La salud de la política es genéticamente inestable. Y se entiende. Mucho más en el mundo y tiempo covid. Se pasa del que “se vayan todos” a atravesar momentos de euforia por algún aparecimiento dirigencial o “angustias y extrañezas” por la muerte de otros. Pero en el fondo no se cree mucho en nadie. Entre la incertidumbre, la asfixia y el tamiz hipocondríaco del tiempo sanitario.

La muerte de Miguel Lifschitz inesperada, traumática o (como dijo Pablo Javkin) inaceptable posiciona en otro ámbito la discusión de “cómo hacer algunas de las cosas qué hay que hacer”. El diario La Capital, el único que publica en papel avisos fúnebres, le dedicó siete páginas de despedida en su sección de obituarios.

Un dato sin antecedentes en los últimos tiempos. Paseó por allí una mínima parte del protocolo de la ciudad. La mecánica Lifschitz, silenciosa pero contundente, deja un rompecabezas que solo algunos de sus interlocutores públicos y secretos empiezan a armar con sus versiones: las reuniones con Lavagna, con Barletta, con dirigentes tucumanos, marplatenses, peronistas, independientes, etc. Muchos cuentan de encuentros, llamados y gestiones donde el presidente de la Cámara de Diputados ofrecía bajar las armas del disenso y arremangarse para arreglar el lio. Granito por granito, así quería armar la playa de arena. Incluso con dirigentes de Cambiemos pero sin Macri ni macristas, ese era el límite. Pero en política nunca se sabía.

“La muerte podía haber sido evitable. En una ciudad orgullosa de su esforzado sistema de salud que el máximo referente del partido que construyó ese sistema haya muerto por no tener la vacuna en tiempo y forma es un dato. Lifschitz quiso esperar su turno. Y a eso se le suma la inquietud física de un dirigente que era muy difícil contenerlo por Zoom y videollamadas. Faltaba poco para el inicio de sesiones y estaba preparando un año de mucho trabajo”, reconoció un estrecho colaborador del ex gobernador. “No podía quedarse quieto en un cuarto esperando que lo vacunen”, agregó.

¿Se puede acusar a un tipo honesto de inmolarse por su convicción y honestidad? Cuánto más hubiera hecho por la gente si justificadamente lo hubiesen vacunado como muchos dirigentes de la primera línea política. En Santa Fe la mugre, la codicia autodestructiva y la culpa con la carga la política hizo que muchos de sus hombres tuviesen que exponer acciones ejemplares. No me vacuno hasta que no me llegue el turno, incluso el gobernador.

El Socialismo se agrupó rápidamente para despedir al único elector que no tenía techo. El resto de los veteranos ya habían probado lo suyo. A los jóvenes les falta. En la puerta de la Biblioteca Argentina había clima de dolor, horfandad y desconcierto. El Partido Socialista acababa de ganar una interna que posicionaba a sus dirigentes rosarinos a planes mayores pero sin Lifschitz todo se debilita.

Tenemos que estar preparados para perder elecciones”, dijo alguna vez Ruben Galassi, mentor de los últimos años del camino electoral del partido que gobernó 30 años la ciudad de Rosario y 12 años continuados la provincia. ¿Volverán a ser el pequeño y sencillo grupo de los 80? Idílico, esforzado y caminando con mucho sacrificio la discusión política?

Difícil eso. Hoy hay tres generaciones de empleados públicos del socialismo. Hoy todos tienen un trabajo rentado en el Estado. En esos tiempos, había una impronta distinta: el sacrificio se hacía para llegar a donde muchos están ahora. Hubo campañas electorales donde los militantes gestionaban horas extras en sus trabajos para que le paguen por ese esfuerzo. Y eso enfría algunas pasiones. El antídoto era Lifschitz que siempre pedía más.

¿Quién reemplaza ese liderazgo? El Frente Progresista empieza a mostrar los quiebres que solo sostenía con esfuerzo Lifschitz. Con el dolor de la ausencia a sus mas cercanos los ofende el solo hecho de plantear la discusión. De esto no se habla. Aunque claro en el socialismo inclusive había tensiones de cimientos: Lifschitz pagó siempre por no haber condenado a Cavallero en la interna con Binner en los 90 y esa distancia lo acompañó durante todo su liderazgo: “la reforma constitucional que proponía para la provincia en 2018 tenía como enemigos a los diputados del socialismo, ellos militaban por el no”, recuerda un peronista y ex integrante de esa cámara.

Cuando Lifschitz exploró la reelección fue su partido el que le puso freno, aun así cuando le sugerían armar su propio espacio y él decía: “Desconfío de quienes se cruzan de vereda por que suceden cosas que no les gustan. Yo peleo desde adentro”.

La semana de Maximiliano Pullaro fue intensa, el radical pero fundamentalmente el ministro más importante de la gestión de gobierno de Lifschitz, anunció sin pudores que su espacio ambiciona sumar mayores compromisos, como alguna vez lo hizo el ex gobernador con los propios. El peronismo cedió lugares para no entrar en una carnicería por los cargos con fina mirada estratégica: “que se peleen ellos, no entremos en un juego sin ganadores”.

Y la diáspora pareciera arrancar. Valiente la diputada Clara García, en su dolor y desconcierto, apareció online agradeciendo las muestras de afecto por su marido y líder. Para muchos ella, más allá del vínculo familiar, sea una sólida referente para desde el espacio construido por Lifschitz, La Usina, discutir el futuro de su partido. ¿Será ella quien asuma lo construido? A quien empujarán los más jóvenes. Muchos ya no son pibitos y están en condiciones. Pero de eso no se habla. Aunque en silencio todos hacen algo. Un llamado, una sugerencia, una pregunta. “El Faro de hoy es Zabalza. Es valioso lo que él empuje”, dicen algunos de esos jóvenes.

La naturaleza muestra ejemplos críticos. Las hormigas se desconciertan cuando la Reina muere. No hay descendencia (larvas) y de a poco el nido se desvanece. Con dolor se intenta evitar que el tiempo de ausencia disuelva las ideas que el propio Lifschitz escribió poco antes de partir: cuando Monica Fein arrasó en la interna del Socialismo, desde la cama, enfrentando los síntomas del Covid el ex gobernador dejó un tuit: “Triunfo de un proyecto de futuro para el socialismo que permitirá recuperar la esperanza de un proyecto socialdemócrata para la Argentina”. Y eso no se hacía solo. Y para eso Lifschitz trabajaba, para meter más hormigas dentro del nido.