Opinión/Agustín Rossi (*)

Para los peronistas, cada 26 de julio es una oportunidad para recurrir a los discursos y la acción política de Evita buscando en ellos elementos que nos orienten, en el “aquí” y “ahora”. ¿Qué aspectos de Evita me parecen especialmente significativos a 60 años de su paso a la inmortalidad?

El primero, es la intensidad y juventud de su vida política. Evita fue un emergente –quizás el más trascendente– de una generación de argentinos y argentinas, mayoritariamente jóvenes, que se sintieron interpelados y convocados políticamente por Perón y un modelo de país más justo, libre y soberano. Evita tenía la misma edad de la gran mayoría de los trabajadores que llegaron a la Plaza de Mayo el 17 de octubre de 1945: a los veintipico de años, se enamoró de un líder, de un conjunto de ideas y de una causa. Esto cobra hoy especial relevancia, sesenta años más tarde, cuando nuevamente se produce un intenso proceso de participación de los jóvenes en la política.

Décadas después, una nueva generación de jóvenes se reencuentra con liderazgos e ideales que los incitan a dar el paso hacia el compromiso político.

Esa pasión militante Evita la vivía desde un lugar específico: el del amor y predilección por los más pobres y necesitados. En uno de sus primeros discursos (27/01/1947), Evita dijo “mi acción social irá ensanchándose, en la medida que se ensanchan las heridas y las necesidades de ese noble y cálido pueblo de cuyo seno he salido”. Las necesidades del pueblo más humilde fueron el motor de su vida política. Era tan injusta la estructura social de la Argentina, había tanto por hacer, que Evita se entregó a esa causa sin límites. Hizo mucho, quizás como nadie, por los argentinos más necesitados. Pero nunca se conformaba: “hay mucho dolor que mitigar; hay que restañar muchas heridas, porque todavía hay muchos enfermos y muchos que sufren”, dijo en su último discurso público (1/5/1952). Nunca los logros conseguidos fueron motivo para reducir la intensidad de su tarea social y política. Su inconformismo es un mensaje para todos nosotros.

El tercer aspecto que quisiera resaltar es la claridad conceptual de Evita. Comprendía a la perfección cuál era la contradicción principal de la política argentina: pueblo u oligarquía. Esta puja definía con claridad las identidades políticas en pugna. “Nosotros”, el pueblo, los que defendemos sus intereses. “Ellos”, como bien define en su discurso del 1 de mayo de 1949, “los culpables de que nuestro pueblo querido haya sufrido tanto y de que el trabajador argentino haya estado sumergido durante 50 años”. Con esta consigna clara (que en 1946 se materializó en la frase “Braden o Perón”) el movimiento nacional y popular pudo avanzar en sus conquistas y demarcaba con precisión desde qué lugar se analiza y se construye en la política argentina.

La comprensión de este conflicto de intereses fundamental la llevaba a Evita a una claridad ideológica que la alejaba de las posiciones “políticamente correctas”. La gran transgresión de Evita fue hacer política desde otro lugar, posicionarse en un lugar donde pocos se había ubicado. Sus discursos no buscaban sonar bien en los oídos de los poderosos. Ni siquiera en los momentos en que el proyecto político peronista aparecía más sólido, Evita se dejaba confundir. A 20 días de las elecciones de 1951, cuando todo conducía a una segura victoria, dijo: “es necesario que cada uno de los trabajadores argentinos vigile y que no duerma, porque los enemigos trabajan en la sombra de la traición, y a veces se esconden detrás de una sonrisa o de una mano tendida” (17/10/1951). La circunstancia preelectoral, el peronismo en expansión, el triunfo casi seguro, hubieran recomendado otro mensaje. Pero, como suelo decir siempre, Evita es la más clara demostración de que los militantes políticos tenemos que ser “ideológicamente correctos” y no “políticamente correctos”. Sus palabras fueron proféticas si analizamos el derrotero que condujo a Perón al golpe de 1955.

Finalmente, Evita demostró que se puede vivir con pasión el compromiso político sin perder la frescura y la alegría de la militancia. La “Evita crispada” fue una construcción simbólica de los que buscaron denostarla. Los enojados y crispados eran ellos, pero lograron instalar la idea de que era el odio a los poderosos lo que la impulsaba. Mentían: a Evita la guiaba el inmenso amor que sentía por el pueblo argentino. Les pedía a los trabajadores manifestarse con “alegría y batiendo palmas”, alejados de “las manos crispadas y los gestos de rebelión”. Incluso llegó a decir: “Si este pueblo me pidiese la vida, se la daría cantando”. Las grandes causas se abrazan con amor y alegría. Evita fue un ejemplo que todos los militantes políticos deberíamos seguir.

(*) Diputado nacional, presidente del bloque del kirchnerismo en la Cámara baja