“Un pequeño espasmo para el hombre, un gran paso para la medicina”, decía el cartel que sus amigos le habían hecho a Wenceslao Moreno el día que se recibió de médico en la Facultad de Medicina de la UNR. Wenchy, como lo conocen casi todos, nació con parálisis cerebral, un diagnóstico que tuvo a las pocas horas de llegar a este mundo pero que nunca lo condicionó. La tenacidad, el orgullo propio, y las ganas de superar sus propios límites siempre lo salvaron. Y el humor también, claro.

Nació en Mar del Plata pero a los once años se vino a Rosario, donde cursó todos sus estudios. Por su patología pasó gran parte de su vida entre médicos: antes de cumplir su primer año se internó en el Fleni de Buenos Aires, donde atravesó diversos tratamientos y fue atendido por médicos especializados en neurología infantil, kinesiología, fonoaudiología, psicología, terapia ocupacional e incluso equinoterapia. A los ocho años lo operaron de caderas, una intervención que le exigió volver a aprender a caminar. Y no sólo caminó sino que pudo hacer todo tipo de movimientos, un proceso en el que el deporte- sobre todo las artes marciales y la natación- fue de gran ayuda. Wenceslao, además de médico es también cinturón negro de Taekwondo

“Tengo toda una historia de médicos muy fuerte, me crié prácticamente en el Fleni y en varios hospitales por mi patología, pero nunca que yo recuerde dije que quería ser médico. Lo que me llevó a elegir la profesión fue que un día uno de mis mejores amigos, a mitad de quinto año de la secundaria, me contó que quería estudiar Medicina. Ahí se me puso en la cabeza y dije que quería estudiar para ser neurólogo, y lo mantuve toda la carrera hasta el día hoy”, recuerda.

Con un promedio de 7,50 se recibió en el 2020. Durante todo un año se preparó para su examen de residencia, rindió en Buenos Aires para neurología clínica pero el destino le jugó una mala pasada: de 33 vacantes, Wenceslao quedó en el número 35. Luego rindió en el Hospital Privado de la Comunidad de Mar del Plata, también para Neurología, pero nuevamente quedó afuera por muy poco. Sin embargo, logró entrar en clínica médica en esa institución y es la residencia que hoy está haciendo.

En sus planes no estaba volver a radicarse en su Mar del Plata natal pero así lo hizo. Su novia -gran pilar en todo lo que emprende- decidió acompañarlo en la aventura. “Cuando termine clínica médica voy a hacer neurología”, afirma convencido el profesional que también dejó su sello en otras instituciones médicas de la zona como el Hospital de Armstrong, el de Firmat y un sanatorio de Venado Tuerto.

Nunca bajar los brazos

Los movimientos involuntarios en los miembros superiores propios de la parálisis cerebral que padece hicieron que en todo su proceso de formación nunca pudiera tomar apuntes, lo cual dificultó un poco su paso por la universidad. “Me quedaba sólo subrayar los libros y no poder resumir o anotar lo que el profesor dice en una clase a veces te juega en contra”, reconoce. 

Ya en tercer año, empezaron otro tipo de temores que se acrecentaron aun más en cuarto cuando debió empezar a tratar con pacientes. “Por mi patología, los movimientos involuntarios que tengo exigen un entrenamiento que para que el movimiento salga fluido lo tengo que hacer varias veces más que el resto. Esto afecta todo lo relacionado con la motricidad fina, y por eso en su momento yo tenía el concepto de que todo paciente al que uno lo iba revisar, al no conocerme, me podía llegar a juzgar.

Además aparecía el miedo a lastimarlo, por ejemplo, si tiemblo cuando le estoy tocando la panza cuando le duele. Después de tanto esfuerzo me planteaba si iba a poder o no”, recordó. 

“Esos miedos de la praxis se vencen probando y también nunca bajando los brazos. Si no salió una vez, probar de vuelta. Mas de una vez me he chocado contra la pared. Pero siempre fui medio terco de querer seguir probando. El no puedo no existe”, define como una premisa de vida.

Reírse de sus propias dificultades

El médico que en su infancia lo operó de las caderas es el jefe del Departamento de Neuroortopedia infantil del Fleni, Juan Carlos Couto, y es hoy su gran referente en la medicina, no sólo por una cuestión curricular sino también por la forma empática que tiene de tratar con los pacientes, “la contención que brinda más allá de todo”.

Ese modelo es el que Wenceslao aspira a seguir donde sea que le toque desempeñar su profesión. Y para eso sabe que apelar al humor es también una manera de empatizar con el otro, con los colegas, y con los pacientes.

“Reírme de mi mismo es algo que ayuda a romper el hielo, se puede hablar del tema con total libertad. Se puede reír uno de cuando tira el mate o tiene un accidente y no hay tensión en el medio, sino que hay algo libre y quizás hasta gracioso y me ayuda un motón. Tener esa libertad y haber sido paciente, me ayuda mucho a la hora de estar con mis pacientes, y es algo que han destacado mucho. Yo sé lo que es estar acostado en una cama sin saber bien qué te van a hacer o que te va a pasar, ponerte en el lugar de la gente es clave”, sostiene.