El 11 de enero de 2020, Gabriela Cerruti, periodista y actual portavoz presidencial, subió un video a sus redes sociales donde se muestra de “entre casa” frente al espejo. Allí reflexionó sobre algunos conceptos que hasta no hace mucho generaban pudor: menopausia, arrugas, productividad después de los 60 y estigmatizaciones de la vejez. Además, en forma de pregunta convocó a ciento de mujeres a lo largo y ancho del país: “¿Qué tal si empezamos a pensar en la revolución de las viejas?”. 

El video superó las 200 mil reproducciones y su inmediata viralización dejó entrever una necesidad colectiva: reivindicar un periodo de vida que puede transitarse de muchas maneras. El deseo de vivir bien provocó que esos “me gusta” virtuales se organicen y funden la marea plateada. El primer encuentro fue un mes después en un bar del barrio porteño de Palermo que desbordó por la gran convocatoria. Además de conocerse las caras, las mujeres que se acercaron hicieron catarsis y tomaron la decisión de avanzar juntas para convertir deseos en políticas públicas. 

Ese día, entre las muchas cosas que hablaron, llegaron a una conclusión: no eran las ancestras del feminismo y tampoco las pibas del pañuelo verde, a pesar de haberle puesto el cuerpo a la lucha del aborto legal, seguro y gratuito cuando el pedido aún no era masivo. No se identificaban con la forma de envejecer de sus abuelas, tampoco con las de sus madres. Necesitaban construir una nueva manera de habitar después de los 60.

Así nació la Revolución de las viejas, como un movimiento que arrasa con lo establecido y que se encamina al tercer encuentro presencial, este año en Embalse. Allí, además de verse las caras, debaten y proyectan próximos objetivos a corto y largo plazo. De esa furia encuentrera nació por ejemplo el proyecto para erradicar el edadismo.

Alejandra Benaglia, tiene 62 años. Está operada de cadera desde los 42 y, sin embargo, nada le impide que a diario haga 20 kilómetros en bicicleta. Es periodista y un dato más: sigue usando minifaldas, así se definió en diálogo con Rosario3. Además, fue una de las asistentes a aquel bar y desde entonces lleva colgado el pañuelo plateado, símbolo que emplearon desde el movimiento para identificarse. 

Las ideas de las viejas empezaron a recorrer el país, y hoy son más de 30 mil desparramadas en cada provincia de Argentina y organizadas para combatir contra los modelos establecidos de envejecer. Rosario no es la excepción. “Cuando la gente escucha el nombre primero hace una mueca gestual o pregunta por qué viejas y la realidad es que para nosotras ese nombre es una declaración política per se, desde la palabra revolución hasta la palabra vieja”, apuntó la encargada de prensa del movimiento.

Benaglia reconoció que detrás de esas preguntas o gestos hay miedo. El miedo a la vejez está establecido y sucede porque “está asociado a lo que ya no sirve, está relacionado con lo descartable, es como un insulto. Y la contracara de esto es la infantilización: pobrecita la viejita o abuelita”. 

Ni tercera o cuarta edad, ni adultas mayores. Tampoco abuelas. Se autodenominan viejas para desterrar todos los calificativos negativos que arrastran esas seis letras juntas. Viejas: feministas, federalistas, anticapitalistas, antipatriarcales, deseantes y activas. Viejas que exigen que sea el Estado quien les garantice vivir y morir en autonomía.

“Algunas se tiñen las canas y está bien, otras se dejan el pelo gris y también está bien porque es justamente eso lo que queremos demostrar: no hay un modelo de ser vieja”, apuntó la periodista que además profundizó en la feminización de ese período de la vida. 

“Dejamos de ser fértil y dejamos de servir para la vida”

Las viejas sostienen que no hay una única forma de envejecer, tampoco es algo que ocurre de un día para el otro; sin embargo, para la mayoría de las mujeres fue el sistema quien les señaló que estaban viejas porque una vez que la jubilación llega, la mirada del otro cambia. 

“Para el mundo capitalista a los 60 las mujeres somos oficialmente viejas porque dejamos de ser productivas. Eso es horrible, porque ahí hay un desconocimiento del deseo, del disfrute”, señaló Benaglia, pero además apuntó que a ese peso cultural se le suma el biológico: “Dejamos de ser fértil y dejamos de servir para la vida, pero ellos pueden tener hijos hasta los 80 y está socialmente aceptado”.

Al parecer, la mirada y el discurso sobre lo correcto e incorrecto a lo largo de la vida depende del género. Lo que Benaglia está explicando se puede ilustrar con ejemplos que han trascendido: al nutricionista Alberto Cormillot se le permite y festeja ser padre a los 83 años, pero a Moria Casán se la juzga por subir una foto en bikini a los 76. Como si la libertad tuviera fecha de vencimiento para las mujeres y eternidad para los hombres. 

“No queremos cambiar la vejez, queremos cambiar la vida. Sabemos que será una lucha extraordinaria, la afrontamos con convicción y libertad. Así que, no nos busquen pasivas, no nos van a encontrar. No nos busquen infelices, no vamos a estar. No nos busquen calladas, no nos callamos más”, así lo manifestaron en un comunicado.

Las viejas llegaron para romper con esa y muchas otras formas de ver la etapa más larga de la vida: no quieren cremas que disimulen arrugas, tampoco geriátricos porque levantan la bandera de la autonomía y proponen una forma más amigable de transitar la vejez, reniegan del mandato de hacerse cargo de las tareas de cuidado y están lejos de la aguja y el crochet. Temas que serán tratados en próximas entregas por Rosario3.