“Tenemos que comer como nuestro tiempo, como nuestra sociedad vive. Porque vivimos de esta manera, tenemos la dieta que tenemos. Lo que pasa es que en este momento, los regímenes son lo que el mercado quiere. Tenemos dietas que son manejadas por 250 empresas que definen el destino de la dieta industrial”, sostiene Patricia Aguirre, doctora en Antropología de la Universidad de Buenos Aires y docente e investigadora del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES) de la Universidad Nacional de San Martín.

Aguirre, que es profesional del Departamento de Nutrición del Ministerio de Salud de la Nación plantea que la alimentación “está en crisis”. Y aclara: “nuestros alimentos no son alimentos, no son nutrientes, son mercancías y han caído bajo la lógica de la mercancía. Y esa lógica es la ganancia, no la salud. La lógica empresaria no quiere hacer las cosas bien ni saludables. La comida no es para comer. Para un empresario la comida basta que sea buena para vender”.

La disponibilidad de energía barata, llena de azúcares y grasas, ha dado vuelta el sentido del hambre. “Hoy, los pobres son gordos, los ricos son flacos”, sostiene la especialista. “Los que tienen acceso a micronutrientes, son flacos. Los micronutrientes, el hierro, las vitaminas, son caros. La energía es muy barata. Tenemos problemas en el consumo porque una industria mundial, con una producción a nivel mundial, ha generado un consumo mundial. En Argentina, en Sudán, en China y en Francia, se come lo mismo”.

La experta explica que todo el mundo ha perdido la “soberanía alimentaria”. La OMC “convalida las semillas transgénicas, el uso de agroquímicos, el avance de la frontera agropecuaria sobre toda la diversidad biológica. Estas organizaciones legitiman esta manera suicida, a mi criterio, de producir alimentos. La idea de soberanía alimentaria va en contra de esto”.

Esto lleva a la idea de que si una industria pudo modificar el gusto a nivel mundial, el gusto no es algo natural o instintivo. “Las culturas modelaban el gusto para aquello que estaba ecológicamente integrado en su lugar de hábitat, lo económicamente disponible y lo culturalmente significativo desde el punto de vista de la transmisión de los saberes para producirlos, consumirlos y distribuirlos. Hoy, lo que empezamos a tener son gustos estandarizados, gusto graso, salado, azucarado. El saber médico, el saber de las ecónomas, el saber de los cocineros que sostienen cómo se debe comer”, dice Aguirre.

Y concluye: La gente no come como sabe, ni come como quiere, come como vive, come como puede. Si llego a mi casa a las once de la noche, ¿Me voy a poner a rallar zanahoria? No, voy a manotear la comida industrial para sacarme de encima la alimentación del hogar, y descansar”.

Fuente: Agencia CTyS