Afuera. No sirven. Sabemos más nosotros que ellos. Den un paso al costado. Los entrenadores son los fusibles de cambio de todos los problemas que existen en el fútbol. A pesar que los elijan los dirigentes, los pidan los jugadores, los reclamen los periodistas y los hinchas se hagan eco sin detenerse a pensar por sí mismos, así como llegan los técnicos son desterrados de los clubes. También de las selecciones. El microclima del Mundial no es ajeno a este fenómeno autodestructivo. Al menos eso llega a Rusia desde la Argentina. El maldito minuto a minuto del fútbol. La histeria le ganó al juego.

Está claro que el debut con Islandia no fue seductor, pero ¿por qué debía serlo? El conductor tomó al grupo de urgencia y en una situación límite. Después que los directivos intervinieran el fútbol mediante una comisión normalizadora –desde el nombre, ya un desatino– y luego que una avalancha de críticas y memes se ocupara de destruir la confianza de muy buenos futbolistas que llegaron a las tres finales de las últimas competencias trascendentes en las que participaron. Así, los etiquetados como viles fracasados salieron este sábado a estrenarse en la Copa del Mundo con la obligación de ser campeones o, directamente, ser minimizados a la nada. ¿Alguien puede sacar lo mejor de sí en ese contexto de agobio? La respuesta se vio en la cancha. Ni Messi. El mejor jugador de la Tierra, el más admirado, al que los propios rivales le rinden pleitesía, se redujo a una expresión triste, solitaria y final. El comportamiento de los fanáticos argentinos en el Spartak de Moscú pasó de la euforia total al silencio absoluto, con suaves tonos de murmullo. Los campeones del mundo de las tribunas ni se acordaron de la súplica publicitaria de Ruggeri.

Un día después jugaron los campeones mundiales de la pelota. Jugaron como siempre. Los alemanes son un bloque extraordinario. Nacieron organizados, con la coherencia impregnada en sus fases de toma de determinaciones. En los últimos 20 años tuvieron cuatro entrenadores y un plan sostenido de desarrollo de deportistas en el que ninguno es tan bueno como todos ellos en un mismo equipo. Observemos los principales clubes del mundo. Sólo Tony Kross es el mejor en su puesto y es una pieza clave de Real Madrid. Seamos generosos, sumemos a Manuel Neuer, el arquero del Bayern Munich. El resto de los que conforman la selección germana no sería capaz de ser considerado el tercero del mundo detrás de Messi y Cristiano Ronaldo. Ahora bien, colectivamente, son buenísimos. Pueden gustar o no, pero nadie duda que son eficientes y compiten muy alto. El domingo lo hicieron. Protagonizaron un partidazo contra México y el resultado les dio la espalda. Ninguno de los sedientos germanos que se sientan en los bares frente al Bolshói dice que su DT es un ignorante que tuvo suerte y ya agotó sus puntos bonus. Todos entienden que buena parte de responsabilidad de la derrota es del seleccionado azteca, que supo cómo golpearlos y aprovechar sus debilidades. No son perfectos. Esas máquinas, también fallan. Las vulneró el mismo conjunto mexicano que en la Copa América de 2016 perdió 7-0 con Chile. Ese que comandó Juan Carlos Osorio y por el que pidieron su cabeza aquella vez. Cabeza por la que volvieron a días del comienzo del Mundial. Cabeza que planeó el desarrollo de un primer tiempo casi ideal en Luzhniky.

“Díganle que haga los cambios a tiempo”, tronaban –antes del histórico debut– los muchachotes del característico sombrero cuando se encontraban con los colombianos, quienes vivaban “O-so-rio, O-so-rio” cada vez que se les presentaban casacas verdes en las calles de una Moscú repleta de latinos. Conocedores de la libreta en la que dibujó al Nacional de Medellín que, a posteriori, fue campeón de América, los cafeteros le pedían paciencia a los mexicanos y el tiempo les dio la razón.

Como en la súper exitosa, nunca engañada y ejemplificadora sociedad argentina no necesitamos paciencia, pedimos acción. Inmediatez. Queremos la Copa. Treme la Copa, ordenamos. ¿Cómo? No lo sabemos, no es nuestro problema. Que la traigan porque a eso fueron. Y, sino que ni vuelvan o si pueden, que se vayan antes. Vendrá otro mejor, más valiente, mejor dispuesto. Hasta que entre en el engranaje de la devastadora competencia y ahí sí, mejor que gane. O que se vaya, como deberían hacer Sampaoli y ese Joachim Low que nunca le ganó a nadie y encima se come los mocos.