El martes 24 de mayo pasado volvió a suceder otra matanza de niños a cargo de un adolescente armado en los Estados Unidos. La masacre cometida por Salvador Ramos se cobró la vida de 19 niños y 2 maestras que pertenecían al poblado de Uvalde en el estado de Texas. Otra matanza que nos impacta, que nos deja horrorizados e incrédulos. Otro minuto de silencio en memoria de las víctimas. Y ya van… Como lo planteó con emoción incontenible y dolor indignado el coach del equipo Golden State Warriors de la NBA: hasta cuándo se van a seguir lamentando las víctimas y recordándolas  con un minuto de silencio y estas matanzas se siguen sucediendo año tras año. Es decir, después del horror y el repudio inmediato, todo sigue igual.

¿Cómo pensar éste horrendo acontecimiento? La violencia es un fenómeno altamente complejo. No hay forma que la violencia de todo tipo disminuya sino se aborda en todas sus determinaciones: social, política, cultural, económica e individual.

En los Estados Unidos la mismísima constitución habilita la libre posesión de armas por parte de los ciudadanos y hay un poderoso lobby político e institucional de sectores de extrema derecha que impiden cualquier modificación de la legislación vigente y que hacen permanentes campañas para que la gente disponga de armas como si se tratara de adquirir un electrodoméstico.

Con éste panorama, más otros ingredientes de la sociedad norteamericana que exceden el espacio de éste artículo, se genera un terreno fértil para que adolescentes perturbados como Ramos descarguen toda su furia sobre niños y adultos indefensos que vivían en ese apacible pueblo de Texas. Matanzas de éste estilo también están dirigidas contra población adulta, motivadas por la discriminación racial aún presente en buena parte de la población norteamericana.

El factor individual de esta masacre se asienta justamente en la psicopatología de adolescentes que vienen con historias desfavorables, traumáticas y que van desarrollando personalidades silenciosamente alteradas. En efecto, suelen ser jóvenes que pueden haber sufrido violencia familiar, abandono por parte de uno de los padres, negligencia y falta de atención por parte de uno o ambos progenitores y bullying en el ámbito escolar como parece ser el caso de Ramos.

Se van perfilando como personalidades introvertidas, con emociones congeladas, inexpresivos, solitarios, resentidas, negadoras de sus problemas y con serios problemas de comunicación. Se refugian en sus mundos imaginarios en los cuales encuentran alivio en fantasías de redención, que un golpe de suerte los rescate de una vida amargada y desdichada o en fantasías de huida y ruptura de vínculos con sus allegados. Pero también, al calor de un resentimiento que va combustionando un mundo interior agobiado y confuso y con ideas persecutorias y de perjuicio como creencias de base, pueden armar un guion imaginario de la película que precede al hecho real. Es decir, progresivamente van “guionando” lo que luego harán en la realidad y en las horas previas al ataque; se instalan en un estado disociado de la realidad en el cual la diferencia entre lo imaginario y lo real se pierde. Finalmente actúan la película y sucede la tragedia.

Estos jóvenes suelen consumir contenidos violentos en los videojuegos, los que se replican en todo tipo de material audiovisual que está al alcance de ellos, los cuales resultan muy estimulantes e instigadores de ideas para la masacre a concretar.

¿Se trabaja lo suficiente en prevención de la violencia? Claramente no, porque, si así fuera, las tragedias de éste tipo serían muy esporádicas o inusuales.

Se tienen que modificar las leyes de portación de armas, pero también hay que trabajar con las comunidades, las familias, los jóvenes y los niños en situación de riesgo, vulnerabilidad y alteraciones psicológicas. Hay que hacer más prevención primaria en salud y no solamente dedicar los recursos en salud mental a intentar recuperar a las víctimas del horror ya cometido. El estado y las instituciones tienen que prestar más atención a esos jóvenes que “no hacen ruido”, pero que por dentro están tronando de perturbación y sufrimiento emocional. Hacer más campañas y acciones para combatir los estragos del bullying.

Este tipo de asesinatos ha sucedido alguna vez en Argentina también y en otras latitudes. Recordemos Carmen de Patagones.

¿Alguna vez tomaremos en serio el flagelo de la violencia en todas sus variantes para prevenirla, o solo nos quedaremos haciendo minutos de silencio y actos recordatorios?

*Jorge Libman, psicólogo, especialista en psicología psicodinámica, matrícula 2231 Consultorio, Alvear 1478, 3er Piso Rosario