Desde que surgió como opositor al gobierno de Vladimir Vladímirovich Putin allá por 2008, la figura de Alexei Anatólievich Navalny fue siempre muy controvertida dentro de Rusia. Contaba con características que lo hicieron destacar dentro de la política: mucho carisma y una sobreestimación de su propia importancia. Se encargó de desenmascarar la corrupción no sólo del presidente, sino de su círculo rojo. Esto es, del grupo de oligarcas amigos que Putin fue haciendo millonarios en estos 23 años de ejercicio, a través de la entrega de contratos o manejos de empresas estatales.

Lo hizo de una manera muy creativa. Una de sus tácticas consistió en convertirse en accionista minoritario de las empresas que quería investigar. Esto le permitía acceder a sus registros y hacer preguntas incómodas sobre irregularidades en las finanzas estatales. Luego las exponía a la ciudadanía en redes sociales al amparo de su ONG llamada “Fundación Anticorrupción”. Apodó al partido oficialista Rusia Unida como “el partido de los criminales y ladrones". El Kremlin le permitió presentarse para la alcaldía de Moscú en 2013 y obtuvo un nada despreciable 27,24 por ciento.

Durante los años de militancia, intercalada con persecuciones judiciales, arrestos domiciliarios, encarcelamientos y envenenamientos que no lo llevaron a la muerte de milagro, Navalny consiguió formar un numeroso grupo de seguidores jóvenes. Es posible que éstos hayan sentido afinidad con su agenda centrada en el feminismo y los derechos LGBT+, aunque había muchos cuestionamientos hacia su discurso antimigratorio. Navalny ha acusado a los “oligarcas putinistas” de fomentar la inmigración de Asia central para mantener salarios bajos.

Lo cierto es que Alexei Anatólievich es más parecido a Vladimir Vladímirovich de lo que muchos creen. Algunos lo llamaban el “joven Putin” debido a su liderazgo personalista. En relación a la península de Crimea, perteneciente a Ucrania y anexada de facto por Rusia en 2014, Navalny apoyó la política de su adversario. Ese mismo año, sorprendió al expresar que aunque ésta haya sido “apoderada” violando el derecho internacional, “la realidad es que Crimea es ahora parte de Rusia. Crimea es nuestra”.

A principios de 2000, Navalny fue expulsado del partido social-liberal Yabloko por sus posiciones nacionalistas y su participación en eventos ultranacionalistas que causó preocupación entre el sector liberal ruso. En 2021, Amnistía Internacional le retiró el estatus de “preso de conciencia” luego de una lluvia de denuncias por sus comentarios xenófobos y violentos del pasado. Navalny había comparado a los inmigrantes con “cucarachas” a las que se debería disparar con una pistola, o con “dientes podridos” que habría que extirpar. De todas maneras, la ONG siguió luchando por la libertad del opositor. 

Durante mucho tiempo, el destino de Alexei fue un punto de discordia entre Moscú y las autoridades de más alto nivel, principalmente de Europa y Estados Unidos. En 2021, el Parlamento Europeo le otorgó el Premio Sájarov “por su inmensa valentía” al denunciar la “corrupción del régimen de Vladímir Putin”. En tanto que Jake Sullivan, el asesor de Seguridad nacional del presidente norteamericano Joe Biden advirtió que Rusia sufriría consecuencias si Navalny moría en prisión. 

Desde fines de febrero de 2022, cuando comenzó la invasión en Ucrania, Occidente y sus aliados llevaron a cabo una imposición de sanciones sin precedentes a Rusia. Y en contraposición, se sumó un enorme apoyo militar al gobierno de Volodimir Zelensky. Muchos especialistas coinciden en que Putin, en estos últimos dos años y fronteras adentro, se encargó de hacer más apretada la (ya densa) red de dominio para que apenas se animen a cuestionarlo. Lo cierto es que, al momento de su muerte, ni el contexto ni el destino jugaron a favor de Navalny. 

Hoy no quedan demasiadas represalias, sanciones o correctivos por hacer para reprender al Kremlin por sus actos criminales. El indicio más claro lo ha dejado Biden. Cuando se le preguntó si su gobierno estaba considerando aplicar sanciones adicionales u otras penalizaciones, el mandatario apenas señaló: "Estamos estudiando toda una serie de opciones, eso es todo lo que diré ahora mismo". Suena a poco.

La realidad es que Navalny es sólo el último de una larga lista de oponentes a Putin que han muerto en circunstancias, cuanto menos, extrañas. Pero lo más escandaloso es que hay un mundo impotente que lo está mirando.