Una charla de amigas en un bar dispara el dilema: cómo abordar a los adolescentes de hoy.

Laura, María, Celeste y Florencia meriendan en el centro. Tienen hijos entre 12 y 14 años que cursan 7º grado, 1º y 2º año de secundaria. El tema de los niños es ineludible en cualquier conversación, pero esta vez, una mezcla de preocupación, incertidumbre y temores las llevó a preguntarse qué y cómo hacer. Los chicos están más grandes, piden independencia, pero existe un temor extendido a dejarlos solos en una ciudad que ha ganado en márgenes, donde abundan los títulos policiales y algunas costumbres han cambiado.

Yo a la edad de Franco ya iba sola en colectivo al centro, me juntaba con amigas y tenía llave de mi casa. Hoy no me animo a dejarlo, termino siendo el remise, pero entre la pandemia y la seguridad, casi que lo prefiero, aunque siento que no sabe resolver muchas cosas.

—Nosotros empezamos a dejarlo sólo en casa para ir a hacer compras, también a pedirle que haga mandados, o a dejarlo sólo en el club ya en el verano cuando podían quedarse en la pileta. Al principio nos generaba dudas, pero con 12 años, nos pareció que estaba bien, y él, salvo por los mandados, siente lo mismo.

—En el caso nuestro estamos en un permanente tire y afloje. Pancho organiza planes con los amigos en el parque todo el tiempo, quiere ir solo en bicicleta a todos lados y siempre terminamos discutiendo. O vive encerrado en la pieza conectado jugando o vivimos en tensión si le decimos que no me animo a que se mueva tanto solo.

—Yo le encontré algo de positivo al encierro, puede sonar mal pero a veces pienso que por un rato más siguen siendo chicos, como que se retrasó un poco el proceso. No sé si estando en 7º quiero que haga tantas cosas sola, y tampoco lo pide. Sí quiere todo el tiempo verse con sus amigas y eso lo vamos organizando en un parque o en algún bar. Pero me cuesta soltar, lo admito.  

La conversación eterna en búsqueda de las mejores soluciones dispara el debate sobre la adolescencia inicial: cuándo es el momento de darles autonomía y cómo hablarles y acompañarlos sin que la charla parezca un interrogatorio. Esa transición entre la niñez y la adultez, donde los chicos se preparan para cumplir roles de adultos, está plagada de incertidumbre: desde la separación del ala de los padres, la búsqueda de identidad, los cambios corporales y las emociones. Las familias saben que la pandemia y la situación actual los atravesaron y cambiaron las expectativas, los planes y la forma de vivir.

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A prueba y con la mirada atenta

“Lo que no se puede es soltar de golpe”, señala a Rosario3 Ana Bloj, psicoanalista y profesora titular de la cátedra Intervenciones en niñez y adolescencias de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), al tiempo que expresa que “hay que ir probando, haciendo un doble movimiento: soltando y juntando el hilo de a poco para poder definir y decidir cómo se desenvuelve ese chico y sus pares, ver cómo se toma esa libertad. Eso es lo que más hay que trabajar con los chicos: ‘Te doy la libertad que vos podés tener en este momento, y si la sabes usar, de a poco vas a ir teniendo más’. Hay que entender que no es habilitar cada vez más, si no habilitar hasta un punto y ver cómo se desenvuelve ese chico en el escenario en que queda habilitado. También depende de qué chico y qué padres, hay quienes tienen más registro del riesgo y hay quienes tienen menos”.

Sobre la edad aconsejada para comenzar a darles mayores responsabilidades a los niños Bloj afirma que no hay edad, pero sí contextos: “Hasta depende del barrio en el que se vive. Hay lugares en los que es peligroso salir a la puerta y hay lugares más tranquilos. Los padres deberán permitir proporcionalmente al riesgo externo en que ese chico está. Siempre es bueno ir habilitando, pero viendo si el chico se anima, si quiere y en qué momento. Muchas veces necesitan que se los acompañe, hasta que estén seguros. Ellos transmiten en qué momento están en condiciones, si uno los puede escuchar”.

Nora Bolis, psicoanalista y docente de la Facultad de Psicología de la UNR, afirma que se debe buscar un espacio intermedio, de toma de pequeñas decisiones, donde los niños no pasen a tener de repente responsabilidades de  adultos, y expresa que si bien es cierto que los chicos hoy tienen menos autonomía, hay que comprender que las condiciones para la autonomía cambiaron, que hay otras condiciones relacionadas con las restricciones y el cuidado, y que en este nuevo contexto, “es importante es que el chico igual la vaya logrando”.

La profesional, que desde hace años trabaja con adolescentes, tanto en consultorio como dentro del ámbito escolar, asegura que siempre es importante escuchar a los chicos y entender que los adolescentes y los púberes, necesitan tener espacios al margen de la mirada de los padres, un espacio para ellos. “Empiezan a moverse por fuera de las decisiones de los padres con otros, puede ser un amigo o dos, no hace falta que sea en grupo, pero sí tiene que haber un par. Con amigos de la secundaria, del club, de los lugares donde transiten, ese proceso se va dando con mayor o menor rapidez, dependiendo del contexto social”, agrega.

Para Bolis el acompañamiento del adulto es fundamental, así como que comprendan que para los niños las condiciones para el crecimiento van a ser otras, tal vez por mucho tiempo. “Parte de la autonomía o de ese empezar a hacer cosas solos, va a pasar por empezar a manejarse con estas restricciones y cuidados actuales, porque su adolescencia va a ser en el marco de los cuidados en pandemia. Los padres deben acompañar, que no es ir pegados al lado de ellos, sino estar atentos a sus miedos y necesidades, ayudar a encontrar otros espacios donde vincularse o aprender algo nuevo, no cerrarse a que el cuidado sólo puede estar en casa, sino que los y las adolescentes aprendan a cuidarse por fuera de la casa y por fuera de la mirada del adulto. Es esa la separación que tanto los padres como los adolescentes tienen que atravesar, armando una distancia vacilante pero necesaria. Los adultos tenemos que, de algún modo, hacer el duelo de la adolescencia y juventud que vivimos, y entender que estas son otras condiciones y hay que acompañarlos a transitarlas, pero no por eso encerrarlos o dejarlos pegados a nosotros”, enfatiza.

Bloj entiende que las alternancias entre el “quédate en casa” y las habilitaciones de horarios y lugares de encuentros, hicieron que muchas veces se dieran varios permisos juntos, algunas veces sin demasiado análisis o sin desearlo: “Con estos permisos entrecortados para salir,  vemos chicos que se encuentran de golpe que van al parque porque está permitido y se encuentran solos, y empiezan a hacer las primeras salidas y que muchas veces los padres terminan habilitando sin meditarlo mucho, porque es hoy lo que se puede hacer. No hay ese ir evaluando el permiso que se daba más antes de la pandemia. De golpe aparece el permiso que tal vez el padre no venía ni pensando, ni procesando, y el chico tampoco”.

Alan Monzón/Rosario3

Nuevas y viejas formas de vincularse

Durante las restricciones más duras por la pandemia de covid-19, los adolescentes con acceso a las tecnologías escogieron vincularse de manera virtual y hallaron en las redes un acompañamiento durante el encierro. “Encontraron la excusa del juego para tener un espacio donde hablar de nada en particular y vincularse. Muchos se refugian en la virtualidad, donde están con otros al margen de la mirada de los padres, se sienten reconocidos o buscan hacerse reconocer por esa vía, por los lazos que se pueden establecer ahí, pero esto también puede producir cierta detención, postergación o inhibición del encuentro, si es el único espacio para hacerse ver por otro, para ser aceptado por otro”, sostiene Bolis.

Por ello la profesional entiende que cuando las autoridades sanitarias permiten los encuentros, es bueno salir de la virtualidad. “Dentro de lo permitido, hay cosas que pueden hacer cuidándose. Ahora está la posibilidad de salir y encontrarse y el cuerpo y lo pulsional se ponen en juego de otro modo en el encuentro en presencia con el otro. Esto por supuesto, puede producir inhibiciones, pero al mismo tiempo aparecen las ganas de estar”, agrega.

La virtualidad, otro espacio para atender

La vida cotidiana está permeabilizada por lo virtual y por eso es fundamental que los chicos puedan relatar y poner en palabras lo que hacen en ese espacio, en las redes y en los chats de juegos. “Siempre va a haber un espacio que ellos van a reservar como su intimidad, aunque sea una intimidad expuesta en las redes, pero íntimo respecto de los padres, donde ellos no van a querer que la familia los vea, ni que conozcan cómo se relacionan o se muestran con otros, sobre todo en la adolescencia. Y creo que hay que manejarse con esa dificultad”, asegura Bolis.

Siempre atendiendo el momento, las edades, las singularidades o las alertas que puedan aparecer, para la psicóloga la supervisión debe pasar por “poner en diálogo entre adultos y chicos lo que pasa ahí, no hacerlo como un espacio que es totalmente ajeno y del cual ellos no nos pueden hablar porque nosotros como adultos no entendemos como ellos se manejan, todo lo contrario, que nos cuenten y nosotros preguntarles sin juzgarlos”.

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Por su parte Bloj entiende que los chicos van haciendo ciertos circuitos de encuentro y socialización de manera virtual, pero expresa que hoy el problema es que “los padres quedan por fuera de los permisos de otro tiempo. Porque los chicos no salen, pero el escenario donde se encuentran es la virtualidad, y los padres muchas veces no lo manejan. No tendría que quedar tan naturalizado que el espacio virtual es patrimonio, o es el escenario en el que los chicos se desarrollan sin presencia de los padres. El espacio virtual es un espacio exterior, como lo es la calle”.

La profesional sostiene que los padres quedan bloqueados con la tecnología en un doble sentido: porque los hijos los bloquean poniéndole clave al celular y quedan bloqueados porque no saben qué hacer con eso. “Se piensa en darles o no la llave de casa, y el chico tiene la llave del acceso a la tecnología que los padres no tienen. Ahí lo que uno tiende a hacer es explicar que los chicos tienen un celular, pero son menores de edad, y que, así como el padre le permite o no le permite salir a determinado lugar, y con determinados chicos, lo mismo sucede con el celular. Pero esto no se piensa y queda naturalizado algo que en realidad es un riesgo, es como si en el universo de la virtualidad, no hubiera riesgos similares al universo de la realidad. El mismo sistema te lleva a que los padres se queden afuera, y me parece que este es el juego que no hay que jugar”, ahonda quien también es directora del Centro de Estudios Históricos del Psicoanálisis en Argentina.

Como recomendación, Bloj sugiere colocar filtros en los dispositivos acorde a la edad, ya que afirma que muchas veces los padres encuentran tardíamente que sus hijos han accedido a material que no siempre es propio o esperable para la edad y que muchas veces causan traumas. “Además hay que hablar mucho con los chicos de cuáles son los riesgos, que están muy minimizados. Para mí es clave que los padres accedan al celular de los hijos cuando es menor de edad. No para meterse todo el tiempo, pero si hay algún elemento que hace temer algún tipo de riesgo, cada tanto controlar. Y el hijo tiene que saber que el padre, cada tanto, va a acercarse a ver qué hay en ese espacio exterior que habita en el celular de su hijo. Sé que es un poco dilemático, porque también está el escenario de la intimidad y de la sexualidad. Siempre depende de la edad y de las características del/la adolescente, por supuesto, pero que no crea que puede bloquear al padre, ese es el punto de todo”, expresa Bloj. 

La profesora insiste en dejar en claro la diferencia entre la confianza y el descuido. “Hay que reconocer que estamos frente a un niño o un púber, y que requiere de un cuidado y de un acompañamiento. No es un problema de confianza, es un problema de cuidado. Porque no porque vos confías en tu hijo lo vas a dejar andar por la calle sólo en cualquier lugar. Entonces hay que entender que el espacio virtual es un espacio exterior, como lo es la calle, ese es el punto. Lo engañoso es que está dentro de la casa, pero es un espacio de socialización y de riesgo: ‘quédate en casa’ no es sinónimo de seguridad”, culmina.