Las historias de Coco y Oscar son distintas pero se cruzaron en la Unidad III de Rosario. Los dos tienen tantos hermanos que les cuesta recordar cuántos, trabajaron desde niños cuando otros jugaban, tuvieron que hacerse cargo demasiado rápido de sus vidas y de sus familias hasta que cometieron un error (o varios). Dicen que estar preso es duro, es pelear todo el tiempo; pero salir no es fácil. El afuera puede ser aún más hostil que el encierro. Además, la cárcel "te hace un mejor delincuente, con mayores recursos". Ellos lo enfrentaron y lo superaron. Ahora estudian carreras terciarias y trabajan con pibes con problemas de adicción o en situaciones de riesgo. Cuentan de dónde vienen y sus luchas del presente (ver video).

En la cárcel aprendí a perfeccionarme, me hizo un mejor delincuente, con mayores recursos”

El quilombo fácil de Coco

Claudio Javier Ruiz Díaz, de 33 años, es Coco. En enero de 2013 hacía unos meses que había salido de la cárcel y lo llamaron para un trabajo de la Dirección Provincial de la Niñez, desde donde ya lo conocían por su participación en talleres intramuros.

A Coco le pidieron que controlara un hogar para familias en conflicto, con madres víctimas de violencia de género y chicos con problemas con la ley o adicciones. Fue su primera experiencia como operador personalizado.

El escenario en ese centro de contención era complejo pero él venía del mundo de los motines, de las facas y los escopetazos. “Es un quilombo, pero un quilombo fácil”, pensó.

Entonces se abrió paso como se debe hacer en ese tipo de situaciones. “Eh, ey, correte de ahí”. “Che bajate. Eso es una mesa”. “Dale, dale, dale”. Así empezó Coco a ordenar a ese hogar desmadrado. Pero Juan, de 13 años, no se la hizo fácil. Ese chico con furia en los ojos, que ya había corrido a otro con un cuchillo dentro del hogar, tan parecido a él dos décadas atrás, lo enfrentó.

Juan rompió el vidrio de una puerta, agarró el pedazo más grande y se lo apoyó en una de sus muñecas.

—Mirá qué me corto–, amenazó Juan.

—Dale, y cortame a mí también–, le respondió Coco, que tendió su brazo hacia Juan. El chico levantó el vidrio y lo apoyó sobre él. 

—¡Pero cortá grande, eh!–, le volvió a gritar Coco, ahora con el filo apoyado en su piel.

—Eh, vos estás re loco–, dijo el chico de 13, y bajó el arma.

Así empezó su relación con Juan (que no se llama así). Coco dice hoy, a casi tres años de aquello, que ese pibe le cuenta cosas, que hablan. Ese primer ensayo en aquel hogar le sirvió para entender que quería hacer eso. Ayudar a pibes que fueron como él. Ayudarlos para que no repitan su historia. Por eso también empezó a estudiar para ser técnico en Minoridad y Familia. “Me veo yo en todos”, cuenta Coco, que trabaja en el Equipo de Crisis de la Dirección de Niñez y en “Rancho Aparte”, la organización que realiza apoyo escolar, talleres y una escuelita de fútbol en barrio Tablada.

Inocentes y culpables

Dicen que todos los presos juran su inocencia. Ellos no mataron, no robaron; fue otro. Oscar “Cordobés” Reynoso, 43, podría refugiarse en ese lugar común pero cuando habla de sus cuatro años detenido prefiere hacer eje en otro lado. Él estuvo casi todo su encierro procesado, sin condena. O sea, podía ser culpable o inocente de lo que se le acusaba (haber provocado la muerte de una persona tras atropellarlo con su auto) pero mientras tanto estaba detenido.

Tuvo que enfrentarse a otros en su misma condición y algunos con sentencia firme. Al que le toca estar 15, 20 años guardado, no tiene mucho para perder. Ese es quien fuerza las peleas todo el tiempo, el que corre los límites. Pero Oscar tenía que cuidar su buena conducta para poder salir, si es que le tocaba.

Esperó un año, dos, tres. Recién después de cuatro años el juez decidió. Lo declaró culpable. A esa altura ya era un trámite. Si era inocente salía y si era culpable también, por la cantidad de años cumplidos, aunque con libertad provisional. 

El sistema muchas veces se cubre a sí mismo: ¿cómo declarar inocente a alguien que ya pagó la pena de un juicio a destiempo?

La enorme mayoría de personas en esa condición son pobres. Como Oscar. Por eso, tiene autoridad para preguntar qué hace la sociedad frente a ese despropósito. Qué hace ante el abandono de los chicos, frente a la falta de infraestructura básica en los barrios, con la desigualdad de oportunidades.

Más información