles para poder juntar leña o ramas secas. Y nos aprestamos a escuchar el relato de Vilgre Lamadrid, héroe de Malvinas, sobre las batallas y vivencias junto a sus soldados. Fue todo un lujo para nosotros.

Horas después, tratando de conciliar el sueño, en medido del frío viento de la cordillera y sobre el durísimo piso lleno de pequeñas piedras, fuimos despertados por gritos de auxilio. Acampantes de otra expedición de turismo aventura, que estaban cerca, trajeron a una persona con serios problemas de salud. Así que nuestro médico Diego Rivero y un enfermero la socorrieron y trasladaron a la ciudad más próxima con el camión ambulancia.

Pero en esos caminos y de noche se demora muchísimo. Hasta que la internaron y regresaron ya había pasado el mediodía, con el riesgo de perder un día y quedarnos en el mismo lugar. Pero los baqueanos cargaron pronto las mulas con alimentos, carpas y demás cosas, se montó una por una para mayor seguridad y emprendieron la marcha hacia el Portillo, ubicado a 4.200 metros de altura, y luego el Refugio de la Cruz. Este año no pude llegar ya que me había quedado sin baterías en mis cámaras, y me llevaron al Regimiento de Infantería de Montaña de Uspallata, para pasar la noche y cargarlas.

Al día siguiente nos dirigimos a puesto de Vacas, donde se encontraba la caravana mayor, casi 150 hombres y mujeres entre expedicionarios, soldados, baqueanos y colaboradores.

Ya habían pasado por el paramillo de Vacas, uno de los lugares más peligrosos por su altura, a 200 y 300 metros sobre el río Mendoza, camino angosto –de unos 40 centímetros– y muchas piedras sueltas, que los baqueanos y soldados se adelantaron para despejar..

Esa noche la pasamos en un viejo galpón del Ejército. Otros en carpas con rondas de mates, charlas y una clase de Eduardo Cerruti (colaborador y excombatiente) sobre los héroes de malvinas y sus recuerdos.

En este paso está la Infantería, o caminantes, los más sacrificados porque salían en plena noche, desayunaban tipo 4 y a andar con sus linternas en fila india. Casi siempre también eran los últimos en llegar al siguiente campamento, después de los montados.

Luego, a las 8, salía el resto, con las mulas preparadas, llevando las banderas y las imágenes de San Martin y la Virgen María, acompañados por el Ejército, y su doctor Emilio Bianchi. Otros vehículos que acompañaban a los montados eran camiones con los bolsos, baños químicos, carpas y comida. Y más camionetas de apoyo a cargo de Susana Parellada, Norma Spini (también a cargo de las comunicaciones con las radios de Rosario) y David Cabrera Rojo, excombatiente y vicepresidente de la asociación.

Los últimos días fueron más cansadores, cruzando arroyos, muchas trepadas, otros paramillos a mucha altura. Pero con el plus de pasar por lugares desde donde se puede ver el Aconcagua. Y como premio en Puente del Inca se pasa la noche en el Regimiento de Nontaña 8, con camas blandas, comedor de primera y agua caliente.

Y llegamos a Las Cuevas, en la base del Cristo Redentor, casi todo el lugar está abandonado, como todas las estaciones de tren por las que pasamos, solo un bar y restaurante para los turistas, quienes con gritos de Viva la Patria y aplausos alentaban el paso de la caravana.

La trepada es lenta, de casi 4 horas. Pero la vista de los Andes es la mejor, llegando a casi 4 mil metros de altura. Todo bajo la mirada de la escultura en bronce del Cristo, de casi 13 metros, colocada en el limite con Chile en 1904.

Con llantos, abrazos, risas, aplausos y todas las emociones juntas nos sacamos la foto grupal, y se realizaros dos actos protocolares, uno colocando una placa por este cruce número 23 y otro sobre una placa traída del cementerio de Malvinas el año pasado, recordando al soldado solo conocido por Dios.

Los de infantería se la jugaron y bajaron la montaña en forma de acarreo, no por los caminos sino por las pendientes naturales, con toda la adrenalina y fuerzas que les quedaban.

Desde la base fuimos transportados en autos y colectivos a Uspallata, donde nos encontramos con los expedicionarios del Paso de los Patos (los más sacrificados por el calor, la poca agua de la zona, y cabalgatas de 12 horas diarias).

En el fin de la jornada hubo entrega de diplomas, y un gran asado a la estaca.

En lo personal, siempre se aprende algo nuevo sobre San Martín, se conoce gente maravillosa. Me encontré con un alumno del colegio Leonardo Da Vinci, me reencontré con expedicionarios que repetian el cruce al igual que yo, y algunos días me tomaba un tiempo para despuntar mi otro vicio: el dibujo.

Un viaje para recomendar, conocer a nuestros héroes de ayer y de hoy, sacrificado por momentos. Pero como dicen en la montaña, el cruce comienza al regresar a sus hogares, al hablar con amigos y parientes....o como lo hago yo, con imágenes.