Entre 1976 y 1983, en los casi ocho años de la dictadura, 2.932 bebés fueron bautizados con el nombre Jorge Rafael, y a otro centenar se los llamó Jorge Rafael más un tercer nombre. (Antes de 1976 no superaba la frecuencia de 30 a 40 anuales).

El pico de popularidad fue en 1978 y 1979, con más de 500 cada año. Una cifra bastante significativa, tomando como referencia a los dominantes Miguel Ángel y María Laura con los que se denominaba a unos 4 mil niños y niñas anuales por aquellos tiempos.

Los análisis políticos más recientes sobre el período macabro encuentran cada vez más círculos concéntricos de personas e instituciones civiles con participación carnal en el Proceso; con lo que la dictadura, que antes llamábamos dictadura militar, fue llenándose de adjetivos suplementarios; entre ellos: cívico.

Pero existió ese otro aspecto de la cercanía civil con la dictadura: la lisa y llana simpatía o adhesión política, que se expresa como una marca eterna, imborrable: en un nombre estampado en un DNI.

Los nombres eran los tatuajes de las generaciones pasadas. Se agradece a la deidad que corresponda que la moda y la tecnología del tattoo apareciera tantas décadas después. Si no, todavía estaríamos expuestos a viejos vinagres con las caras de Videla, Massera y Agosti tatuadas en la espalda; con la sigla PRN en letras góticas en el esternón o la inscripción "los argentinos somos derechos y humanos" en el antebrazo. Bueno, existieron y se vieron no pocas calcomanías de auto con esa frase, pero ambas cosas, los stickers y aquellos Ford Taunus y Fiats 1600, tienen menos vida útil que un tatuaje y los portadores de aquel postulado aberrante hoy pueden hacerse los boludos.

Armando Diegos

 

Durante siglos y generaciones una forma de homenajear a personas significativas –reales o ficticias; familiares, gobernantes, guerreros, artistas, ídolos– era ponerle su nombre a los hijos e hijas. (Dejamos de lado por su volumen inabarcable la influencia religiosa en la elección de nombres).

En la Argentina de la mayor parte del siglo 20 esto se daba con mucha fuerza a partir de la política. Hasta que ésta fue desplazada de las convicciones y de la vida simbólica de las mayorías, que fueron pasando su adscripción a, entre otros, músicos y deportistas.

Pero antes de los Enzos actuales, los que emanan de Francescoli, hubo Enzos en nuestra provincia en honor a Bordabehere, y Lucianos por el gobernador Molinas. Y no hay certeza de cómo cundió la popularidad de los Facundos, Leandros y Lisandros en las décadas del 1970 y 1980, pero sí sabemos en quiénes se inspiraron, a tal punto que se los puede considerar como denominadores casi exclusivos de Argentina.

Y ni hablar, por supuesto, de Juan Domingo.

Tras haber gozado de enorme popularidad entre 1946 y mediados de los ‘50, en la década siguiente son cada vez menos los niños bautizados con el nombre de Perón, llegando a tocar el mínimo de 160 documentos de identidad en el año 1968. Pero como estela visible en las turbulentas aguas de la política, resurge con bríos la onda Juan Domingo a partir de 1971, con 359 registros -más 20 combinaciones con tercer nombre-, subiendo a 502 el año siguiente, casi 1100 en 1973 -contando mezclas que incluyen ocho hipercamporistas Héctor Juan Domingo-, y alcanza el pico histórico de 1350 bebés JD en el año de la muerte del General.

A partir de allí baja a 600 en 1975 y durante los años del videlismo cae a menos de 200 por año.

Si bien nunca existió la circunstancia histórica Perón vs Videla, tomamos sus nombres de pila como sustratos simbólicos que pueden llegar a expresar ciertas animosidades en la población. Y la estadística cronológica de empleo de los nombres es contundente.

En estos tiempos es dable cuestionar por qué sólo se está hablando de nombres masculinos. Por un lado, la política estaba hegemonizada ciertamente por hombres.

Por otro lado, también tomamos nota de qué devenir tuvo el nombre María Eva.

Muy en línea con Juan Domingo, el apelativo completo de Evita tuvo picos de miles a fines de los ‘40 y principios de los ‘50, y un revival, aunque menos pronunciado, entre 1972 y 1976. Un dato que parece refrendar las tendencias detectadas.

La vida cotidiana consiste, entre otras cosas, en cruzarnos todo el tiempo con personas y sus nombres. Cada década tiene sus modas, sus gustos, sus inspiraciones. Salvo los polistas, que parece que cualquier forma en la que llamen a sus hijos queda chic, el resto de la humanidad tiene sus criterios de nombres feos, nombres de viejo, nombres con demasiada carga simbólica, nombres raros, nombres heredados, nombres estigmatizantes. Están todos esos, y en el fondo de los infiernos está Jorge Rafael.