Luego de varios años de experimentar con mis propias experiencias entendí que hay dos cosas que nos definen: nuestra paciencia cuando no tenemos nada, y nuestra actitud cuando lo tenemos todo. Aunque hablar del tener o no tener es algo subjetivo.

Tiempo atrás, me encontraba escuchando atentamente la historia deportiva de una persona que elegía compartirla conmigo. Me contaba sobre sus claras ambiciones, sus grandes metas, y sus evidentes exigencias. Me detuve a pensar en aquella palabra, nunca nombrada pero siempre presente en los atletas de alto rendimiento: exigencias. Definidas como un requerimiento o necesidad forzosa para que se produzca una acción.

La exigencia, ahora bien, es un patrón de conducta que obliga a cumplir con planes previos en forma estricta, donde no se admite ningún margen de flexibilidad ni error.

De la mano se encuentra el perfeccionismo, un ideal personal dado en la búsqueda frustrante de lo inalcanzable. Con esa falsa creencia de que si no soy perfecto, no soy lo suficientemente bueno y creyendo que eso nos define como personas, sintiendo cualquier error como fracaso, viendo cualquier obstáculo como barrera.

Pero, ¿qué es ser perfecto? Claro está, que es un termómetro propio, ya que lo que a uno le parece perfección quizás para otro no lo es, o viceversa.

Entonces ésta exigencia de la perfección nos hace centrarnos en el deseo de hacer las cosas perfectas, para uno mismo, en el más mínimo detalle. Donde la visión es el blanco y el negro. La gloria y el fracaso.

Hace apenas unos meses comencé a estudiar piano. Entonces pensé en comparar la vida con el piano, usando la metáfora de que las teclas blancas son la felicidad y las teclas negras son la tristeza. Con el correr de las clases entendí que las teclas negras también hacen música.

Nada nuevo, ¿verdad? Sabemos que las nubes grises también forman parte del paisaje.

Por lo tanto podríamos decir que la perfección no existe, es sólo el camino de la frustración, el famoso vaso vacío que nunca podremos llenar. Ya que al alcanzar la supuesta perfección que creímos en un momento, junto en ese instante que lo logramos, deja de ser la cima e inmediatamente creemos que existe algo más que nos estaría faltando para ser realmente perfectos. 

¿Han escuchado hablar de la búsqueda de la excelencia?

Se trata de comprometernos y dedicarnos a hacer siempre lo máximo que podemos.
Bajo cualquier circunstancia, independientemente del resultado final, dar lo mejor de uno mismo. Logrando la excelencia. Sabiendo que seguramente puedo hacerlo mejor, pero que hoy bajo estas situaciones y en este momento, fui excelente.

Viendo siempre el vaso lleno, aunque de a momentos sea sólo una gota. Construyendo a partir de lo que hay y no a partir de ese aire en el vaso que nos hace tanto mal.

Hay una frase que siempre repito: “Donde está tu atención está tu energía”.

El ir por el camino de la excelencia evita las frustraciones constantes del querer ser. Nos deja valorarnos a nosotros mismos. Permitiéndonos ver nuestros logros y nuestras derrotas como experiencias, como parte de un mismo paisaje. Sabiendo que se necesita de muchos colores para formar un arcoíris y que eso, es lo que lo hace un fenómeno meteorológico y óptico único.

El ex coach asistente de los All Black Wayne Smith dice en el libro El legado: “Nunca seas demasiado grande como para hacer las pequeñas cosas que hay que hacer”.