“La pandemia por el Covid-19 ha generado daños de incalculable magnitud en todos los ámbitos de la vida humana, siendo la salud la condición más afectada por obvias razones. Y dentro del concepto de salud como una noción integrada, la salud mental ha sufrido un impacto de tal magnitud que llevará años dimensionar los trastornos y consecuencias que esta tragedia originó. Como no podía ser de otra manera, y acorde a las estadísticas, las depresiones están entre los trastornos que más prevalentes.

¿Se puede plantear un nuevo subtipo de la depresión o más bien se trata de la depresión habitual con matices diferentes?

“La vivencia de la depresión esencialmente no cambia”, afirma Libman, y la define: es una tristeza dolorosa, acongojada, con pérdida de vitalidad y del sentido de la existencia, ausencia de placer, falta de deseo y motivación.

Cuando la depresión es muy severa afecta a la persona en su conjunto: tendencia a estar en la cama, dormir en exceso, pérdida de apetito, ausencia de voluntad, enlentecimiento motor, descenso de peso, ideas de suicidio (e intentos en algunos casos), autorreproches, sentimiento de ruindad, muy baja auotestima, pesimismo, aislamiento social.

En otros casos se presenta una variante ansiosa con alimentación desordenada y excesiva (para calmar angustia y tristeza infinita), inquietud motora, insomnio, somatizaciones, irritabilidad.

El sentimiento depresivo esencial es la Impotencia por sentir que no podemos modificar lo que nos agobia, por vivir una pérdida irremediable, por vivenciar imposibilidad para realizar nuestros deseos.

A nivel psicológico entonces (cabe subrayar que la depresión también tiene factores biológicos y puede emerger secundariamente a trastornos médicos) toda depresión conlleva dos factores claves: vivencia de pérdida y de imposibilidad. En pandemia dichos factores se hacen presentes inevitablemente y se potencian aún más.

¿Cómo se manifiesta?

Por un lado, la vivencia de pérdida común a toda la humanidad: de la libertad, de las actividades habituales que hacíamos antes, del contacto físico/afectivo con el otro por el distanciamiento obligatorio. Estas pérdidas del bien-estar cotidiano a todos nos genera amargura puntual, perder el ¨sabor¨ de la vida, un dejo de tristeza y angustia frente al futuro incierto. Pero estas sensaciones y sentimientos no necesariamente derivan en una Depresión.

Por otro lado, las pérdidas concretas y simbólicas que conmueven al individuo son las que potencialmente pueden generar una depresión y en ésta pandemia se multiplican: un sinnúmero de pérdidas familiares, laborales, deterioro de la propia salud o de familiares, pérdidas económicas, pérdidas de ilusiones y proyectos.

La vivencia de imposibilidad es una derivación inevitable de la pérdida irreversible. Y si el Yo de la persona se inunda del sentimiento de impotencia e imposibilidad la depresión asoma irremediablemente.

Hay que tener en cuenta la historia de vida de las personas cuyas pérdidas en pandemia despiertan una depresión, si tuvieron otras pérdidas significativas en su pasado y si han sido elaboradas o no, si fueron traumáticas. Incide no sólo en la severidad de la depresión que puedan sufrir sino también en el modo de superarla.

Una característica distintiva del fenómeno de la pandemia sería el malestar depresivo por agotamiento mental del encierro y las restricciones. Es una depresión claramente reactiva por privaciones, por intolerancia a una incertidumbre agobiante. No encontrar alternativas que se aproximen a cierta gratificación sustitutiva o cansarse de ellas (por ejemplo, las videollamadas con familiares con los cuales no podemos vernos ni abrazarnos) pueden conducirnos a un desánimo permanente y a una pérdida de vitalidad, aunque sigamos desandando la vida cotidiana. Subrayo: no guiarse por las apariencias. Alguien puede estar amargamente deprimido, aunque esté activo.

No quedarse en las apariencias también va en sentido contrario. Muchas personas que podrán considerarse a priori como susceptibles de caer en depresión, por el contrario, afrontan con entereza y sabiduría el aislamiento impuesto porque atravesaron en sus vidas momentos muy duros de encierros por motivos de salud o confinamientos varios. No caer en pre-juicios teóricos. Escuchar y mirar a cada persona en su singularidad.

También alguien puede estar deprimido, aunque tenga mucha bronca, por ejemplo, contra los gobiernos que ejecutan los encierros o no proveen de soluciones de todo tipo a los perjuicios ocasionados por la pandemia. La bronca y la frustración combinadas generan impotencia, desánimo y depresión.

Otro factor de peso es la situación de vulnerabilidad y desamparo que millones de personas padecen al carecer de sistemas de apoyo familiar y social, o no recibir suficiente y eficiente ayuda del Estado para paliar las secuelas de las pérdidas.

¿Qué diría como síntesis?

Para concluir, no hace falta inventar nuevas categorías para ahondar y comprender el sufrimiento humano que acarrea la pandemia del Covid. Tener conocimiento profundo de las dinámicas del psiquismo humano y sus variantes, de la subjetividad de aquella persona que se deprime, es el pilar fundamental para entenderla y ayudarla en la superación del trastorno. El contexto siempre influye y qué duda cabe que lo hace aún más en un contexto complejo y perturbador como el presente. Somos seres en contexto y hay una influencia recíproca entre la subjetividad y nuestro medio ambiente.

Al ser humano depresivo lo podemos comprender y asistir satisfactoriamente contemplando su vida en forma integral y compleja: su historia, su personalidad, sus conflictos inconscientes, el contexto de vida, sus recursos, su red de apoyo familiar y social… como a cualquier ser humano atendiendo verdaderamente a su singularidad.

*Jorge Libman, psicólogo, especialista en psicología psicodinámica, matrícula 2231 Instituto Pinel, Alvear 1478, 3er Piso Rosario