“Voy buscando un oasis, donde nadar. Si tu cuerpo se enfría, buscas calor. Va bailando mi corazón, siento risa, siento temor

hay un mundo distinto. Sselva y dolor”, (Selva, La Potuaria).

Paula atraviesa la cuarentena en medio de una ciudad de la amazonia peruana. El 16 de marzo pasado llegó junto a su pareja desde Zorritos, zona costera del noroeste de Perú a Santa Cruz de los Motilones de Tarapoto, conocida simplemente como Tarapoto, en medio de un viaje por el país que habían emprendido en vacaciones. Lejos quedaba la casita de Rosario, pero mucho de su humedad elástica y su Paraná cruzado a remo tantas veces, se repetía en este paraje selvático y desconocido. Sin imaginarlo jamás, esa población que mira a los Andes y se enclava en un valle verde fosforescente sería su hogar a partir de entonces.

Distante de otros relatos de angustia y desesperación de argentinos varados en medio de la pandemia del coronavirus, compartió con Rosario3 una experiencia de aislamiento distinto en el que pudo conformar con otros extranjeros una comunidad. Acá, parte del diario de Paula.

Un día más en Tarapoto

"El día que llegamos a la ciudad de Tarapoto (capital de la Provincia de San Martín en Perú), después de 20 horas aproximadamente de bus, recibimos la noticia del cierre de fronteras provinciales e internacionales por quince días, los cuales se fueron extendiendo hasta el presente. Desde el ómnibus se abrió a nuestros ojos la selva amazónica que de a poco desplegaba su misterio. Veníamos del mar, la costa norte con agua azulada, límite con Ecuador. Nuestro deseo era llegar a la selva y cruzar por río a Iquitos…

Poco a poco el viaje fue tiñéndose de otros tonos. En el mercado encontramos a Alan, colombiano, con olores chamánicos y aires de mago, por lo que no dudamos en consultarle sobre algún sitio que permitiese que nos alojemos, dado que comenzó a dificultarse que nos reciban en hoteles u hospedajes. Llegamos al Hostel El Mural, un lugar muy cálido repleto de arte en sus paredes, con unos colores extraordinarios y una vista maravillosa en su azotea o terraza. Los días se transformaron en un paréntesis en el tiempo suspendido, en suspenso, por debajo o por detrás del péndulo de las horas, por fuera del tiempo, o mejor: junto con él. Hicimos talleres de dibujos, cocina a la parrilla, lúdicos, expresivos, exfoliaciones con café, vimos películas y leímos… nos enlazamos con personas de diferentes países del mundo; mi familia, nuestra familia en Tarapoto.

El espacio aéreo que configura la terraza es fantástico… hay mecedoras de colores, mesitas de madera para armar tu escritorito de trabajo, una barra donde Pietrik (belga) te sirve los cafés más deliciosos, almohadones, sillones. Vivi (brasilera) con Rodri (español) hacen yoga todas las mañanas y con las alemanas practicamos gimnasia en las colchonetas, también saltamos la soga como cuando éramos niñas. En la cocina, amplísima y comodísima, nos deleita la comida gourmet de Fabi (argentino) y Antoine (francés) y los días ruedan armónica y placenteramente. También irrumpen conversaciones y posibles logísticas con las diferentes embajadas, charlas en distintas lenguas sobre gestiones de retornos, sensaciones de extrañeza, asombro y angustias, aunque la sabiduría de la espera y paciencia nos contiene. Además compartimos mitos y leyendas sobre este contexto loco que impacta nuestra época.

Los atardeceres son especialmente diferentes cada día, verdes felpudos contornean diferentes formas con matices cautivantes. Cada trocito del encuentro entre cielo y verde se transforma en propuestas de avistaje de aves, mariposas amarillas brillantes, buitres serios que nos miran controladores e insectos con formas de rinocerontes; la diversidad de horizontes resulta creativa originando un nuevo paisaje, construyendo diferentes instantes. Luego de la caída del sol comienza el concierto de bichos con sonoridades avasallantes que despiertan y se instalan libremente. Así, la selva nos fue acompañando en este tiempo de nuestras vidas en Tarapoto, en compañía colectiva, con gente sensible y curiosa como la que llega hasta estos lugares.

Ayer comencé a tener una sensación más profunda de apropiación espacial y emocional con el lugar. Al mismo tiempo que leía, escuché un sonido de motor aéreo que hizo que me levantase impulsivamente y observé un avión. repentinamente sentí alivio y situé instantáneamente que se avecinaba mi retorno. Luego de unos minutos suena mi teléfono, llamada de la embajada, posiblemente en unos días se concreta nuestra repatriación".