La entrevista transcurre mientras se cumplen 379 días sin Julieta Del Pino, quien tras ser intensamente buscada en Berabevú, fue hallada sin vida. Por el crimen detuvieron a un hombre de 28 años de la misma localidad en cuya casa hallaron el cuerpo enterrado de la chica de 19 años. El hecho generó una gran conmoción entre los habitantes de la localidad del sur santafesino, ubicada a unos 150 kilómetros de Rosario.

Es 2021. Rosario3 llega a Berabevú al mediodía de un sábado casi veraniego en pleno invierno, un silencio de siesta envuelve las pocas calles del pueblo y se respira paz, pero también melancolía. Un sol radiante acompaña el fondo celeste cielo del enorme mural que pintó el artista santafesino Lisandro Urteaga, quien en medio de las pinceladas comprendió el dolor que atravesaba la familia Del Pino: su hermana María Florencia Gómez fue víctima de femicidio en San Jorge, 78 días después.

Un abrazo de bienvenida, y con pájaros armonizando, Fabiana Morón, la mamá de Julieta, comienza a hablar: “El tema justicia lleva su tiempo. Ellos siguen investigando siempre. Cosas nuevas que aparecen o dudas que tenían. Cuando él la mató a Juli, los análisis de ADN tardaron meses. Están todas las pruebas, pero para los jueces, todo tiene que estar demostrado científicamente, no hay otra". Sin nombrarlo, se refiere a Cristian Romero, amigo de su hijo más grande, detenido por el femicidio de su única hija.

Actualmente, se esperan resultados de pruebas biológicas, elementos y más testimonios para conformar la acusación contra el único imputado para luego llevar el caso a juicio oral y público según cuenta Fabiana, quien hasta hace un año escuchaba estos conceptos técnicos sin imaginarse nunca lo que le deparaba el destino. “Cuando se le hizo la audiencia imputativa a él –otra vez se refiere a Romero–, yo estaba enterrando a Juli. Ahí se le leyeron todos los motivos por lo que se le acusaba y se negó a declarar porque tiene ese derecho. Ahora, querían una pericia psicológica y también se negó. Sigue sin decir lo que hizo con las cosas de Juli, no dice nada, nunca nada”, agrega.

"Las cosas de Juli”. Su bicicleta, su mochila, su celular y su ropa. “Esa es la cámara que los captó por última vez, y ahí se ve el auto de él", manifiesta y señala hacía la esquina del Club Deportivo. “A tres cuadras está mi casa”, dice detrás del barbijo con la foto de su hija.

El femicidio número 29 del 2020

 

Julieta Del Pino tenía 19 años. Trabajaba en un quiosco frente a la plaza del pueblo y había bloqueado en su celular a Cristian Romero, de 28 años, y compañero de trabajo de su hermano mayor. Insistía mandando mensajes. El viernes 24 de julio de 2020 a la tarde, su mamá la acompañó al trabajo. Juli ingresó a su puesto y Fabi siguió camino, pero al atardecer pasó a saludar a su hija. Eran las 20.30, aproximadamente, cuando se dijeron “después nos vemos” sin saber que el después no llegaría nunca.

Alrededor de las 23.30, mientras Julieta cerraba el quiosco le mandó un WhatsApp a Fabiana pidiéndole que le caliente la comida. “Eran ravioles con salsa, nunca más los volví a hacer”, recuerda. La joven subió a su bici, hizo cinco cuadras y fue interceptada por Romero, apodado Chorizo. Desde ahí, hasta el resultado final, todo es un misterio. Era de noche, invierno y al parecer la calle Iriondo suele ser más oscura que las demás.

¿Qué pasó en aquella esquina del pueblo? ¿Se subió al auto obligada? ¿Discutieron? ¿La golpeó? ¿Cómo llevó la bicicleta de Julieta en un gol trend? ¿Dejó la bici tirada? ¿Alguien la levantó? ¿Actuó solo? ¿De verdad en un pueblo dónde el último censo del año 2010 contabiliza 2.312 habitantes nadie, absolutamente nadie, los vio ni los escuchó? ¿Tampoco al bajar del auto para ingresar a su casa?

Las preguntas son muchas, las respuestas escasean.

En la madrugada del 25 de julio, Fabiana tuvo un escalofrío en todo el cuerpo. Se despertó exaltada. Buscó a su hija en su habitación y no estaba. “Enseguida supe que había pasado algo, Juli me hubiera avisado si no venía a casa, si salía con las amigas”, cuenta y sigue: “Ese día hacía un frío que no te imaginas. Agarré la bici y desperté a medio pueblo, golpeé puerta por puerta de sus amigos. Nadie la había visto. La seguí buscando".

Cerca de las 7.30, se cruzó con Romero que vivía a media cuadra del trabajo de Julieta. “Salió con el auto, hizo unos metros y volvió a estacionar en su casa”, comentó. Para el mediodía del sábado Fabiana estaba en la comisaría del pueblo haciendo la denuncia por desaparición. Joni, su hijo mayor, trabajando con quien era el femicida y éste ofreciendo su ayuda para dar con Julieta. “«Le pido al patrón que me deje salir antes y te ayudo a buscarla«, le dijo a mi hijo mientras la tenía enterrada en el patio de su casa”, recuerda Fabiana con los ojos color miel que resaltan por las lágrimas.

Comenzaron a desfilar policías por las pocas cuadras que tiene Berabevú. Se cerraron calles. Se buscó en cunetas, en el descampado de atrás de las vías, en cada rincón del pueblo. “Ahí empezó la pesadilla”, afirma. Mientras la familia esperaba en su casa alguna novedad, la Policía se llevaba el pijama de Julieta, sus zapatillas, uno de sus perfumes y revolvían su habitación tratando de dar con alguna señal, un mensaje, algo que los acercara a su paradero. En las calles de la localidad y casi terminando el sábado, perros entrenados se lanzaban sobre el auto del responsable. El mismo auto que registraron las cámaras que, por suerte, fueron arregladas 15 días antes del femicidio. Ese día la violencia extrema y machista dijo presente en la pequeña localidad del sur santafesino.

Pueblo chico, infierno grande

 

“Acá nunca pasa nada”, es una de las frases que más se escucha en los pueblos. Le sigue otra trillada y mentirosa: “Acá nos conocemos todos”. ¿Qué es entonces conocer al otro? ¿Qué tanto se sabe del vecino de al lado que viste nacer, crecer, irse, volver? ¿Hasta dónde llega ese nos conocemos todos cuando la perversidad golpea la puerta? ¿Cuántos tipos de violencia quedan disminuidos y escondidos debajo de la alfombra junto a esa afirmación de buen vecino? ¿Qué más tiene que pasar para aceptar que el machismo existe en todos lados, a toda hora?

Cuando la noticia de las cámaras comienza a correr, el femicida se altera. Cuentan los berabevuenses que ese sábado paseó por todo el pueblo y principalmente por el barrio dónde horas antes había cruzado a su víctima. “Muchos vecinos se acercaron a declarar porque él iba y venía preguntando por las cámaras de la esquina”, cuenta Fabiana. Sin embargo, ni las cámaras ni los vecinos vieron el recorrido en auto de Romero con Julieta adentro. Lo que sí se sabe es el después: el cuerpo de la joven de 19 años estaba enterrado en el patio de la casa de “Chorizo” y tapado con cal. No es necesario repetir los resultados de la autopsia, fue un femicidio. En un pueblo, donde hasta ese día, todos creían conocerse con todos.

Un año viviendo en una película pausada

 

Al caminar por Berabevú no hay una sola cuadra sin los ojos grandes y oscuros, el pelo largo y la sonrisa pequeña de Julieta Del Pino. Se ven en blanco y negro, en color, de distintos tamaños, con frases escritas o sin nada. En las ventanas de las casas, en las plazas, los postes de luz, las paredes de las calles, incluso frente al lugar dónde pasó sus últimas horas: una puerta de garaje donde hoy vive un nuevo habitante del pueblo y nadie sabe si conoce o no la historia guardada dentro de las cuatro paredes que hoy habita.

“Cuando te pasa algo así parece que hubiera sido ayer. No existe otro pensamiento. Es pensar en ella, tratar de descifrar señales que me da. Soñarla”, intenta explicar Fabiana, y se hace un silencio para recuperar fuerzas, vencer las lágrimas y seguir. “Hay perfumes que se sienten en casa que solo los sentimos Joaquín, mi hijo más chico, y yo. Siempre está dando vueltas”, cuenta.

Fabiana muestra sus manos y agrega: “Todos estos anillos eran de ella. Su papá los limpió con un cepillito, uno por uno porque estaban llenos de cal. Fue muy fuerte porque te imaginas el miedo y el terror que debe haber tenido. Fue muy fuerte”. Pero la vida de la familia Del Pino tuvo que seguir a pesar de todo. De a poco fueron retomando sus actividades.

El primer mes Fabiana no quería saber nada con salir de su casa, pero con el correr de los días no le quedó otra opción. El papá de Julieta volvió a los camiones, y su mamá después de un tiempo retomó el proyecto de pastelería que tenían juntas. “Es luchar el día a día, nos reventaron. Nunca más va a ser lo mismo. Compartíamos todo juntas. Ahora todo lo cotidiano me lleva a ella”. Y no es para menos. Hacía un mes que Cristian Romero había matado a Julieta cuando Fabiana se decide volver a hacer los mandados. Entra a la carnicería y ve a la mamá del femicida de su hija. “Me largué a llorar tanto y me fui por la otra puerta. Ahora ya no, sé que del pueblo no se van a ir y tengo que tolerarlo”, cuenta.

El mural que tiene a sus espaldas es grande, colorido y alegre. Muestra a Julieta con sus cosas más preciadas: “Está el perro de ella que era su compañero y la bicicleta. El fondo es del color del vestido de graduación que es el que tiene puesto ahora, se lo hice yo. Las flores son del encaje del vestido. Hay hadas porque las coleccionaba de chiquita, también los colibríes que aparecen en casa y las mariposas. Todo”. Fabiana se muestra sorprendida y agradecida por la trascendencia del caso de su hija. Y al respecto dice: “Si, soy la mamá de Juli. Toda esta fuerza mía, es ella”.

Una película en pausa, así describió la espera a un juicio justo y todo este primer año sin su hija. En su casa todo está como la última vez que Julieta estuvo ahí: su cama armada, su acolchado con osos, sus cosas de manicura, su espejo con los perfumes que usaban las dos. Todo como lo había dejado antes de irse a trabajar aquel 24 de julio de 2020. “Dicen que muere quien se olvida y no quiero eso, por eso todos los viernes subo fotos de Julieta a las redes, al menos hasta el juicio. Quiero justicia de verdad porque él tiene derecho a todo. ¿Y los derechos de Juli? ¿Sus sueños? Queremos cadena perpetua sin beneficios”, cierra Fabiana.

En su cuello lleva colgada una cadenita con la foto de su hija, en su mirada lleva el dolor y el amor incondicional, el mismo amor que la empuja a levantarse todos los días esperando un juicio justo y recordándole al mundo que en Berabevú vivía Julieta Del Pino, de 19 años de alma rebelde y justiciera, alegre y “muy ella” y Cristian Romero, la mató.