“Yo no pido justicia. Exijo justicia. Pido libertad. Libertad de que uno salga a la calle. Que un policía no tenga que hacer adicionales para ganarse el mango. Que los patovicas no tengan licencia para matar”. Con voz queda pero ni por lejos quebrada, el que habla por teléfono es Edgardo Orellana, el papá de Carlos, alias “Bocacha”, el pibe fan del río y de su familia. El que remaba en kayac por el Paraná, trabajaba como metalúrgico y amaba a Central.

Es el mismo que tiene que repartirse entre el dolor por la absurda, abrupta pérdida de su hijo y el convencimiento de que tiene que convertirse en fiscal, ocuparse de su propia investigación. “Los datos que yo tengo es que vieron a tres personas empujando a mi hijo. Tres patovicas me lo tiraron al agua, en el muelle 3. No hubo ninguna pelea. En algún momento se metió en el VIP sin pulsera, esa fue la causa de muerte. Meterse en el VIP sin pulsera”, dice a las cámaras de El Tres.


Edgardo detalla que los implicados en lo que para él fue un asesinato son “el jefe de los patovicas y dos policías que hacían adicionales, que son marido y mujer”. Todo sucedió ante una cámara domo que no registró lo sucedido porque no funciona desde 2008. Hay dos investigaciones paralelas: una es sobre el accionar de la policía provincial. Hasta que no terminen la autopsia y los exámenes complementarios, bajo el protocolo de Minesotta, habrá conjeturas y versiones. Datos ciertos y otros que habrá que chequear. Pero el empleo mismo del protocolo ya habla por sí mismo del altísimo grado de desconfianza en la acción de las fuerzas de seguridad. En cualquier momento, puede producirse algún hecho o desinteligencia que pueda empañar la búsqueda de la verdad. 

Sucede en la misma ciudad en la que mataron . Gerardo “Pichón” Escobar, en la ciudad en la que Franco Casco, un chico de Florencio Varela que desapareció, fue hallado muerto tras 24 días. En el primer caso, se demoró una semana en encontrar el cuerpo de Pichón. En el segundo, la demora en saber que estuvo detenido en la comisaría séptima, que hasta su propia familia tuvo que sufrir, también habla.


En ambas causas actúa la Justicia federal por la figura de desaparición forzada de personas, un camino que no descarta transitar en el terreno jurídico la familia de Orellana. Por el caso Escobar, luego de sobreseimientos, quedó instalada la figura de falta de mérito, por lo que los implicados siguen en libertad. Por el caso Casco, 19 policías van a juicio por la coautoría del hecho y encubrimientos.

Pibes que salen y no vuelven. Que parecen meterse en una boca de lobo. Hace casi 19 años, la actividad nocturna se rige por una ordenanza que, a través del tiempo, tuvo poquísimos retoques y jamás fue debatida a fondo. Asociada a ésta, se aprobó una ordenanza de capacitación para patovicas. En ambos casos, la norma se “dobla”. Peor aún: en algunos otros, empresarios de la noche se han animado incluso a construir en espacios costeros, que son concesionados por la Municipalidad, sin autorización. Lo que aún no se logra es diferenciar los clubes sociales y culturales, salones de eventos y locales bailables. También hay que debatir a fondo cantidad de gente por metro cuadrado (factores de ocupación), licencias, cervecerías artesanales y el fenómeno de la gente en sus alrededores, especialmente en Pichincha.

Cada vez que se intenta avanzar en el debate, no son pocos los empresarios de la noche que comienzan aducir que “no los dejan trabajar”. Eso mantuvo el status quo. Es como si se les entregara una licencia para gobernar algunas calles y sectores, algunas horas de la noche del fin de semana. En la costa, por tergiversaciones, violencia y abusos, fueron cerrados varios espacios, además de Ming: los la Terraza de los Jardines (en la zona de los clubes de pesca, que funcionaba con música pero no tenía habilitación), la Misión (históricamente la Misión del Marinero), Taura, que quería reabrir junto al MOP (así se llama al espacio del Ministerio de Obras Públicas), el bar de los Silos Davis, debajo del Museo Macro. No serán los últimos. También se vienen intervenciones de este tipo en zona oeste y zona sur.   . 

Y será una movida bifronte: mientras la Municipalidad clausura bajo su potestad, el Concejo no sólo volverá al ruedo con el debate sobre la actividad nocturna, sino que acompañará con pedidos de clausura definitiva.

En un abuso conceptual, puede decirse que es una política represiva o que busca la prohibición de lo que no se puede controlar. La otra mirada es que es necesario barajar y dar de nuevo en muchos sentidos. Volver a percibir que la noche en Rosario es respirable, vivible. 

Y en esto, el Ministerio de Seguridad también tiene un papel. Mientras Marcelo Saín habla en medios porteños o elige su cuenta de Twitter para describir lo que sucede con el crimen organizado y la violencia, el gobierno lo respalda. Hay un entendimiento de que más allá de sus declaraciones fuera de lugar, “es un tipo con decisión que está haciendo cambios en serio”. En Santa Fe, lo que advierten es que “viene con el combo completo”, en referencia a que critica impiadosamente a la propia fuerza que debe conducir. El mensaje viene cargado de una generalidad, y “la tropa está autonomizada”, como define un ex miembro de la cúpula policial rosarina. “Toman nota de que el ministro no está”, advierte.

Puede ser, o no tanto. “Todo lo que escuchamos es una opinión. Lo que vemos, una perspectiva, no es la verdad”, decía Marco Aurelio en sus Meditaciones.  Lo concreto son ausencias.  Entre La Fluvial y el Monumento, tan sólo unos pocos metros. Enrique Orellano está instalado allí desde el comienzo de la semana con su familia y los amigos de “Bocacha”. Donde ondea la bandera que se izó por primera vez hace 208 años, la bandera que Enrique defendió en 1982, fue a buscar una respuesta, una palabra, un compromiso de Justicia. 

Concretó un encuentro con el Presidente de la Nación para intentar encontrar algo de sentido. Que le devuelvan al menos lo que defendió: el símbolo de unidad que lo acompañó en ese coqueteo con la muerte. “Pido libertad. Libertad de que uno salga a la calle. Que un policía no tenga que hacer adicionales para ganarse el mango. Que los patovicas no tengan licencia para matar”. Eso pide Edgardo: eso pedimos todos. Recuperar los laureles que supimos destruir.