El fallecimiento de Pablo Novak, reconocido como el último habitante de Villa Epecuén, entristeció a quienes vivieron o visitaron la ciudad que, en 1985, fue destruida por el agua tras una terrible inundación que expulsó a todos los residentes excepto al hombre de 93 años.

Epecuén se convirtió en un atractivo turístico a nivel mundial a raíz de la tragedia que marcó su historia. La localidad quedó sepultada por el lago que lleva el mismo nombre, cuya agua es diez veces más salada que la del mar, y sus ruinas emergieron diez años después.

En ese lugar decidió quedarse Pablo, que tuvo diez hijos, 21 nietos y siete bisnietos. Uno de sus nietos, Christian Montesino Novak, lo recordó asegurando que para él es "un placer poder seguir con su legado", haciendo referencia a la amabilidad que siempre mantuvo su abuelo al hablar con turistas y periodistas.

En diálogo con Podría Ser Peor (Radio 2), Christian destacó que Epecuén se convirtió en un destino turístico por característias como las "propiedades curativas de su agua" y el "patrimonio cultural que representan las obras del arquitecto Francisco Salamone".

Pero también era motivo para visitar este lugar la curiosidad por conocer a su abuelo, que "nunca abandonó la villa", más allá del período en el que se mudó a una residencia de ancianos durante la pandemia de covid-19.

Pablo Novak recorriendo las calles de Epecuén.

"Siempre vivió ahí, en una pequeña chacra con animales, y nunca quiso irse", recordó el nieto de Pablo, y afirmó que su abuelo veía a la villa como "un lugar muy rico comercialmente". Desde pequeño, el hombre trabajó allí junto a su padre en una fábrica de ladrillos con la que proveían a las construcciones del lugar, como por ejemplo la capilla local.

Antes de la inundación, Epecuén era "el segundo destino turístico más visitado de la provincia de Buenos Aires", y luego de la tragedia ese atractivo se mantuvo, aunque claramente por razones diferentes.

Después de la inundación, recordó Christian, uno de los vecinos de Pablo le preguntó si podía quedarse a cuidar su casa porque el hombre no quería irse de su ciudad, en donde vivía junto a sus animales.

En ese sentido, apuntó que una frase que solía decir su abuelo era: "A Villa Epecuén la vi nacer, crecer y morir". Y comentó que Pablo vivía de manera sencilla, "sin corriente eléctrica, con una radio a pilas y una heladera a gas".

"Desde pequeño proveía a los hoteles y turistas con huevos de sus gallinas, manteca casera y jabón en pan hecho con grasa animal", dijo su nieto, y contó que cuando uno de sus vecinos le ofreció mudarse a una vivienda ubicada a 500 metros de la villa, a donde no había llegado el agua, lo rechazó.

El "último habitante de Epecuén" vivió allí hasta su fallecimiento.

Pablo quería seguir viviendo en su casa junto con sus animales y recorrer Epecuén en su bicicleta, como siempre hizo. También ponía su tractor a disposición de los turistas que conducían por las calles en auto y se quedaban atascados en el barro.

Oficiaba como una suerte de custodio del lugar, e incluso invitaba a a los visitantes tomar mates, por lo que con el tiempo se ganó el afecto de todos.

Sobre sus hábitos, su nieto destacó que el hombre estaba "muy informado" gracias a que "escuchaba la radio por la mañana y leía el diario regional por la tarde". "Siempre tuvo una memoria prodigiosa", señaló.

La historia de Pablo se volvió tan famosa que periodistas de medios de todo el mundo viajaron hasta Epecuén para conocerlo a él y también al lugar. Incluso protagonizó un anuncio de Red Bull, y también solía ser invitado a presenciar producciones que se rodaban allí, como documentales o videos musicales.