Con fines didácticos, aunque el proceso sea mucho más complejo, apelaré a la tierra, para explicar como el medio ambiente siembra estímulos que se implantan para siempre en el cerebro: percepciones, sentimientos y sensaciones, que inevitablemente se cosecharán como “re-acciones” o comportamientos.

El ejemplo de las “bridas” que suelen formarse en el amnios, amputando miembros o interceptando desarrollos y crecimientos del embrión, también explica el compromiso del medio ambiente (en este caso uterino), a la hora de constituir seres humanos enteros. Las causas de estas formaciones que por suerte no son frecuentes, aparecen por golpes, punciones, intentos de aborto, ingresos de drogas y fármacos al cuerpo, infecciones y disminución del líquido en el que flota el ser en formación. Algo parecido ocurre en la etapa extrauterina, después del alumbramiento, cuando el medio abandona, golpea, amputa desarrollos y no adopta.

Todo recién nacido, necesita un medio “placentario”, con atributos semejantes a la placenta humana: blanda (no rígida), que nutre, sostiene y se adapta a los movimientos fetales. Al comienzo de la vida, al bebé en formación no le importa quien ocupa esa función, sí que exista y se extienda el tiempo necesario para adquirir la confianza y energía que le permite existir.

Por eso es un crimen quitar a un niño de los brazos de quien está ligado y a quien se ha apegado.
Es fácil entenderlo en situaciones históricas como el “holocausto”, “el proceso” y otros hechos trágicos, pero es más difícil cuando ocurre en realidades legitimadas y hasta legalizadas, por la cultura a la que pertenecen. En la actualidad, se observan victimizaciones de niños y adolescentes, por divorcios conflictivos o por peleas asimétricas con escaladas de venganzas, que los atrapan y entrampan.

Cuanto más pequeño es el niño, más graba en forma indeleble, estas vivencias. A veces se entierran, ocultan o disfrazan de recuerdos falsos u olvidos tempranos, pero siempre asoman o aparecen, en el bosque de las memorias. Cuando es abandonado o traumatizado en las primeras etapas de vida, las figuras sustitutas son terapéuticas y tan importantes como las biológicas que lo fecundaron. Las percepciones tempranas, los movimientos aprendidos, los conocimientos adquiridos, la ejecución de instrumentos o aparatos, los hábitos, siembran los campos de la denominada memoria “procedimental”.

Konrad Lorenz, premio Nóbel de Medicina en 1973, acuñó el término “impronta”, para el efecto indeleble de vínculos que operan desmintiendo genes y hasta características de especies distintas. Su foto con las aves (gansos o patos) que lo seguían, por haber “con-tactado” con él, en los primeros momentos de la vida (el período más sensitivo para estas aves, es de 36 hs.), también sirve para entender el proceso adoptivo. En esa época, poco se sabía de epigenética, pero estaban abiertos a observaciones nuevas. En el ser humano el período de máxima sensibilidad también depende de la intensidad de los sentimientos, que despiertan, las distintas contingencias inscriptas en la memoria “procedimental” y en la “declarativa”. Esta última, graba amores y odios, creencias reflexivas e irreflexivas (Gazzaniga), sensaciones de dulzura y amargura, de frío y calor, de lo que es bueno o malo, para uno mismo o para el mundo…

Volviendo al primer ejemplo, es posible comprender, que al margen de cualquier diseño de vida, ninguna autoridad, ninguna ley, podrá borrar, lo que legítimamente el niño percibió y autenticó.
Abunda la bibliografía que obliga a entender lo humano desde lo transdisciplinario y es necesario configurar padrinazgos capaces de paliar ausencias y cicatrizar profundos traumas difíciles de digerir para la psiquis de un niño.