En el pasillo de Gorriti 5559, barrio Ludueña, Varón Fernández habla con Bety, la vecina que está bien en frente del bodegón cultural Casa de Pocho. Son las 10.30 del sábado y él se prepara para una reunión en ese espacio de encuentro que fue la vivienda de Claudio Lepratti, hasta que lo asesinó la Policía en diciembre de 2001.

Bety le cuenta que su hija, que estudia para maestra jardinera, tuvo que dejar la terciaria por falta de internet durante la pandemia.

–No podía seguir las clases y tuvo que dejar –le dice ella.
–La cruce el otro día y no me dijo nada. ¿Cómo no me avisaste antes?

Bety le habla de las dificultades para conseguir conexión en el barrio. No hace falta. Varón lo sabe. Dice que tuvo wifi mediante una cooperativa pero no era buena; probó con Fibertel, tampoco. Se las arregla como puede con los datos del celular.

–No, algo vamos a hacer –promete él y lleva el tema a la reunión con los integrantes del bodegón. Algunos vienen de la mítica experiencia de La Vagancia, el grupo de adolescentes que creó Lepratti en los 90. Otros se sumaron con los años. Este es un tema que ya venían charlando. 

La hija de Bety no es un caso aislado. Se repite en otras familias de Ludueña y en los barrios de la ciudad. De hecho, la Casa de Pocho necesita conexión a internet para los pibes y pibas que van a realizar apoyo escolar y otras actividades. La conectividad se volvió vital durante la pandemia y aunque la presencialidad regresa de a poco a las escuelas, la seguirán necesitando para sostener los talleres. Multiplicarlos, si es posible.

A veces la militancia se traduce en largos discursos, en debates profundos; otras es un hecho concreto. Conseguir un celular, un aparato similiar o superior a un J2 (por el modelo de Samsung), para usarlo de módem y dotar de conexión al lugar. Eso les pidió la telefónica para darles el servicio.

Para los que puedan dar una mano, este contacto: 3416484405 (Varón) o desde el Facebook del espacio.