Escuchar a Indiana, la viuda del arquitecto Joaquín Pérez, conmueve, duele e indigna. Porque de alguna manera, su relato a casi un año del asesinato de su marido, pone sobre la mesa distintas aristas de la dura realidad que padece Rosario: la impunidad, la desprotección, la desidia, la indiferencia oficial son aspectos que, al fin de cuenta, hacen a este infierno de inseguridad y violencia en que se ha convertido la ciudad.

Es que el crimen de Joaquín, asesinado el 20 de octubre de 2021 por ladrones que le robaron el auto cuando intentaba entrarlo a una cochera cercana a su casa de Arroyito, no fue el punto de inflexión, el antes y después que ella pensaba: la causa no avanzó, tanto que según el relato de Indiana al programa De boca en boca de Radio 2 ni siquiera hay sospechosos indentificados, y tampoco disminuyó la violencia ni en la ciudad ni en el barrio. “No se puede caminar, es imposible. Hay robos, tiroteos, vos salís a la calle y le rogás a Dios volver. Llevo a mi hija al jardín y ruego que no pase nada. Arroyito está invivible”, escribe la mujer que desde hace un año vive una pesadilla inimaginada.

El 20 de octubre de 2021 Joaquín, después de ser baleado, corrió hasta su casa donde lo esperaban Indiana y su pequeña hija que entonces tenía 2 años: murió en la puerta. “Fue un año que me pasó por encima. Caótico, descontrolado, de buscar respuestas y no encontrarlas, de tratar de entender por qué estaba pasando esto. Me pasaron cosas que nunca imaginé; fue un año dificil, doloroso, y así sigo”, rememora ahora la mujer.

Que manifiesta profunda decepción con lo realizado por la Justicia. “La causa se movió pero está en cero. Estamos como el día uno. No no hay ni siquiera un nombre, ni eso. Absolutamente nada”, remarca. Y pone el acento en que “está todo lo que se necesita para llegar a los asesinos”, pues se encontró el auto, el arma y también balas, además de filmaciones, con lo cual se debería contar con huellas y otros elementos para llegar a los culpables.

¿Por qué entonces la Justicia no avanza? “No sé si no quieren, no pueden, son inútiles, no les interesa o hay algo más groso que no pueden desatar. Por qué no encuentran a los asesinos es una pregunta que me hago todos los días”, sostiene Indiana.

Que se manifiesta cansada de escuchar argumentos que para ella son solo excusas: que “el arma no tiene la huella que necesitamos”, que “las cámaras no se ven tan bien como pensábamos”, que “la bala se deformó”.

“Siempre buscan excusas, dan vueltas. No sé cuantos casos hay con tanta cantidad de evidencia. El fiscal me había dicho que en un par de días se resolvía”, dice ahora con amargura la viudad de Joaquín.

Para ella, hay una mezcla de impericia y encubrimiento. “Cuando me dijeron que no se pudieron recopilar las huellas no lo podía creer. El arma estaba, era calibre 40, pesada; hay que sostenerla bien. Me contestaron que a lo mejor podían tener guantes, me trataron de estúpida. El auto nuestro estaba en una rampa con un freno de mano. Si no apretaban con toda la fuerza no lo podían poner porque era duro. Es imposible que no haya una huella”, enfatiza.

Y lanza una advertencia: “Así me lleve la vida entera no voy a parar. Tarde o temprano van a tener que encontrarlo, sea por este caso o caigan por otra cosa. A veces creo que la Justicia del hombre no sirve, pero quiero creer que aunque sea va a servir la justicia divina”.

Indiana, como muchas otras personas que incluso se movilizaron al Monumento a la Bandera la noche en que el gobernador Omar Perotti se fue insultado y el intendente Pablo Javkin se quedó discutiendo con los vecinos, creía que el crimen de Joaquín iba a ser un caso “bisagra”. “Pero no –dice ahora–. Cada vez todo está más violento, hay cada vez más muertes. Con cada muerto que veo, pierdo la cuenta. Así estamos. Este es el país donde estamos, la ciudad donde decidí crecer y tener una hija. Y quiero irme cuando veo eso, porque encima no tengo más a mi esposo”.

Y agrega: “El que tiene un familiar asesinado le debe pasar lo mismo que a mí: llega un momento en el que no podés pensar. Cómo no podés procesar la muerte de tu víctima, tampoco podés hacerlo con las que siguen. Mientras, el resto de la gente se termina acostumbrando, se naturaliza”.

“Detrás de cada número hay una historia de vida y un desparramo de escombros alrededor que no es fácil volver a juntarlos”, explica.