No sos vos, soy yo es el título que eligieron el lingüista Juan Bonnin y el biólogo Fabricio Ballarini para el libro sobre el amor y el desamor que coescribieron con rigor científico. Ambos buscaban “una excusa para hablar de ciencia” y la encontraron en “el sentimiento que sobrevivió a tragedias, guerras, genocidios, pandemia y terremotos”.
El deseo, los besos, las mariposas en la panza, las bases evolutivas, el sexo, las familias con dos mamás, la separación, la memoria y el olvido son algunos de los “temas” que abordan en cada capítulo bajo la premisa de “qué nos pueden decir la evidencia científica, la biología y la lingüística sobre el amor”.
Entre lo arriba mencionado, las citas rockeras y literarias, y un montón de situaciones cotidianas, el libro publicado el último julio por Ediciones B es una “invitación" a leer "con la cabeza abierta”; un “viaje” de casi 200 páginas "sin dogmatismos”.
¿Y para qué sirve la ciencia?. “Bueno, en algunos casos, la ciencia puede ayudarte a entender el amor y el desamor, a procesar de otra manera y a tomar mejores decisiones. No es lo mismo vivir una situación de desamor sin entender que, en esos momentos, tu cerebro está tratando de olvidar. Creo que es mejor cuando sabés cómo funciona la memoria. En algún punto, es una buena forma de de sanar”, indicó Fabricio Ballarini a Rosario3.
“El punto de partida fue hablar de ciencia en una sociedad a la que le cuesta dialogar sobre temáticas científicas. Así surgió el amor, un tema en el que todos tenemos experiencia. Lo que planteamos en el libro son las distintas explicaciones que ofrece la ciencia a un fenómeno que todo el tiempo se va modificando”, añadió el entrevistado, que cuenta con un doctorado y posdoctorado en el Laboratorio de Memoria de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.
La ciencia puede ayudarte a comprender y, cuando eso sucede, podés procesar de otra manera o tomar mejores decisiones"
En tanto que el título del libro que Ballarini coescribió con Juan Bonnin, doctor en Lingüística e investigador principal del Conicet, simboliza “la relación entre el cerebro y el corazón. Le dice: «No sos vos, soy yo» el que se enamora”.
Consultado sobre de dónde viene eso de que es el músculo y no el órgano que centraliza la actividad neuronal el que comanda el “sentimiento universal”, el también autor de Rec (Sudamericana, 2015) advirtió que se trata de “una idea bastante antigua que seguimos arrastrando”.
“En el pensamiento griego, lo único que se veía cuando las personas estaban enamoradas o enojadas era una inflamación en las venas del cuello. A partir de esa observación, supusieron que las funciones cognitivas estaban en el corazón, porque era el que bombeaba, y que el cerebro era una especie de radiador. El concepto era que la psiquis pasaba por la sangre. Esto duró hasta la época de los romanos, cuando Galeno vio que, cuando los luchadores tenían una herida en la cabeza, manifestaban una pérdida de las funciones cognitivas. Entonces, dijo: “Esto no está en el corazón, sino en el cerebro”. Ahí se modifica la idea de que cognición y emociones pasan por el corazón. Sin embargo, lo seguimos simbolizando así porque, cuando estamos enamorados, el corazón late más rápido. Lo podemos medir con solo tocarnos el pecho.
En la primera etapa del amor, el neurotransmisor que domina es la dopamina y funciona casi como el estímulo de consumir una droga"
—En los capítulos hay citas literarias y musicales. Una de ellas es “El amor es la droga”. Más allá de ser un gran tema de Roxy Music, ¿qué tiene que ver con la ciencia?
—Es una es una gran canción y es una droga (risas). Los neurotransmisores son los mensajeros que manda el cerebro y que permiten la comunicación entre neuronas. Básicamente, en la primera etapa del amor, que es megapegote, el neurotransmisor que domina es la dopamina. En algún punto, funciona casi como el estímulo de consumir una droga. Eso dura aproximadamente seis meses. Después, ese neurotransmisor es reemplazado por otro y el amor que sentimos se vuelve un poco más estable y duradero.
En No sos vos, soy yo, los autores también distinguen entre las emociones, a las que definen como “respuestas automáticas ante una situación”, y sentimientos, entendidos como “interpretaciones de esas emociones” que, por lo tanto, son subjetivas y culturales.
—¿Cómo afecta el lenguaje a la manera en que nuestro cerebro interpreta al amor?
—El lenguaje está muy asociado al pensamiento y los conceptos que tenemos están vinculados con funciones semánticas. Por lo cual, digo, el lenguaje está muy vinculado a lo sentimental, no solamente a la posibilidad de expresarlo, de decirlo, sino también a tratar de pensar esas emociones.
—De qué manera los años inciden en el flujo de los neurotransmisores, en la manera en que nos enamoramos?
—El cerebro de una persona de 20 y otra de 60 años no funciona de la misma manera, pero sí tenemos otros artilugios neuronales para poder compensar. Si bien podríamos decir que la memoria o la forma de activación del aprendizaje es distinta en una persona joven a la de una persona mayor, esta última tiene experiencias, vivencias y un montón de otras cosas que el primero no. Entonces, tenemos un ejercicio de compensación para que cada etapa de la vida esté matizada de cierta manera. Es posible que a una persona de 90 años le cueste más aprender un idioma, pero puede seguir experimentando emociones y sentimientos muy profundos. A lo que voy es que podés volver a enamorarte en cualquier momento de la vida. Sobre este punto, el amor siempre nos sorprende.
Es posible que a una persona de 90 años le cueste más aprender un idioma, pero puede seguir experimentando emociones y sentimientos muy profundos. Podés volver a enamorarte en cualquier momento de la vida. Sobre este punto, el amor siempre nos sorprende"
—¿Cómo operan los recuerdos de las relaciones previas en cada nuevo enamoramiento? La reinterpretación de los recuerdos, la “experiencia”
—La sorpresa está muy vinculada a los recuerdos. Cuando uno conoce algo o alguien nuevo, hay toda una actividad neuronal muy cargada de curiosidad y de interés que hace que esos recuerdos se guarden por más tiempo. Después, en algún punto uno podría preguntarse si una persona que conoció a decenas y decenas de otras personas, ¿se acuerda exactamente de todas? o ¿se enamoró exactamente de todas?. Yo creo que, a medida que vamos avanzando en nuestra vida, tenemos recuerdos de cosas que nos sorprendieron y están más relacionados a nuestra juventud, porque era “la primera vez”. No tiene que ver con la intensidad del amor sino con la novedad. El primer beso, probablemente, no haya sido el mejor, pero la experiencia sensitiva fue tan ridículamente nueva que es muy posible que lo recuerdes con fuerza. Es más, es posible que no recuerdes el último beso que diste que, quizás, fue más importante porque es el que le diste a un hijo. En ese sentido, el cerebro te jugó una mala pasada porque, en todo el trayecto de vida, besaste a un montón de gente por distintos motivos.
Somos cultura y somos ambiente embebido en un paquete genético que todavía no entendemos"
—En el libro también avanzan sobre el desamor y las redes sociales
—Es la parte de la investigación que a mí más me interesó. Me refiero a las rupturas, a las situaciones en que nos dejan: qué pasa cuando alguien te deja o cuando vos tenés que dejar a alguien y cómo eso se puede reconstruir. También me parecen interesantes las nuevas formas de vincularnos con los avances tecnológicos. Cómo una persona puede ghostear a otra. Antes, para que alguien te deje o dejar a alguien había que ir a un bar o a una plaza. Después, lo que sucedió fue la frase “me dejaron por teléfono”. Y después, “por WhatsApp”. Ahora está eso de “desaparecer”.
—¿Tenés alguna hipótesis sobre el futuro de los vínculos?
—Creo que la función del amor, sea cual fuera, reproductiva, social, biológica, va a sobrevivir a cualquier tipo de cambio. La humanidad pasó por miles de tragedias y de cambios, y el amor siempre estuvo. Hubo guerras, genocidios, pandemia, terremotos, las especies casi se extinguen y el amor siempre sobrevivió. Entonces, no creo que un cambio tecnológico o cultural modifiquen esto. Llegamos hasta acá enamorados y que espero que esta función siga.
—¿Hubo algo que te sorprendió durante la investigación?
—Como biólogo, me volvió loco el dato de la cantidad de saliva que se intercambia en un beso apasionado. Me refiero al hecho de que compartimos microbios y bacterias. Me pregunto cuál es la función biológica de esto. Lo puedo ver como una expresión de cariño, de pasión, de deseo, pero tiene funciones biológicas mucho más zarpadas y y elevadas. Pienso que somos cultura y somos ambiente, embebido en un paquete genético que todavía no entendemos.
—En tiempos en de valoración del odio, ¿no pensaron que escribir un libro sobre el amor era toda una cruzada?
—Y un poco era eso (risas). Nosotros empezamos a pensar el libro en la postpandemia y queríamos hablar de otra cosa, de algo que nos conectara a todos. Quizás, había gente enamorada o desenamorada, pero seguro había alguien que tuvo una mamá, un papá, amigos; gente que ama a un club, a un gato. El amor está presente en todo eso.



