Nadie saldrá airoso: cuando en junio el fútbol invada el planeta todos seremos futbolistas, directores técnicos y analistas expertos capaces de contradecir y corregir al mejor árbitro del mundo. Publicidad patriotera, banderas en los balcones, miles de horas de transmisión -de hecho se jugarán 64 partidos- revelan el exceso que provoca este deporte, pasión de multitudes. "La pasión futbolera en la Argentina es la expresión de nuestra mayor desmesura. Pero es una desmesura que comparten muchos pueblos. En esto tampoco somos ni únicos ni especiales", dijo el escritor, ensayista y "bastante consecuente hincha de Vélez", Mempo Giardinelli. El locutor Antonio Carrizo, un fanático tanto de los libros como de Boca, estableció una relación prácticamente proporcional entre el fútbol y la pasión y desmintió que se trate de una locura únicamente argentina. "No nos pasa nada diferente a lo que le pasa a cualquier pueblo que descubre el fútbol: desde los funerales de Víctor Hugo que las calles de París no eran invadidas por una muchedumbre tan grande como la del mundial '98, o cuando Alemania, sobre las ruinas de la guerra y con un país destruido, ganó el mundial de Suiza, la gente vivió el triunfo con una alegría enorme, porque le demostraba que estaban vivos", recordó el locutor. ¿Será que la pelota, en estas ocasiones, se convierte en símbolo de lo nacional? "Sin la pasión de la bandera, el fútbol no existe: es un drama shakesperiano cuyo final no conocemos", consideró Carrizo. Acaso por eso, un reloj luminoso en la zona del Obelisco marca los segundos que faltan para que la gran pelota -que en este Mundial tiene nombre propio "Teamgeist"- comience a rodar. No debe haber porteño que se resista a leer esa cuenta regresiva que llevará en apenas dos días a vibrar al compás de una música que bailará todo el mundo. Por su parte, centenares de periodistas relatarán partidos que serán repetidos hasta el desborde durante este mes futbolero por excelencia. "Todas las sociedades de masas tienen una pasión que las identifica; y hoy el fútbol es esa pasión. Lo que hacen los medios es ponerlo en evidencia. Descubren esa fibra emocional -que se multiplica en el mundial- y la potencian", analizó Gustavo Martínez Pandiani, decano de la facultad de Comunicación de la Universidad del Salvador. Hay, entonces, una construcción de la identidad nacional a partir de la idea del fútbol, que se demuestra - por ejemplo- "en el cántico `el que no salta es un inglés´", reflexionó Pandiani, para quien la pasión futbolera "ha sido capaz de crear una identidad común que la política no ha podido". "Creo que somos un pueblo que en el fútbol ha encontrado una posibilidad de unión. Por otra parte, tenemos una de las mejores selecciones del mundo desde hace décadas. Eso, obviamente, genera un sentimiento de pertenencia y de orgullo", coincidió Giardinelli, para quien su relación con la pelota "es intensa, a veces festiva, pero no intelectual". En la misma línea, el escritor y periodista Miguel Wiñasky coincidió en que "los argentinos somos futboleros", pero prefirió distinguir dos clases: "el profundo y el advenedizo". En este tren de marcar diferencias, Wiñasky explicó que el primero es aquel cuya identidad depende totalmente del fútbol, que lo vive como una tragedia griega en la que se sufre y en la cual los imprevistos y el azar gobiernan el destino. "Éste al fútbol lo ve como una vivencia catártica, agresiva y a veces violenta". El segundo -que al profundo le produce una cierta molestia-, se preocupa por el fútbol cuando llega el Mundial, después de cuatro años de indiferencia. "Es algo así como un snob del fútbol, que va con la manada". De todos modos, para el periodista, la pasión que provoca es inevitable, y hay un hecho banal, probablemente impensado, que lo explica: que se juegue con el pie "y no con la sensibilidad primera que parecería ser la mano". "El pie se educa con magia. Además eso de estar parado, danzando y gambeteando es un estilo, una cosa en común con la cual uno se identifica", afirmó Wiñasky. A esto, el argentino parece sumarle los dientes apretados, como un mensaje contra otro, como de revancha, una intención de derrotar en sentido casi pugilístico. "Es la continuación del box por otros medios, pero es, sin dudas, mucho más hermoso", analizó Wiñasky.