Fiesta, fiesta, fiesta. Acaso algo de desahogo después de las frustraciones anteriores. Así se vivió el campeonato en la Copa Argentina logrado por Rosario Central.

Decenas de miles de personas en las calles, los bocinazos interminables de la madrugada, el Monumento colmado, la zona del Gigante de Arroyito desbordada. Toda una ciudad en azul amarillo.

Los festejos por las calles de Rosario.
Los festejos por las calles de Rosario.

Y cuando ya nadie tenía piernas, ni hinchas ni jugadores, ese recibimiento apoteótico al plantel de Rosario Central en el aeropuerto.

Sí, eran las cuatro de la mañana. Ya nadie podía más. Pero quién sabe de dónde –o sí, del corazón– hinchas y jugadores sacaron fuerzas para un último festejo, los últimos gritos. Una especie de abrazo entre los que estaban arriba del colectivo y los que, desde abajo, saltaban y cantaban enloquecidos, como si no hubiesen pasado una noche entera de nervios primero y fiesta después.

Esto no termina. El pueblo canalla tiene ahora una cita, el domingo a las 18.30, para terminar de abrazar al Patón Edgardo Bauza y a los jugadores, escritores de una nueva página gloriosa en la historia de Rosario Central.

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