A través de las plataformas virtuales, donde se desarrolla el comercio electrónico, y las redes sociales, se compran "monedas por kilo", una tendencia que se profundizó en los últimos años -a nivel nacional- por la inflación. Así es como la venta gira en torno al cobre o níquel, y no por el valor que tiene como tal.

Respecto a las ofertas, las monedas doradas de 50 y 25 centavos (acuñadas en cobre y de un peso de 6 gramos) se venden por el doble o el triple de su valor facial. Es decir, se ofrece entre $1 y $1,50 dependiendo de la cantidad y de la negociante con el comprador.

Sobre la versión plateada de estas (menor cobre al combinarse con níquel), las de 10, 5 e incluso 1 centavo también entran en este negocio, aunque encontrarlas es cada vez menos usual.

En caso de las bimetálicas de $1 y $2, con un peso mayor a 7 gramos, estas son las más codiciadas para los reducidores de metales y, desde luego, las que más abundan.

En Mercado Libre, por ejemplo, se puede encontrar ofertas: "Compro monedas por kg!! De cobre y níquel, vigentes y antiguas, a $400 por kg. Costo de envío a cargo del vendedor. Se realizan operaciones solamente mayores a 10 kg". Aunque también hay posteos similares ofreciendo $500 e incluso más dinero.

“Compro monedas en desuso de 25 y 50 centavos... pago el triple de lo que tengas en plata. También compro la de 1 peso viejas, la del sol, pago el doble. De 2 pesos el pago es el 50%”, escribió otro usuario.

Según publica Ámbito, los bancos cada vez le piden al Banco Central de la República Argentina (BCRA) menos monedas, ya que casi no las necesitan; pero cuando lo hacen, reciben las de la línea “Arboles” de $1, $2, $5 y $10, que no son de cobre sino de acero, más livianas y menos valiosas. Esta línea fue lanzada en 2018 y el cambio de material se previó para que el valor del metal fuera más bajo al valor económico. Tres años después, la devaluación dejó en el camino dicha idea.

Mientras en los tesoros de las entidades financieras tienen más cantidad de la que precisan para el funcionamiento de sus sucursales, los memoriosos recuerdan otras épocas de escasez, como los años previos a la tarjeta SUBE, en los que eran imprescindibles para comprar el boleto del colectivo y el tren.