“Después de la lluvia siempre sale el sol” (Cristina Fernández de Kirchner)

El chaparrón pudo con su pelo. No con su voz que, gastada siguió tronando desde el palco. Cristina se me apareció como una muñeca despeinada ese martes en lo que fuera la Esma, víctima de los vaivenes del otoño. Porque después del agua, la iluminó el sol y como es su costumbre, interpretó ese rayo como una señal del universo. Una vez más, girando alrededor suyo.

Una vibración me cruzó el pecho. Quizás ayudaron los pañuelos blancos o el mismísimo escenario. Pero confieso que me conmovió aquel dramatismo exacerbado. Me había cautivado otra vez con esa mezcla de pasión, orgullo y altanería, con su ceño fruncido y las manos llenas de uñas en alto. En ese instante me pregunté si la iba a extrañar.

Diciembre es mañana. Quienes aplauden con furia cada gesto suyo y comulgan con su política ya esculpen en la historia nacional su busto en bronce. Pero el resto –los que resisten o bien, bajaron los brazos ante la contradicción inevitable que les despierta su personalidad– quizás echen de menos su ausencia en la presidencia, aunque sea un sentimiento que de tan sutil se revele inexistente. Puede que haya algo, aunque sea insignificante, que se extrañe de esta mujer que logró crear un estilo propio.

Tal vez sea sólo por eso, por encantadora, por su obstinación a los gritos para que la escuchen. Por mandona. Por su tono de Barrio Norte para la evocación de lo popular, porque sin leer sus discursos logra la atención de muchos y por mucho tiempo. Porque ha intentado siempre tener argumentos. Porque en sus eternas y repetidas cadenas nacionales reta pero también es pícara. Porque nadie le tapa la boca, porque no se parece a ninguno de los que ya hablaron y no emocionaron. O a lo mejor, porque se huele a la distancia la vuelta de los discursos fríos o vacíos, esos que no entusiasman ni al más convencido.

Quizás la recordemos porque nos sacudió un poco el nacionalismo dormido y buscó despertar el “orgullo nacional”. Por cavar un poco para enterrar el “que se vayan todos”. Porque quizás sea su gobierno lo más progresista que se haya conocido hasta ahora. Otros anhelarán su fuerza combativa, su convicción a ultranza, su liderazgo político, su poner la cara hasta el ridículo. Este “soy y me la banco”, con levantadita de hombros incluida.

Los lectores de Página 12, por ejemplo, también harán balances: un grupo puede que sienta que con Fernández de Kirchner se va ese tiempo hermoso con el que venían soñando desde el primer ejemplar. Otros, leerán su despedida como la oportunidad de regresar a las fuentes.

Muchos argentinos la van a extrañar por los mismos motivos que van a agradecer que se vaya (así de compleja es la relación que tejimos con esta presidenta). Sentirán un profundo alivio al no tener que padecer esa desconfianza que desparrama, el rechazo a los periodistas y comunicadores y su expresión de enojo constante. Su irritabilidad, su acidez, su estar a flor de piel. Y los que miran más a la derecha o más a la izquierda, puede que desilusionados ante su ambigüedad con algunos temas económicos y sociales o bien por su codo a codo con ricos y famosos, celebren su partida y no la recuerden en absoluto.

Cristina podrá ser o no extrañada pero difícil es que se convierta en una extraña tras dos períodos de gobierno donde recreó una atmósfera con su nombre y apellido. Quizás, al final no la echemos de menos nunca. Hay un mapa que indica que mantendrá un lugar relevante en la agenda política nacional, tratando de marcar el paso siempre que la dejan bailar.