"Milanesa, huevo, puré de papa, pastas y arroz es todo lo que come Pedro que tiene 7 años”, cuenta su mamá a Rosario3. Por su parte, el papá de Julián, de 10, recuerda que su hijo “era un nene que comía de todo, pero ahora se niega a comer verduras, ni la comida elaborada, pero come dos o tres frutas”. Justina tiene 5 y tampoco come verduras, el único acompañamiento que acepta con las carnes, es la papa. Sus padres dicen que por más que intenten, la respuesta es siempre un “no” rotundo. Tampoco le gusta que en el plato se “mezcle” la comida y afirman que están agotados porque “la hora de comer sea siempre una batalla”.

Estos son sólo algunos ejemplos de familias preocupadas por la alimentación de sus hijos, y que afirman que probaron tantos métodos como se les ocurrió para lograr que sus hijos coman variado pensando en los nutrientes suficientes para el desarrollo, y en la paz familiar a la hora de sentarse a la mesa.

Las familias relatan discusiones, peleas y hasta súplicas a la hora de comer. Afirman que se debatieron entre hacer platos llamativos con figuras de verduras, esconder alimentos rechazados en preparaciones, obligar a los chicos o premiarlos por probar lo que rechazaban. Algunos definieron hacer consulta con profesionales, otros esperar a que sean más grandes y ver cómo se desarrolla la alimentación, y también hay quienes siguen haciendo comida diferente ante el gusto de cada integrante de la casa.

¿Gusto o selectividad?

Como todo lo relacionado con la alimentación, son muchísimos los factores que influyen. Entonces, ¿cómo saber si hablamos de un niño que elige qué comer por gusto y preferencia o de uno selectivo?.

“Todos los niños atraviesan una etapa de selectividad. Es habitual que en el desarrollo entre los 3 y los 6 años muestren selectividad. Después hay cosas que salen de lo habitual, que van más allá y que son para ocuparse”, afirma Naida Porreca, médica, asesora en alimentación complementaria, fundadora y codirectora de Escuela Argentina de Baby Led Weaning (BLW, alimentación autorregulada o a demanda, eliminando la fase de las papillas).

Naida Porreca brega por una alimentación consciente

La profesional indica que hay pautas que pueden ayudar a las familias, como por ejemplo, la reacción ante la presencia del alimento que no quieren comer: “A veces suele ser una situación más bien de desborde emocional o un apartar el plato, y hay niños que tienen reacciones viscerales como náuseas o sudoración. También se puede diferenciar entre la cantidad de alimentos que comen. Un niño selectivo habitual come más de 10 alimentos. Un niño que es selectivo, con algo que hay que estudiar de base, llega a comer menos de 5 alimentos diferentes”.

Por su parte Lucila Bacci, licenciada en Nutrición afirma que todas las personas “tenemos una selectividad, armamos nuestro patrón de alimentos según nuestra historia, gustos y posibilidades. Por eso necesitamos analizar todo lo que come el niño y si ingiere alimentos de distintos grupos y tiene una dieta equilibrada o sólo come de un determinado grupo. Hay una diferencia entre la selectividad extrema o la neofobia, que es el rechazo a incorporar sabores nuevos o alimentos diferentes o que no conoce, a que no le gusten las verduras de hojas verdes crudas, que son una de las últimas cosas que los niños incorporan”.

Lucila Bacci

La profesional sostiene que hay que analizar de forma integrada la cuestión alimentaria, porque cuando hay una selectividad, no se trata sólo de los alimentos. “En la comida se ve plasmado y concreto la cuestión de síntoma. El niño elige lo que considera un alimento seguro, conocido, que le gusta, y lo distinto, lo nuevo, lo que le da miedo o inseguridad lo rechaza. Todo ese proceso, es un proceso normal en el niño pero que el adulto tiene que acompañar e ir ofreciéndole cosas diferentes, que es con lo que se va a encontrar en el mundo adulto más adelante. No se puede ir por la vida, con una vianda o tupper con lo que le gusta”, agrega.

Para Porreca, es fundamental el abordaje y lectura que haga la familia de esta etapa “porque si como familia reforzamos la selectividad, es decir, solo ofrecemos cosas que quieren comer porque es una etapa en donde los “berrinches” son abundantes y no queremos encima lidiar con eso a la hora de comer, reforzamos esa selectividad". Por eso. asegura que es fundamental la cuestión vincular de las familias alrededor de la mesa y también conocer cómo se alimenta esa familia. 

Naida Porreca ayuda a las familias desde su cuenta de Instagram, donde tiene más de 100 mil seguidores. 

Cuándo consultar

 “Siempre actuar antes es mejor. No obsesionarse, pero sí hacer una consulta por lo menos con un profesional que esté en el tema. Si algo nos hace ruido y creemos que estamos frente a un niño que es selectivo hay que consultar y no perder oportunidades sobre todo en la cuestión nutricional, porque están en una etapa de crecimiento que necesitan nutrientes específicos y esenciales que hay que aportarlos. Una evaluación nutricional de lo que está comiendo el niño es sumamente importante. O por lo menos ver de sumarle esos nutrientes de otra manera, siempre hay alguna forma, nunca está perdido. La familia tiene que estar dispuesta a hacer muchos cambios, que generalmente es la traba más fuerte”, afirma.

En la misma sintonía, Bacci dice que hay que buscar asesoramiento “siempre que a los adultos referentes les haga ruido. En una familia donde todos comen milanesa y papa, no va a resultar raro que el niño elija milanesa o papa. O si yo de niña era súper selectiva y no comía nada, interpreto, a lo mejor, que mi hijo está comiendo como yo comía. Esto tiene mucho de la interpretación de los adultos que estamos a cargo de esos niños”. Sostiene que el primer motivo de consulta con el pediatra suele ser la incomodidad que se genera a la hora de la comida, el preparar un plato y que el niño separe elementos o que directamente no lo coma. “Lo primero suele ser la cuestión de la confrontación o la complicación para el adulto para preparar el menú, o cuando la comida empieza a ser una carga. Generalmente, ahí comienzan a reducir las preparaciones sólo a lo que es aceptado, y esto empeora la selectividad”, agrega.

Insistir nunca; obligar jamás. Ahora, ¿qué hacemos en casa?

Porreca es médica (MP 18929), especialista en cirugía general, trabaja en el Hospital de Emergencias Clemente Álvarez y habla con Rosario3 después de una larga noche de guardia. Su recorrido en el mundo de la alimentación no es casual y conoce el problema en primera persona. “Fui una niña súper selectiva, comía realmente 3 o 4 alimentos y aprendí a comer de grande, y sigo aprendiendo. Tenía una alimentación pésima y aún siendo médica jamás hice la asociación salud - alimentación, hasta que me tuve que hacer cargo de la salud de otra persona: mi hija. Sabía que no quería que fuera como yo, sobre todo pensando en la calidad alimentaria. Hoy salgo a comer y puedo pedir mil opciones y compartir un plato con mi hija”, relata.

 “Hay que buscar un término medio, saber que la casa no es un restaurante y que en casa se hace un menú familiar. Recomiendo poner un alimento amigable en el plato, uno de los que sabemos que sí le gustan, acompañado de alguno que sabemos que no va a probar, porque la presencia permanente de esos alimentos en lo cotidiano, hacen que en algún momento lo llegue a probar. Hay que exponerlos a esos alimentos y no decir: ‘no lo come’ o ‘ya fue, no se los sirvo más’, porque ahí estamos cerrando más el círculo. Es muy importante seguir ofreciendo los alimentos que sí queremos que coma, pero fundamentalmente comerlo la familia, y nunca obligarlos”, agrega la médica que trabaja con un equipo interdisciplinario que integra pediatra, nutricionista, terapeuta ocupacional, psicóloga, fonoaudióloga y cocinera.

Muchas familias optan que los niños coman frente a la tele, como una forma de distracción para que ingieran lo que se sirve. Porreca afirma que de esa manera no está aprendiendo a comer, porque no tienen registro de lo que están ingiriendo, y “es una conducta que a la larga trae más problemas que soluciones. También tiene que ver con lo que hacemos los adultos, si nosotros comemos mirando el celular y no mirando el plato, no podemos pedirle al niño que lo haga”.

Con respecto a la idea de mezclar alimentos que no quieren consumir o esconderlos dentro de alguna preparación, insiste en que de esa manera "incorporará algún que otro nutriente, pero no colabora en que esté aprendiendo a comer. Si hacemos una tarta con verduras chiquititas, charlemos de que hay ahí adentro, que el niño sepa qué es lo que está aprendiendo a comer, eso se trabaja desde que se ofrecen los primeros alimentos, por eso somos partidarias de ofrecer los alimentos lo más naturales posibles para que el niño identifique lo que está comiendo. Si le hago una papilla de cinco elementos, no está aprendiendo a comer ninguno, le estamos dando “algo”, que no es lo mismo”, agrega Porreca cuya cuenta de Instagram, donde da consejos y recibe permanentemente consulta de familias y profesionales, cuenta con más de 100 mil seguidores.  

“Cuando uno recibe un niño con selectividad tiene que hacer la historia clínica desde la primera prendida al pecho o la primera mamadera, y de los dos primeros años de vida que son claves. Si durante ese tiempo no se les ha ofrecido una gran variedad, es mucho menos probable que luego los acepten. Tener esa información es importante para saber dónde puede estar el problema, e intentar entender de dónde viene”, agrega.

Bacci trabaja hace más de 20 años con niños y sus familias, tiene formación en la pedagogía Montessori y transformó su consultorio en una cocina donde los niños tienen la posibilidad de trabajar y experimentar con los alimentos reales, probar, oler y sentir. Coincide en la importancia de recorrer la historia alimentaria de ese niño o niña, para saber cuál es el vínculo con la comida y en la idea de nunca insistir u obligar a comer. 

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Lucila Bacci, muestra cómo ve y siente un niño de 8 años nuevos sabores de vegetales

“No hay reglas para esto, porque todos los niños, adultos y contextos familiares son distintos. Lo ideal es, desde el momento cero, darles distintos alimentos. Hay que buscarle la vuelta, siempre desde la oferta amorosa, sin el límite de que «es esto o nada», o «es esto o no hay postre», porque cuando uno entra en esa negociación el que termina perdiendo es el niño, y hay que entender que detrás de ese ‘no’ a la comida, hay otra cosa. Muchas veces como adultos reforzamos esto, es más, decimos «Él no come eso», o ‘«eso no le gusta», y así le sostenemos estas cuestiones. Nuestro trabajo como adulto es seguir ofreciendo alimentos, aunque digan que no les gusta”, complementa.

La pandemia y los ultraprocesados: un combo que no ayuda

Los dos años de pandemia, el no estar con pares, el sedentarismo y la presencia masiva de ultraprocesados (preparaciones industriales comestibles), fueron en detrimento de la calidad alimentaria. Para la licenciada en Nutrición “es común en estos últimos años ver selectividades parecidas. Casi siempre eligen cosas homogéneas, enteras, que sea toda una pasta, que no se vean pedacitos o bordes, ni otro color o textura, todo en una gama de colores o blancos o amarillos. Son cosas que hasta requieren poca masticación, ofrecen esa facilidad. Por lo general se vuelcan a esos tipos de alimentos como simples, uniformes y en esa línea están las papas en todas sus presentaciones, el pollo en distintas versiones en forma de pasta uniforme, postrecitos o yogures”.

 Para saber qué está ingiriendo realmente cada niño Porreca invita a realizar un registro de lo que come durante todo el día “porque a lo mejor no come nada, pero entre comidas come galletitas o se toma un ‘juguito’ o le doy un ‘yogurcito’, y lo digo en diminutivo porque nos hace pensar que por lo menos come algo y no es nocivo y en realidad, esos alimentos superfluos desplazan la incorporación de los alimentos nutritivos. Es una cuestión fisiológica: si tiene el azúcar alta, para el cerebro ya no tiene apetito, el centro de saciedad tiene suficient. glucosa y en realidad no está consumiendo nutrientes. Lo primero es revisar lo que sí come, y después lo que come y compra la familia, porque nadie come lo que no se compra. Si hay galletitas, bebidas azucaradas, cereales azucarados, el niño los va a tener, los va a comer. Y si la familia no come ni media verdura y le pone un plato de verduras al niño y pretende que lo coma, no va a suceder. ¿Por qué si la familia no lo come, él debería?”.

La médica afirma que los dos años de pandemia agudizaron cuestiones del desarrollo en varios aspectos: “La pandemia cambió la dinámica de todo, incluso la posibilidad de relacionarse con pares a la hora de comer que es muy importante, qué se come en las escuelas cuando estamos con pares, qué comemos en un cumpleaños cuando estamos con pares, qué comemos en la mesa de los niños cuando estamos con otros adultos. Porque los niños suelen imitar a los adultos, pero mucho más a los pares, y si había una mesa de niños que comen frutas y verduras, es más probable que se animen a probar, mucho más que si se sienta frente a un adulto que come frutas y verduras. La falta de interacción social, entre pares afectó mucho la alimentación”.   

Bacci coincide en que “los niños perdieron el vínculo en relación a la comida con sus pares” y agrega que registraron muchos casos de niños que comían “por aburrimiento o que sabían que en determinado lugar de la casa estaban las galletitas o golosinas y podían recurrir siempre a los mismos alimentos que le gustaban”.

Un camino para toda la vida

Las profesionales coinciden en que se trata de un cambio de hábitos y de conducta, que hay que lograr que prueben alimentos que son rechazados y sacarles el miedo. Que comprendan que lo nuevo no va a ir en contra de su bienestar, que pueden descubrir sabores y entender por qué no le gustan ciertas cosas.

El proceso de reeducación alimentaria no es sencillo ni rápido, pero sí beneficioso para el niño y el grupo familiar. Bacci expresa que el tiempo que lleve “va a depender del tiempo, la seriedad y el compromiso con el que todo el grupo familiar tome el tema. La mayoría de los estudios científicos hablan de una exposición de entre 16 y 20 veces a un mismo sabor para que nosotros podamos concluir personalmente que ese alimento o ese sabor no me gusta. Tenemos que transitar esta cuestión frecuente de la  repetición del sabor y de volver a adaptarnos a eso. Por eso es fundamental el compromiso de los adultos en ver qué objetivos nos ponemos: que todos podamos comer variado en casa, que mis hijos puedan elegir otras opciones, y para que las empiecen a elegir tienen que estar en casa. Siempre desde el amor y desde lo constructivo pensemos que esto es un cambio y un hábito para toda la vida, y si nosotros como adultos logramos contenerlos en ese marco se seguridad que le damos con respecto a la comida, ellos van a ir sintiéndose seguros y respondiendo”.