Este domingo se disputa el primer clásico del año del fútbol rosarino y otra vez entran en juego, además de los puntos y la posición en la tabla, cuestiones más profundas ligadas a la histórica rivalidad entre ambos clubes. Es obvio que el clásico no es un partido más, pero ¿qué pasa en el cerebro de los hinchas cuando gana su equipo y pierde el contrario todo en el mismo día y en la misma cancha? Ese cóctel de sentimientos personales y emociones colectivas es intensamente estudiado por la neurociencia que siempre busca respuestas a este fenómeno masivo de alcance mundial: el fútbol.

La hinchada argentina en el Mundial de Qatar 2022.

Para el Mundial de Fútbol Qatar 2022, el dúo de cumbia, nacido en Florencio Varela, Buenos Aires, durante la pandemia – La T y la M (por Tobías Medrano y Matías Rapen– compuso una canción para alentar a la selección nacional que titularon justamente: “Pa’ la Selección”. El estribillo dice: “Esta locura no la traten de entender / No tiene cura, se lleva en la piel”. Y al igual que otras muchas canciones surgidas de las tribunas del fútbol describe la pasión que disparan la selección nacional o el equipo propio, como una especie de “enfermedad” que se aloja en el corazón o en la piel (quién sabe) y que por más que se lo intente, es incomprensible y por lo tanto, incurable.

Sin embargo, esas emociones ligadas a los colores de una camiseta en particular y que, por lo general se transmiten de generación en generación y remiten a padres, abuelos, tíos, lugar de nacimiento y experiencias de la infancia, también se alojan en el cerebro, al igual que el pensamiento racional que nos permite resolver una ecuación matemática.

Vale la aclaración: hablamos de pasiones, de sentimientos genuinos y no de vandalismo o violencia hacia los rivales, hacia los propios o hacia terceros que nada tienen que ver con la contienda.

Este domingo, Newell’s Old Boys recibirá en el Coloso del Parque a Rosario Central y ya se desplegaron todos los rituales previos, el banderazo y las cábalas. Luego vendrán los nervios, las especulaciones; más tarde el partido y transcurrido el tiempo reglamentario, dará comienzo el largo “día después”, que se nutrirá como siempre, de alegrías, tristezas, broncas, cargadas, memes, chistes laborales y enojos, entre otros ingredientes, hasta que se juegue el próximo clásico, el de la revancha.

“La ciencia sí ha hecho un esfuerzo grande por entender qué nos provocan estos eventos deportivos y lo que viene a decir la ciencia es que cuando nuestro equipo hace un gol o gana un partido, se activan las mismas áreas cerebrales del placer, que se denominan ganglios basales. Y algo muy similar ocurre cuando vemos que nuestro rival se equivoca o pierde, ya sea con otro equipo o con el nuestro”, explicó la psicóloga María Roca, dedicada a la neuropsicología en el Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco), en diálogo con el programa A la Vuelta (Radio 2) y se refirió además, a otros estudios que pusieron el foco en tratar de comprender qué nos pasa en esas situaciones, “porque se trata de un fenómeno social muy común que nos permite expresar muchas cosas relacionadas con nuestra naturaleza como esto de ser un grupo, tener un equipo o trabajar a favor de algo, frente a este otro equipo rival que queremos que pierda”.

En la cancha, codo a codo: rienda suelta a la emoción colectiva.

La emoción colectiva

 

En las emociones colectivas sucede algo más: se produce una dinámica emocional que excede las emociones individuales.

No sólo en el ambiente del fútbol se destaca la presencia y la fuerza de la hinchada de Argentina; músicos internacionales han dicho que el público argentino es uno de los que más provoca esto que la ciencia denomina “emoción colectiva” y que consiste no sólo en experimentar una emoción en grupo, porque todos podemos estar enojados por la misma cosa. “En las emociones colectivas sucede algo más: se produce una dinámica emocional que excede las emociones individuales, ya que se da un contagio y hasta una homogeneización de que lo sentimos”, señala Roca.

Y si bien no hay investigaciones que expliquen por qué sucede eso con la hinchada o con el público argentino, “es cierto que como país necesitamos la unión, algo en común, y a veces –dice la profesional– encontramos en el fútbol (también suele pasar con la música) este punto en común que nos permite sentirnos uno, algo que no es tan fácil de conseguir en la vida cotidiana”.

La hinchada de Central antes de un clásico (Archivo Rosario3).

El disfrute con la desgracia ajena y el placer duplicado

 

Se ha visto en estudios hechos con resonancia magnética, que lo que ocurre en el cerebro cuando nuestro equipo gana, no se diferencia mucho de lo que se activa cuando pierde nuestro rival. Pero además existe un proceso que los científicos denominan “schadenfreude”, término alemán que alude al sentimiento de alegría o satisfacción generado por el sufrimiento, infelicidad o humillación del contrario.

“Como en ambos casos se activan esas áreas de la recompensa y del placer que nos indican que queremos que eso vuelva a pasar, cuando gana nuestro equipo y pierde el rival, en simultáneo (lo que se experimenta en los clásicos, excepto que haya empate), ese placer se ve duplicado”, explica Roca y describe un estudio que se realizó con personas a las se les hizo ver fragmentos de partidos en los cuales su equipo perdía y además sufrían las consecuencias de un arbitraje injusto que los había perjudicado.

"Luego de esa observación, debían decidir cuánto picante iban a ponerle al plato de comida del equipo rival. Lo que se observó es que aquellas personas que habían visto a sus equipos perder por una injusticia, ponían más picante en los platos de los hinchas rivales. Esto demuestra –afirma– que los efectos de lo que sentimos, no quedan sólo en una respuesta química del cerebro, sino que también, de manera no consciente, podemos mostrar respuestas más agresivas, en esas ocasiones”.

La investigadora destaca que es importante entender todo lo positivo y lo negativo que estas emociones colectivas pueden tener, por dos razones: porque pueden duplicar la duración y la intensidad de las emociones individuales y porque, cuando se manifiesta la ira o el miedo frente a una emergencia, por ejemplo, estas emociones colectivas pueden jugarnos en contra.

La hinchada de Newell's antes de un clásico (Archivo Rosario3).

Cortisol versus testosterona

 

En los momentos de máxima tensión, en el transcurso, por ejemplo, de un partido de fútbol donde juega nuestro equipo, ocurren muchas cosas a nivel neuroquímico. Hay estudios que demuestran que la hormona llamada cortisol, relacionada con el estrés, se segrega más en aquellas personas que son más fanáticas de su equipo. Es decir que cuanto más fanáticos, mayor estrés y más cortisol segregado.

En cambio, cuando nuestro equipo gana o hace un gol, se segrega mayor cantidad de neurotransmisores relacionados con el placer. Hay estudios que demuestran que suben los niveles de testosterona (presente en hombres y mujeres), que nos hace sentir más fuertes y todopoderosos y también aumenta la agresividad antes mencionada. Es decir, que pasa de todo en nuestro cuerpo en general y en nuestro cerebro, en particular, cuando asistimos a eventos de este tipo.

La pasión en las tribunas.

De las emociones colectivas al amor tribal

 

Estando en la tribuna, viéndolo por televisión o escuchándolo por radio, las emociones y el sentimiento de “tribu” se disparan por igual, aunque es verdad que vivir el clásico en la cancha, codo a codo, hace que se sienta con más fuerza ese espíritu de “todos somos uno”.

Las emociones se contagian con mayor facilidad cuando ese colectivo ya constituía un grupo, previo al momento del evento.

“Las emociones colectivas se pueden dar también fuera de la presencialidad, incluso en las redes sociales, pero es cierto que la presencialidad las favorece, porque se da una suerte de mimetización. Desde la neurociencia, podemos decir que las emociones son contagiosas y el otro nos hace de espejo con el cual nos mimetizamos”.

La duración de esas emociones colectivas, en general es breve. Tienen un pico en el que aumenta la intensidad y luego comienzan a disminuir poco a poco. Al experimentar emociones de manera colectiva, cuando la de uno está bajando, quizás la del otro sigue en aumento, entonces también afecta la duración en que sentimos esas emociones. Cuando vemos el partido en un bar, también nos pasa lo mismo y está probado que las emociones se contagian con mayor facilidad cuando ese colectivo ya constituía un grupo, previo al momento de ese evento.

"Sabemos –concluye María Roca– que lo que se siente, al formar parte de esos colectivos, no es amor romántico. Tampoco es amor paternal, maternal o fraternal, sino que se lo suele denominar amor tribal. Porque no sólo somos un equipo, sino un equipo contra otro equipo".